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Rubén Arturo Torres

La visita del gobernador

"Lo que hagamos en vida, hará eco en la eternidad"

El sol pegaba con sus rayos como látigos de calor, era un hermoso día límpido, ahí estaba el tumulto de gente debajo del cielo como una ola negra, todos murmurando, todos expectantes a la llegada del gobernador a Tlahualilo de las pitayas.

En ese pueblo la gente se acostumbró a la monotonía, de tal forma que cualquier evento sin pompa ni gala que los sacara de su realidad actual, se festejaba con bombos y platillos. El más contento era el presidente municipal, su sonrisa de regocijo permanente lo delataba; pretendía continuar con su carrera política, con su ascenso a la gloria; la presidencia municipal sólo sería el trampolín, de ahí a una diputación y luego una senaduría, regresaría triunfante de San Lázaro para quizá ser gobernador de su estado, ahí terminaba su sueño político, ser presidente del país no le interesaba, porque en la presidencia te metes en cada problema, en cambio ser diputado o senador consiste en levantar la mano, aprobar leyes que no conoces, viajar por el mundo, tener gloriosas comidas, prometer muchas cosas sin sustento en tiempos de elección, ser parte de una legislatura y pasar a los anales de la historia política como un diputado que supo hacer negocios al amparo del poder.

Por eso el presidente había sido promotor y desarrollador de aquella magna obra pública que el gobernador se aprestaba a inaugurar, llevaría el desarrollo a un pueblo olvidado por todos, inclusive por Dios. Tanta fue la emoción que se preocuparon por cambiar hasta el más ínfimo de los detalles del rostro de aquel poblado a costa de lo que fuera; quitaron el corral de chivas que estaba a un costado de la carretera porque daba mala impresión, las calles quedaron libres de basura y maleza, algunas casas las encalaron, sobre todo por donde pasaría el gobernador, pretendían esconder la pobreza, su condición rural, su condición de pueblo excluido de la globalización. A la gente le comunicaron de una forma tan enérgica que no molestaran al gobernador, de tal forma que todos se confundieron si era una ley o una petición: nada de andar pidiendo ayuditas, ni favores, ni despensas, ni dinero. Se aseguraron de que todo fuera perfecto, por eso ese día apresaron a un señor revoltoso que nada le parecía y sus gritos de protesta cotidianos sólo resonaron en los barrotes y las paredes de la cárcel municipal.

La comida fue lo más impresionante, intentaron agasajar al invitado de una forma tan generosa que jamás olvidaría esos manjares: barbacoa de borrego, asado rojo, asado verde, chuletas del siete, arracheras, guacamole, tortillas de harina y maíz, frijoles charros, arroz blanco y rojo, sopa de macarrón, quesos asaderos y rancheros, tres tipos de salsas, chile en molcajete, era una bacanal al estilo romano. También contrataron a un sonido de música, corría el rumor de que el gobernador era fan de Vicente Fernández, inclusive decían las malas lenguas que había amenizado algunas de sus fiestas particulares, de tal manera que aquel día hizo eco en el pueblo durante toda la tarde la Ley del Monte. Era un día pletórico, que marcaría un hito en la historia de ese poblado, inaugurarían un tramo de carretera que traería la modernidad a un pueblo dedicado 100% a la agricultura.

Por fin llegó el gobernador con una vasta escolta dejando una tolvanera a su paso, la gente empezó a aplaudir, estaban extasiados de ver a tan importante personaje. El presidente municipal mandó callar al sonido musical de inmediato, tomó el micrófono y con una voz temblorosa empezó a decir el siguiente discurso: amigos conciudadanos, estamos aquí reunidos para ser testigos del desarrollo económico y social de este poblado, hemos coadyuvado esfuerzos sin precedentes gobiernos estatal y municipal, nuestro amigo el gobernador ha sentado las bases para un desarrollo sustentable a largo plazo, hoy le podemos decir a nuestros hijos con orgullo que les estamos dejando un legado de prosperidad, de trabajo y esfuerzo, déjenme decirles que esta carretera generará nuevas inversiones, tendremos acceso más rápido a la ciudad, es por eso de la importancia de esta magna obra, quiero agradecerle a nuestro amigo el gobernador que siempre está al pendiente de nuestras necesidades, sin su apoyo decidido y audaz jamás hubiéramos concretado este proyecto histórico, estos 10 kilómetros serán un río de prosperidad, por donde circularán toda clase de mercancías. Se hizo un silencio sepulcral en el ambiente, sus prosélitos empezaron a murmurar; cómo que 10 kilómetros, si sólo son 5 kilómetros los pavimentados. El síndico se puso nervioso, casi colapsa en el templete, de inmediato se acercó al presidente municipal y le dijo con una voz suave al oído: señor presidente se equivoca usted, son sólo 5 kilómetros los pavimentados, es de humanos errar, quizá la emoción le ganó señor. Contestó el presidente: está bien Archundia, gracias por el dato. Estimados con ciudadanos no se confundan por favor, nuestro amigo Archundia me dice que son sólo 5 kilómetros los construidos, pero no caigan en el error como él, no señores, no se confundan, el gasto ejercido es de 10 kilómetros, si no es así que la nación me lo demande y la historia, ante todo está mi honradez, mi honestidad, soy un hombre de principios, un hombre íntegro, son 10 kilómetros señores, los pavimentados; 5 de ida y 5 de venida, que da como suma un total de 10 kilómetros.

Finalizó el acto y sólo unos cuantos afortunados comieron con el gobernador aquellos manjares, a lo lejos del poblado se escuchaban risas y gente cantando con singular alegría la Ley del Monte.

Rubén Arturo Torres,

Ejido Pamplona, Durango.

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