¡Qué asco!
Nuevamente, cual calca fiel, se presenta la casi idéntica situación de 2006. Unas elecciones en las que ahora no se cuestiona el número de votos sino la calidad de dichos votos.
El proceso de validación o invalidez de las elecciones está en marcha.
Se están presentando abundantes pruebas sobre múltiples y graves irregularidades entre las que más destacan es la compra y coacción del voto y el rebase del tope de campaña de Enrique Peña Nieto, ambos delitos que pueden ser causales de la invalidación de la elección.
La decisión del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación hará una análisis exhaustivo e imparcial (eso debiera de darse) y se pronunciará de aquí al mes de septiembre próximo.
Muchos dudamos de la imparcialidad del TEPJF dado que en 2006 emitió una sentencia histórica: sí se violentó la Constitución, sí intervino Fox, sí se violentaron derechos humanos, leyes, normas secundarias, etc., pero no fue suficiente para anular aquellas elecciones.
Millones quedamos absolutamente ofendidos y nuevamente millones tememos que se repita la misma película y que la ciudadanía sea burlada nuevamente.
Por lo pronto Calderón y Peña Nieto (mucho antes de que el TEPJF emita su veredicto) ellos ya están planeando el traspaso del mando.
¿Cómo es posible que los mexicanos toleremos tanto cinismo de quienes detentan el poder?
¿Cómo es posible que los mexicanos todos no protestemos ante el asqueroso el cochinero que estamos viviendo?
¿Por qué preferimos atragantarnos de todo tipo de inmundicias nada más porque López Obrador nos cae mal?
Y luego nos extrañamos de las manifestaciones violentas que pudieran darse en el país.
Desde luego no lo viví, pero me parece que estamos viviendo una época similar a la que se vivía antes de la revolución de 1910: los porfiristas fieles y beneficiarios del régimen (los potentados de entonces, pues) defendiendo a capa y espada al “orden establecido”.
Tenían dinero de sobra para hacerlo y tenían a su disposición los principales periódicos de la época, encargados de desprestigiar y vilipendiar a quien osara oponerse a Don Porfirio. Parece que la historia no nos ha dado las lecciones suficientes.
Les envío un saludo.
Héctor Astorga,
Ciudadano de Torreón.