¿Se ha preguntado por qué tenemos especial atención a la muerte?
Mañana festejaremos el "Día de los Muertos", otros le dicen: "De Finados", cuando recordamos a los seres queridos que se han adelantado en el trance de morir, fenómeno natural al que casi todos tememos; algunos por cuestionarse qué sucederá; luego, otros, porque tememos duela físicamente.
Pocas veces reflexionamos sobre el acto de morir y, en forma de autodefensa, hemos desarrollado temor al momento.
¿Ha reflexionado que bien pudiera tratarse de un instinto de conservación? Piense que si no hubiera ese sentimiento de rechazo, tal vez muchos de nosotros ejecutaríamos por propia mano el acto, en algo que llaman suicidio, considerando que buena parte de los habitantes del planeta tenemos sobradas razones para estar insatisfechos o francamente infelices.
Al revisar la historia de las culturas, encontramos ese temor que es reforzado por causas naturales y otras mitológicas; tememos a lo desconocido y hasta ahora nadie ha regresado para narrarnos su experiencia, aunque desde mediados del siglo anterior, gracias a Raymond A. Moody, médico con doctorados de filosofía y medicina, además de ser psiquiatra, estudió la muerte corporal y las experiencias de personas, publicando las conclusiones de sus investigaciones en su éxito de ventas: "Vida después de la vida", que resultó altamente lucrativo y causa de viraje en su vida profesional; hoy sigue investigando y dando conferencias en todo el mundo.
Desde luego que, de inmediato, aparecieron detractores, informando de experimentaciones que muestran como, ante la muerte, nuestro cerebro empieza a desarrollar procesos -maravillosos por cierto- tendientes a protegernos.
Los creyentes hablan de un túnel oscuro, con una luz al final; otros definen entre esa luminosidad a las imágenes de seres queridos finados; algunos más, observan jardines agradables.
La ciencia asegura que al momento de morir, nuestro cerebro libera sustancias que favorecen la tranquilidad y serenidad para el difícil trance; nos disminuyen la ansiedad y el temor. Mencionan algunas de ellas, como la dopamina, que por cierto estimulan los drogadictos al consumir opiáceos como la cocaína. Quienes tienen la experiencia de observar a los moribundos, confirman un momento que se puede considerar "de paz", antes de suspender las funciones vitales: morir.
Pero aún en la seria postura de la neurociencia, muchas hipótesis llegan a contradecirse entre sí, dejándonos más dudas.
Desde luego que en algunas sectas religiosas, la muerte, es tomada como el proceso en que el alma se libera del cuerpo para llegar a Dios; y las hay que festejan en el momento, ya que representa la superación y trascendencia espiritual.
Lo cierto es que ver morir a un ser querido produce intenso dolor psíquico, mayor entre más cercano sea y a eso, los tanatólogos, también le dan muchas explicaciones, que van desde el afloramiento de sentimientos culposos, temor a la pérdida de un sostén emocional y/o material, hasta el sentimiento de tristeza por la partida de un amor filial o romántico.
En nuestra cultura latina, la muerte significa mucho más, incluyendo sentimientos de alegría por el recuerdo y causa de festejo con alimentos y bebidas, memoranzas que, en algunas ocasiones, terminan en borracheras y hasta grescas entre familiares.
En nuestra memoria, -otro proceso maravilloso que apenas empezamos a comprender- queda la riqueza de los recuerdos: del ser querido que murió y ahora se hace presente en nuestra mente, evocando sentimientos amorosos, incluidos los de pérdida, pero reubicándonos en nuestro entorno social y familiar.
También en este festejo cultural somos agredidos y nos quitan satisfactores para la vida. Piense en los jóvenes que memoran el Halloween, fiesta satánica de los druidas, envuelta en mitos extraños que poco o nada aportan al espíritu como alimento.
Actualmente, pocas familias sostienen la tradición de reunirse para ir al panteón y posteriormente compartir el pan y la sal, saludándose, reconociéndose, sabiendo los unos de los otros y retomando lazos de consanguinidad.
Esa, aunque no lo parezca, es una gran pérdida en el campo de la afectividad.
De todo aquello queda poco, acaso comer "pan de muerto", que ha sobrevivido por representar un buen negocio para panaderías y supermercados; tal vez, algunas calaveritas de dulce, con nombres pegados en el frontal, escrito con impresora en un trozo de papel. Realidad poco evocativa y mucho menos inspiradora sobre nuestra riqueza heredada.
Afortunadamente algunos centros educativos aún nos defienden, motivando a los estudiantes a poner un "altar de muertos" y festejar el día, memorando algún difunto sobresaliente; otros nada hacen y algunos hasta agreden nuestra idiosincrasia con fiestecitas de brujas y espantos que piden Halloween.
Piense que para defender a nuestra familia en estos tiempos difíciles, también requerimos rescatar lo rico de nuestras tradiciones y a través de ellas reagruparnos, en un bloque que nos fortalezca para defendernos del embate del feroz individualismo. ¿Lo ha analizado desde este ángulo?
ydarwich@ual.mx