Año de la fe
En 1976, Ruth Nanda Ashen, en su prólogo al libro “Tener o ser”, del psicoanalista y filosofo Erich Fromm, dice lo siguiente: “la humanidad corre el riesgo de tomar caminos que la conduzcan a la esterilidad de la mente y el corazón, a la apatía moral, y aún a producir dinosaurios sociales inadecuados para vivir en un mundo en evolución”. Sus temores se están cumpliendo: la humanidad parece estarse “deshumanizando” a pasos agigantados. Cada vez son más frecuentes acciones francamente salvajes, que no van de acuerdo con lo que se espera de la naturaleza humana; El abismo entre los que todo lo tienen y los que nada tienen se agranda; Las injusticias y el hambre crecen en número y en intensidad; La marginación de los pobres es mayor cada día.
El superhombre que todo lo puede, no ha podido cambiarse a sí mismo, al contrario, en la medida que su poder tecnológico aumenta, él parece convertirse más y más en un pobre hombre confuso y desorientado; se le ve infeliz, angustiado, deprimido (dígalo sino el explosivo aumento de casos de depresión y de suicidios entre jóvenes).
Ha caído en el garlito que de que para ser más hay que tener más y en ese afán se ha vuelto más egoísta, más avaro, más indiferente ante el sufrimiento y el hambre de los demás; su relación con la naturaleza es cada vez más hostil y destructiva.
La pasión por tener más lo ha cegado. Todo indica que se está llegando al fin de una ilusión: la de que el hombre se basta por sí solo para construir un mundo mejor.
La necesidad de un profundo cambio humano flota en el ambiente. Cada vez son más las voces que así lo reconocen. Pero ¿Cómo lograrlo? ¿Qué hacer para detener la creciente deshumanización? Debe existir un “algo” o un “alguien” integrador que sea capaz de dar un nuevo rumbo a la humanidad.
El problema radica en que lo descubramos para iniciar un nuevo “despertar” de lo propiamente humano.
Hay un principio que pocos discuten que no se debe dejar de considerar: La persona debe tener convicciones y valores para vivir humanamente.
El 11 de octubre se inicia el año de la fe. Su finalidad es despejar el camino hacia una nueva relación con Dios, a quien muchos consideramos como ese principio integrador que necesita la humanidad.
No me refiero aquí al dios de una determinada religión, sino al Dios único, al Ser Absoluto que, por serlo, es también la verdad absoluta y el bien absoluto, independientemente del nombre que se le dé.
Este es el Dios en el que hay que tener fe; el Dios en el que hay que confiar para proyectarnos, con su ayuda, a una nueva relación consigo mismo, con los demás, y con la naturaleza. No desaprovechemos la oportunidad.
En la fe, considerada como “el sentido de lo divino”, tal vez encontraremos esa fuerza ecuménica que nos permita rencontrarnos con nuestra verdadera naturaleza humana y revertir la deshumanización.
Rodolfo Campuzano,
Gómez Palacio, Durango.