"La soledad de nuestros hijos"
(Primera parte)
¡Otra vez solo! Exclamó Pepito.
Llegaba del colegio con ansias de ver a su mamá, de contarle cómo había pasado el día, y como todos los días, la casa estaba vacía, sólo su perro Browny remolineaba su cola, contento por ver a su fiel amigo.
-¡Ay Browny si no te tuviera a ti amigo! ¿Quieres comer algo conmigo? ¿Unas galletas quizás?
Pepito encendió el televisor como lo hacía siempre, para que lo acompañara, y se dispuso a hacer su tarea.
-¡Ay, esta maestra, ¿cree que no estamos agotados? ¡Nos llena de deberes!
Pero Pepito era muy capaz, terminó todo en un par de minutos.
-¿Y qué hago ahora? Se preguntó.
En ese instante se abre la puerta y entra Alicia, su madre nerviosa; Pepito corrió hacia ella para abrazarla, pero grande fue su disgusto cuando su mamá, le tomó las manos y le dijo -¡hijo no me toques con esas manos que me ensucias la ropa! Y se dirigió a su dormitorio sin siquiera besarlo, a cambiarse de atuendo para concurrir con su esposo a una reunión con amigos. Pepito abrazado a su perro lloraba en silencio y se preguntaba -¿qué hice esta vez?
Se acostó sin cenar, se había olvidado su madre de dejarle algún alimento, allí llegaron sus sueños, un maravilloso mundo de amor lo cobijaba mientras dormía; eran tan hermosos los paisajes, la gente, que no quería despertar, la alarma del reloj lo llamó a la realidad, una realidad de la que él quería escapar, se desperezó largo rato y comenzó a llamar a su mamá.
-¡Mami, mami! y apareció por la puerta la figura de doña Clara, una señora regordeta, con cara aniñada y de buen corazón. Era la empleada de la casa desde hacía quince largos años; cuando los padres de Pepito se casaron ella llegó para solucionarles todo, absolutamente todas las tareas caseras, así como del niño Pepito desde que vino al mundo.
Ella siempre le confesaba a Pepito que lo quería como si realmente fuera su madre, y así se lo demostraba día tras día.
Había secado sus lágrimas tantas veces que no podía recordarlas, y sabía de la triste soledad que padecía ese "angelito" como ella solía llamarlo siempre.
Se acercó a la cama de Pepito y le dijo dulcemente -¿quieres una rica leche, hecha por las manos de esta vieja que tanto te quiere? -¡Bueno! dijo Pepito, y mirando a Clara le preguntó -¿y mamá?...
-¡Oh! mi angelito, tu mamá tenía que irse más temprano hoy, la esperaba el contador de la empresa por unos asuntos. Pero ya, levántate y lávate esa carita, que te espera un día muy agitado hoy, con gimnasia incluida.
Pepito se levantó se vistió, y con esa cara tan dulce que la compraba, añadió -¿Clara, no me das un besito? -¡Oh! cómo no mi amor! y lo besó reiteradamente, él se tocó la mejilla, y sus ojitos desprendían cariño.
Cómo lo quería esa dulce señora, que ni siquiera llevaba su sangre, vivía pendiente de Pepito.
Llegó al colegio haciendo proezas con su bicicleta como era de costumbre y los compañeros de sexto grado lo esperaban para jugar, un buen partido de futbol y entrar a clase a estudiar.
Ese mismísimo día Angélica una compañera suya le contestó su carta, una carta de amor que él había escrito para ella dos días atrás.
En la carta expresaba cuánto lo amaba, Pepito estaba tan feliz, que deseaba llegar a su casa y contárselo a sus padres!
Era su primera conquista!
Pero al final de su jornada con la carta entre sus jóvenes y temblorosas manitas, tomó su bicicleta y se fue rumbo a su hogar.
¡Oh! cuando papá lea lo que me dice Angélica, ¡Oh! cuando mamá se entere que yo ya tengo mi primera novia! ¡Oh! pensaba Pepito ¡gracias! Dios mío por permitirme sentir ese amor tan puro!
Llegó a su casa y desaforado comenzó a gritar por sus padres, pero nadie lo escuchó, el que corrió hacia él fue Browny, su perro Browny.
Apenado se dirigió a la cocina, y al abrir el refri, en la puerta de éste se hallaba una nota que le decía... "Pepito, tu padre y yo tenemos una despedida de soltero de un compañero mío de la empresa, caliéntate la comida en el microondas, volvemos tarde, no nos esperes, duérmete, ¿sí? muchos besos tu mami".
-¡Bah! dijo Pepito en voz baja. En ese instante miró a Browny y éste se demostró ansioso por saber lo que Pepito quería contarle.
¡Browny... Angélica me contestó la carta, ¿no es genial?-.
-¡Tengo novia, tengo novia! Al fin se me dio, si la conocieras... tiene el cabello negro, y esos ojos azules, y es tan buena si la vieras! Tú también te hubieras enamorado como yo, ya tendremos oportunidad de que la conozcas y opines por ti mismo, ¿eh?
Así transcurrió parte del año, Pepito siempre en esa inmensa soledad, hasta que un día ya no quiso levantarse de la cama, se sentía mal, no tenía ánimo para nada, ni él mismo sabía lo que le estaba pasando.
Doña Clara en cambio intuía que algo andaba mal, con su ignorancia y su reducido mundo, veía ante sus ojos, que Pepito se derrumbaba con tan sólo once añitos.
El pobre niño pasó horas durmiendo, soñando en ese mundo mágico, el cual su mente ansiaba encontrar en la tierra, estando despierto y no en sueños.
No quería despertar, él mismo se negaba a vivir tan solo de la ilusión de que un día quizás, sus padres le demostraran cuánto lo querían.
Realmente era lo que estaba pidiendo a gritos.
Continuará…
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