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Cultura vial

La cultura vial la hacemos todos. ¿Qué se necesita para desarrollar una cultura vial incluyente y participativa? Precisamente eso, que todos tengan el deseo de participar en el desarrollo de un nueva manera de transitar por la ciudad que permita consolidar un equilibrio entre el flujo vehicular y peatonal así como generar mayor seguridad y reducir los niveles de tráfico y contaminación actuales. ¿Cómo lograrlo? La ciudadanía demanda no sólo el esclarecimiento de las problemáticas sociales y la proposición de soluciones en el papel, sino el desarrollo de acciones que hagan que pasen del papel a la realidad.

Todos podemos actuar y todos debemos hacerlo. Partiendo de esa premisa, podemos comenzar a proponer acciones concretas para la consolidación de una nueva cultura vial que persiga los objetivos planteados. Quienes tienen mayor responsabilidad en esta tarea son, sin duda alguna, los automovilistas. La reiterada actitud de soberbia de muchos hacia motociclistas, ciclistas y peatones, así como a otros automovilistas, ha sido motivo de innumerables accidentes de los cuales gran parte termina siendo irremediable por las pérdidas humanas ocasionadas, así como por los cuantiosos daños materiales.

El automovilista que incurre en actitudes de egocentrismo al manejar, es un peligro para todos los que se encuentran a su alrededor: tomar los cruces sin cuidado, acelerar por encima de lo permitido en la ciudad, los cambios bruscos de un carril a otro, frenar en seco cuando no es necesario y hay varios autos detrás, no ceder el paso al peatón, presionar al motociclista/ciclista que va delante, son sólo unas actitudes que pueden observarse en muchos automovilistas diariamente y en las que, seguramente, todos hemos incurrido alguna vez.

El automovilista que maneja sin cuidado pone en peligro a los demás, y a sí mismo. La intransigencia de las personas que se niegan a renunciar a su comodidad personal y tomar el transporte público, incentiva la presencia en las calles de un elevado número de automóviles todos los días, causal de contaminación y tráfico.

Pero no solo el automovilista tiene responsabilidad en la problemática vial. ¿Qué hay del motociclista que cree gozar del privilegio de no tener que esperar en las interminables colas del tráfico, como cualquier otro vehículo, y toma “su propio carril” entre dos filas de autos? ¿Qué hay también del motociclista que transita por la banqueta, sin considerar la tremenda falta de respeto a la tranquilidad y seguridad del peatón? ¿Y del motociclista que serpentea entre carriles, esquivando autos, a más de 120 kilómetros por hora?

También hay graves faltas del ciclista y el peatón. La peor de las irresponsabilidades que puede cometer un ciclista (y sin embargo sucede con frecuencia) es transitar por la orilla de su carril, pero en sentido contrario, exponiendo su seguridad. Y los peatones que cruzan calles corriendo sin esperar a que el semáforo les indique hacerlo cuando está marcando alto para los vehículos, o los que cruzan calles entre los autos en lugar de pasar por delante de ellos.

El punto importante es que la responsabilidad de alcanzar mayores niveles de seguridad, y reducir los niveles de tráfico y contaminación debe compartirse y que sólo la participación conjunta puede lograr resultados positivos. Necesitamos crear cuerpos organizados de la sociedad civil que pueden surgir de las universidades o las asociaciones de vecinos para desarrollar proyectos de movilidad urbana que gocen del respaldo de las instituciones gubernamentales con la finalidad de efectuar acciones que generen beneficios tangibles. Las ciclovías ciudadanas son un buen lugar para empezar.

Ramón Rubio Navarro.

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