Fecha de caducidad
Terminó septiembre e hice un recuento necesario. El Tribunal Electoral ratificó lo que todos sospechábamos: que la democracia en México es un mito, como la Llorona, el virus H1N1 o el chupacabras. Todavía algunas banderitas se tuestan al sol en las patrióticas ventanas, pero la efervescencia por los chiles en nogada y la ejemplar calvicie del cura Hidalgo han sido desplazadas por inmóviles tarántulas de plástico, terroríficos murciélagos aéreos, sábanas de pálidos espectros y otras temibles esdrújulas. Un consejo: ordene usted su sabroso pan de muerto y sus buñuelos que, no lo dude, se amasan ya junto a la riquísima rosca de reyes. Y a eso, a la repetición de clichés, le llamamos tradición. Pero de poco o nada sirve una tradición que no recuerda lo que festeja y que, por el contrario, sólo nos orilla a comprar. Nunca nos detenemos a pensar que, tras cada inocente carcajada de Santa, tras cada reno de roja nariz que surca el cielo invitándonos a deslizar la MasterCard, está el despiadado ciclo del consumo. Porque, con cada operación económica, confirmamos el pacto social.
Pensémoslo un momento: ¿qué es un país? Muchos hablarán del territorio, de la patria, de las raíces y de las gestas libertarias. Para mí, un país es un conjunto de personas dependientes económicamente entre sí; y en nuestro caso se trata de una economía cada vez más despiadada que intenta justificarse con referentes éticos e históricos, bajo la apariencia de un objetivo común. Las fronteras hoy sirven para dos cosas, que por cierto, no logran del todo: delimitar mercados y contener a la mano de obra.
Para nadie es nuevo que en México existe un alto nivel de inconformidad. Pero, como la lava volcánica, la indignación del mexicano genera un descontento que se petrifica al contacto con el aire: pronto nos acostumbramos al EZLN y al subcomandante Marcos, pronto nos hicimos a la idea del EPR y a la resistencia de los electricistas, pronto nos olvidamos de la APPO y nos volvimos inmunes a los plomazos de las Narco Wars. Del mismo modo parecemos ya acostumbrados a la idea de la imposición y del regreso del PRI a Los Pinos.
En tan sólo cuatro meses, en México nos hemos habituado a la presencia de los estudiantes de #Yo soy 132. Sí, nos hemos habituado pero sin involucrarnos con su lucha o sus demandas. Y los estudiantes difícilmente podrán lograrlo solos. El éxito de su movimiento depende del eco que encuentren en la población económicamente activa. De que la indignación pueda incidir en el ciclo del consumo. Estoy convencido de que la transformación de México es posible sin disparar un solo cartucho. Podemos transformar al país tan sólo cambiando de hábitos, en específico, de hábitos de consumo colectivo.
También en septiembre, recibimos el anuncio de que López Obrador planea la creación de un nuevo partido: MORENA, y con eso nos deja, por lo menos, perplejos. ¿Es que sigue confiando en la vía electoral? ¿Qué nuestro sistema democrático no ha demostrado ya su cinismo y su ineficacia? Aún más, esta vez no hubo manifestaciones de inconformidad como el tan condenado (por Televisa) plantón en Paseo de la Reforma hace un sexenio. Pero más que fundar nuevos partidos o moderar los discursos en busca de electores, lo que necesitamos es refundar las instituciones que tenemos, pues éstas también caducan. De las iglesias a los bancos, del Monte de Piedad a la biblioteca pública, de las televisoras a los supermercados, México es lo que consume.
Twitter: @Frino_B