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Extremismos y precariedades

AGUSTÍN BASAVE

Con mis felicitaciones a Emilio Álvarez Icaza y a Eduardo Ferrer MacGregor

La democracia funciona mal cuando no lima sus aristas. Es decir, cuando no procesa sus expresiones extremistas mediante el establecimiento de mojoneras ideológicas.

Si hay consenso entre los equipos en las reglas y los linderos de la cancha, y si los equipos controlan a sus extremos, la lucha por el poder se dirime sin mayores problemas. Pero si el extremismo es tal que los contendientes equiparan el triunfo del otro a la perdición nacional y lo consideran inadmisible, las elecciones suelen ser motivo de disputas interminables y ruinosas. Entonces la ruta entre comicios se llena de maleza.

Tal es, en buena medida, el caso de nuestro país. Lo es por la partidocracia, pues si bien los partidos tienen algunos demócratas en sus filas también suelen permitir que sus ultras se disfracen de formalidad y se adueñen del timón. Todos. Porque se habla mucho del radicalismo izquierdista y muy poco del derechista. En 2006, por ejemplo, el presidente y el PAN se aliaron con algunos empresarios para frenar a la mala al PRD de López Obrador, al que juzgaron "un peligro para México"; acto seguido, AMLO mandó al diablo a sus instituciones y emprendió una protesta social. La derecha manifestó su intolerancia extremista y la izquierda reaccionó con extremismo. Fue una profecía autocumplida. Y ahora, en la poselección de 2012, ha sido la opinión pública la que se ha polarizado. De un lado, los críticos de AMLO le escamotean su derecho a impugnar legalmente los resultados y lo atacan por seguir la vía de las instituciones; de otro, algunos izquierdistas han llegado a la violencia verbal e incluso física contra quienes defienden el triunfo del PRI o pretenden que AMLO lo reconozca. Ambas actitudes son reprobables y muestran la precariedad de nuestra democracia.

Los antiextremistas a menudo quedamos mal con tirios y troyanos (el justo medio es un paraje más solitario e inhóspito que cualquiera de los extremos). Pero tengo esperanzas de que esta vez acertemos: AMLO ha declarado que no recorrerá la ruta de 2006. Enhorabuena. Confío en que si, como todo parece indicar, el Tribunal declara presidente electo a Peña Nieto, lo acate bajo protesta y apoye la transformación de Morena y de las bancadas parlamentarias del Movimiento Progresista en una oposición institucional, inteligente y propositiva, y exhorto al movimiento #YoSoy132 a no escuchar los cantos de las sirenas extremistas. Del mismo modo, sugiero a los defensores del establishment a no confundir estabilidad con estancamiento.

Explico esta sugerencia. Hay quienes argumentan que la endeblez de la democracia mexicana exige un apuntalamiento: aceptar sin discusión los resultados electorales. Discrepo. En primer lugar, una impugnación legal no es necesariamente un conflicto; en segundo, ¿de dónde sacan la idea de que el proceso electoral fue ejemplar? Quizá falta rigor documental a las evidencias y sobra exigencia probatoria a la ley, pero caray, basta leer las investigaciones de Reforma para dimensionar las trapacerías financieras del PRI. En ese contexto, nuestro sistema democrático no se fortalece si nos conformamos sin más sino, por el contrario, si nos inconformamos y creamos conciencia de la necesidad de una mejor legislación electoral. En tanto la inconformidad se manifieste dentro de los cauces del Estado de Derecho, es preferible hacer olas que flotar en aguas estancadas. En México ya no se inventan votos, lo cual es un avance, pero mientras el exceso de gasto clientelar para inducirlos beneficie en vez de perjudicar a quienes lo practican, sean del partido que sean, tendremos elecciones cuestionables.

Algunos analistas confunden el origen del riesgo de ingobernabilidad. Lo vengo diciendo desde hace mucho tiempo: las filas de la izquierda revolucionaria engrosarán en la medida en que aumente en la izquierda democrática la sensación de que sus candidatos están vetados para llegar a la Presidencia de la República. La gobernabilidad se garantizará cuando todos los partidos sean opciones reales de poder y a todos les conste que no se gana ni se pierde para siempre, y cuando los mexicanos veamos que la injusticia y la corrupción disminuyen. La culpa de que no se haya completado la alternancia es compartida: lo es tanto del extremismo izquierdista como del extremismo derechista que lo nutre con su bloqueo. Por eso, contra lo que dice el lugar común, yo creo que nuestras élites económicas deberían ser las más interesadas en que nos gobierne la izquierda.

Con todo, el Movimiento Progresista obtuvo buenos resultados. Consiguió la segunda bancada en el Congreso, ganó Morelos y Tabasco y arrasó en la ciudad de México (gracias al gran trabajo de Marcelo Ebrard, Miguel Ángel Mancera y Manuel Mondragón, y en medio de una criminalidad desbocada, la ciudad otrora campeona en inseguridad es percibida como la más segura del país). No es poca cosa. Sobre esos cimientos se puede reconstruir nuestra izquierda con un talante mesurado para que, siguiendo la estrategia electoral desde el arranque, perfile su triunfo de 2018.

Director de Posgrado de la Universidad Iberoamericana

@abasave

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