‘ El baile de los osos’
Pablo Neruda
Don Chente Valles era un tipo bravo, curtido en las faenas del campo, de mirada diáfana, habla procaz, cuerpo exiguo, pero macizo. Su mayor pasión fue la casería, todo animal que tuviera cuernos o rasgos salvajes era trofeo que llenaba su vida de emoción.
Durante su larga existencia realizó miles de excursiones a la sierra (le sentaba bien a su salud dormir a la luz de las estrellas), el recordaba con gran palpitación una excursión en especial:
Era un día límpido, de sol abrasador, repleto de contemplativos laberintos resinosos, el tiempo era perfecto para cazar desde un búfalo hasta un león, aquellos minutos transcurrían lentamente, observaba con gran parsimonia el horizonte atestado de pináceas, absorto en su búsqueda a lo lejos alcanzó a divisar a un oso, de enorme masa corporal, tenía el pelaje blanco (a mi entender este era un craso error en su relato, ya que en la sierra no habitan los osos polares, don Chente astutamente aducía que probablemente era albino aquel mamífero), poseía también aquel enorme oso unas monstruosas garras curvadas y filosas, un hocico que provocaba un miedo aterrador hasta al más valiente de los valientes.
Inmediatamente se tiró pecho tierra, a punto su rifle Winchester 220 Swift con lente Bushneel (para francotiradores de élite), con una gran tranquilad, controlando su respiración, jaló suavemente del gatillo, una vez, dos y muchas más. El sonido de las descargas continuas emulaban la de una arma automática, para su mala fortuna no atinó un disparo, todos los erró, sus fallas se las atribuyó al factor viento y la enorme distancia entre su presa y él.
El animal divisó a don Chente, rápido comprendió que aquel viejo le quiso dar muerte, el oso se enojó de una manera tan impresionante, que dejó de ser blanco, se volvió rojo del coraje, como un bólido se dispuso a alcanzar a su verdugo (irónicamente ahora el cazador era la presa).
Sin balas, cuchillo o algún machete que le permitiera hacerle frente al mamífero cegado por la ira, ipso facto pensó: ¡con los pies! y salió tan veloz como su miedo se lo permitió, la bestia le estaba dando alcance y mejor decidió trepar al pino más alto que vio, el oso embravecido llegó a la pinácea donde estaba trepado el cazador, con una fuerza descomunal empezó a mover el árbol resinoso, parado en sus dos patas tiraba zarpazos asesinos que pasaban a escasos centímetros de los pies de don Chente; sentía como si le estuvieran rasgando el alma, trémulo en la punta, por un instante creyó que esos momentos aciagos serían sus postrimerías.
Para su mala fortuna, de la nada llegó otro oso, ahora eran dos, si uno estaba causando grandes estragos, dos eran la crónica de una muerte anunciada, en sus profundos adentros pensó: “al menos no moriré triste, escuchare música en mi vejo radio”... los osos cesaron de golpear el pino, quedaron absortos con aquel sonido, de inmediato se abrazaron y comenzaron a bailar, el repertorio musical fue extenso, los osos con gran habilidad bailaron desde tango hasta cha-cha-chá, después de tres horas de música ininterrumpida, las pilas comenzaron a fallar, el sonido fue cada vez más intermitente, hasta llegar a un silencio total.
Don Chente pensó con la lógica de quien siente sus minutos contados en este mundo terrenal: “se enojarán estas bestias salvajes y ahora sí me matarán”. Cerró sus ojos, comenzó a realizar una oración para pedir la ayuda de Dios (rasgo común en todos los seres humanos, sólo cuando tienen el agua hasta el cuello, solicitan la ayuda del todo misericordioso), mientras él rezaba con fervor, los mamíferos se miraban con gran emoción, inexplicablemente a toda lógica y ciencia, el oso con una voz ronca y fuerte le dijo a su compañera de diversión: “vámonos vieja, ya se terminó el baile”.
A mi parecer este relato es genial, de una excelsa creatividad, sin embargo don Chente juró y perjuró hasta el día de su muerte que estos hechos habían sido verídicos, por eso cuidaba con gran amor aquel viejo radio, fiel testigo de aquella proeza fantástica.
ejido Pamplona, Durango.
Rubén Arturo Torres,