"Matrimonio y familia una especie en extinción".
(Primera parte)
Este artículo está dedicado a todas aquellas parejas que en familia luchan por mantenerse unidas y para aquéllas que si no están ya juntas puedan reflexionar y darse una segunda oportunidad, creo que ustedes se lo merecen y sus hijos si los hubiera se los agradecerían con todo su amor.
El Amor y La Esperanza. Nuestra vida matrimonial pudo haber seguido caminos diferentes a los que alguna vez soñamos. Sin embargo si usted está leyendo este artículo y se interesa en él, quizás pueda significar que ha logrado conservar algo fundamental: la Esperanza en nuestro amor. Retrocedamos en el tiempo y recordemos cuán grande era nuestra esperanza en él al casarnos. Dimos aquel paso con inmensa alegría, porque el matrimonio y la familia se nos presentaban como un camino para asegurar lo más maravilloso que habíamos encontrado en nuestra vida: EL AMOR. Pensemos en lo que fue nuestra primera experiencia de estar enamorados, o aquel momento inolvidable en que nos conocimos y empezó una hermosa historia de amor, de pareja. Entonces todo nos parecía diferente, ¿recuerda? Era como si estar allí hubiéramos descubierto la verdadera vida, como si recién comenzáramos a vivir a "pleno pulmón". El amor del otro era un sol en cuya luz todo brillaba más hermoso, y cuyo calor despertaba en nosotros energías desconocidas. Cuando salíamos con nuestra pareja, nos ponían como condición que hiciéramos esto o aquello, no nos importaba, lo hacíamos de inmediato, sentíamos ganas de ser mejores, de estudiar y trabajar más. Más aún: el amor del otro nos daba también las fuerzas para hacerlo y confianza en nosotros mismos. Muchos dolorosos complejos se habían esfumado de golpe, al pensar que el otro nos quería y nos había escogido tal como éramos, pudimos reconciliarnos con nosotros mismos: aceptar el propio modo de ser, o el propio físico. Ya nada de lo que antes nos dolía tenía importancia ante esa liberadora certeza: "Me quiere como soy, y con su apoyo lograré superar cualquier limitación que tenga". Sentíamos que contando con la luz y el calor del otro, todo se volvía fácil y posible. Y por eso nos casamos: para asegurar que tendríamos siempre al lado a ese "sol" que era garantía de nuestra felicidad.
Es el amor: ¿Una sensación pasajera? Ciertamente, al casarnos sabíamos que no todo sería siempre "color de rosa", pero teníamos confianza en nuestro amor, que era tan fuerte y tan hermoso. Sin embargo, comenzaron a suceder cosas con las que no contábamos. El "sol" del otro comenzó a nublarse, en lugar de su calor, muchas veces recibimos el frió de su egoísmo, o el hielo de su indiferencia. Conocimos las tormentas de su mal genio, incluso con granizadas. ¿Qué estaba pasando?, la sensación de tener al otro ya "asegurado", nos hizo aflojar inconscientemente el esfuerzo por conquistarlo, entregándole lo mejor de nosotros mismos. Así aparecieron defectos que hasta entonces habíamos sabido controlar, y hubo desengaños que debilitaron la mutua admiración. A ello se agregaron algunas heridas, consecuencias de discusiones y palabras duras. Eran pequeñeces, pero se acumulaban, pues ya no teníamos el tiempo de antes para conversarlas. No era lo mismo estar de novios que manejar una casa. Las preocupaciones materiales y los problemas de los hijos nos absorbían, y por dentro nos distanciábamos, la vida matrimonial iba convirtiéndose poco a poco en rutina, entonces surgió la duda: ¿no sería el amor -como lo habíamos vivido al comienzo- una sensación necesariamente pasajera? ¿Y cómo debíamos, entonces, apoyar a nuestro anhelo de felicidad en cosas "más sólidas", como el dinero, el trabajo, el bienestar material o los hijos?
Sin duda esa vibración indescriptible que nos producía la "luz" y el "calor" del otro en un principio, tenía mucho de "sensación" y quizás estaba destinada a pasar: porque nuestra sicología no resiste la prolongación indefinida de una sensación intensa. Sin embargo, nuestro amor no se identificaba con tal sensación. Ella era sólo la forma en que su fuerza y su novedad repercutían en nuestra sensibilidad. Pues el amor humano echa raíces más allá de los sentidos. Brota del núcleo más íntimo y espiritual de nuestra persona, es una realidad de tipo moral, una "decisión por el otro": decisión de entregársele para hacerlo feliz, de modo que esa felicidad que le demos sea, al mismo tiempo, la parte más importante de la propia felicidad. Esta decisión -que es el núcleo de nuestro amor- no tiene por qué envejecer ni debilitarse. La experiencia de muchas parejas así lo prueba: después de 30 ó 50 años de matrimonio pueden afirmar, con toda verdad que se aman más que al comienzo. Éste fue el caso, de unos amigos, Leony y Cachito, que nos han regalado, ese ejemplo de fidelidad y de amor en su matrimonio de más de cinco décadas. Con un amor más sereno -sin tanta ebullición- pero más intenso y profundo que al comienzo. Y donde también la luz y el calor del "sol" inicial se han vuelto más penetrantes y vitalizadores. Esas parejas -abundantes en la iglesia, particularmente en la comunidad de San Agustín- son la mejor prueba de que el amor, como realidad espiritual y fuerza de felicidad, pueden durar para siempre. Continuará…
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"Me sedujiste Señor y me dejé seducir, fuiste más fuerte que yo, y me venciste" Jr. 20, 7. Decía Jesús, "No me digas que me amas, dime cómo vives", "La familia que reza unida, permanece unida", "Sígueme este domingo a Misa". Iniciativa laguna un proyecto de valor y de valores de los laguneros y para los laguneros y el mundo!!! Esperamos como siempre sus comentarios en: despertar_es@live.com. Lo invito a visitar mi blog en donde encontrará más artículos de su interés. www.familia.blogsiglo.com
"QUIEN NO VIVE PARA SERVIR, NO SIRVE PARA VIVIR".