El artificio de López Obrador, de golpear e inventar la represión, se derrumbó por cuanto vieron millones de ciudadanos en los ataques de falsos estudiantes a la Policía con bombas molotov y golpes de hierros, piedras y palos, además de los daños materiales, calculados en más de mil millones de pesos.
Esta vez no se van a repetir las historias de maestros y normalistas de Michoacán, Guerrero y Oaxaca, quienes después de quemar autobuses e incurrir en todo género de desmanes hicieron manifestaciones para lograr la libertad de los responsables.
Ya despacha en la Procuraduría General de la República Jesús Murillo Karam, quien para empezar advirtió que actuará con “firmeza implacable en la integración de averiguaciones previas”. El mensaje fue para la delincuencia, pero alcanza a supuestos estudiantes del #YoSoy132.
En las refriegas del sábado anterior, granaderos y agentes federales no disponían de armas de fuego y soportaron la violencia de individuos con pinta de pandilleros. Varios policías salvaron sus vidas al eludir a un camión materialista dirigido contra ellos.
Tras los daños ocasionados a hoteles, restaurantes, comercios y edificios habitacionales, además de intentar incendios y causar destrozos en la remodelada Alameda Central, López Obrador se alzó como adalid de los “jóvenes estudiantes” y pidió la renuncia del nuevo titular de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong.
Ni Chong ni nadie ordenó la falsa represión. Ante los televidentes del país quedó claro que los pelafustanes se dirigieron de madrugada a la Cámara de Diputados y al Zócalo para frustrar la ceremonia del cambio de poder.
Llegaron pertrechados de todo género de artefactos para ocasionar el caos. Los granaderos hubieron de lanzar gases lacrimógenos para contener a las turbas enfurecidas.
En la Cámara de San Lázaro afirmó Ricardo Monreal, que había un muerto de los “estudiantes”. Se engulló sus palabras al retractarse de esa falacia.
De lejitos, sin exponerse a nada, López Obrador soltó desde el Ángel de la Independencia el dicho de la represión e incluso pidió la dimisión del encargado de la Secretaría de Seguridad Pública Federal, Manuel Mondragón y Kalb, a quien enlistó en su ilusorio gabinete presidencial.
No se trata de reprimir, pero sí de castigar a quienes cometen vandalismo, alteran la paz pública y causan daños cuantiosos a particulares y a instalaciones oficiales. El procurador Murillo Karam advirtió que procederá con firmeza implacable. Lo debieran tomar en cuenta López Obrador y sus seguidores porque el hidalguense no se anda con medias tintas.
BIENVENIDO EL NUEVO Jefe de Gobierno del DF, Miguel Ángel Mancera, de quien se espera un gobierno de seriedad y firmeza, distinto del populista de Marcelo Ebrard, quien ya piensa dirigir al PRD.
A la ciudad de México urge el reestablecimiento del orden, tanto en la reubicación de millones de vendedores ambulantes como en el infernal tráfico de vehículos que ha trastocado la vida de capitalinos y de los visitantes.
Mancera debiera empezar por cancelar los miles de sitios de vehículos de alquiler, autorizados en vías rápidas, y reimplantar las infracciones a taxistas y microbuseros, los cuales se han adueñado de calles y avenidas. Los agentes de tránsito han desaparecido.
Los cafres levantan pasaje en cualquier punto de las cuadras, circulan a elevada velocidad por los distintos carriles sin faltar el Periférico y el Circuito Interior, atropellan y matan sin temor a nada. Son los intocables, autores del peor desorden metropolitano.
A semejanza de Felipe Calderón, Ebrard también inauguró tramos de sus segundos pisos y el lunes pasado provocó con ello un embotellamiento infernal en el poniente de la metrópoli. En fin, ya fue su despedida.
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