‘El bullying como lección de vida’
En los últimos tiempos se ha hablado insistentemente del “bullying”, un término cuyo significado es sinónimo de la violencia y describe un modo de trato entre personas. Su significado fundamental es: acosar, molestar, hostigar, obstaculizar o agredir físicamente a alguien.
Es tanta la importancia y la difusión que ha tenido, que ahora es un tema de expertos de la conducta, de intelectuales, de los medios de comunicación, de políticos, de “maestros” que sí quieren cambiar a México y de otros tantos que simplemente han querido colgarse de la fama y que sin embargo es y seguirá siendo un problema social, pendiente por resolver.
Entre tantos adornados discursos y entre tanto intercambio de ideas y de palabras vanas, nos olvidamos de lo práctico: el “bullying” al fin, es un problema necesario, es una lección de vida, es un problema social de todos los tiempos del que no podemos desprendernos porque es la parte animal inherente al ser humano.
En mis tiempos, la violencia escolar era también factor de aprendizaje: ofender o ser ofendido, esperar a la salida o ser esperado, dar o recibir algunos duros golpes. Cuando se tenía un problema de esta naturaleza era emocionante, pues se creaban expectativas, buenas y malas; ¿Qué hago?, era la primera disyuntiva y así resolviendo una a una, porque era un asunto meramente personal. Contrario a lo que ahora los “expertos” recomiendan, lo que menos queríamos era que supieran nuestros padres, ellos eran los últimos en enterarse. Mientras tanto y dependiendo de la fortaleza y “peligrosidad” del contrario, uno pedía la ayuda del amigo, del primo o del hermano para pensar en una estrategia de defensa y salir eventualmente victorioso. A nadie le convenía que los adultos se enteraran, porque era castigo seguro: por un lado; los maestros con el consentimiento de nuestros padres, nos imponían pesadas tareas escolares y nos daban de reglazos en las manos o nos paraban en el patio de la escuela bajo el sol con un ladrillo en cada mano y al enterarse nuestros padres, ellos nos “emparejaban” con el cinto o con una correa sobre nuestras nalgas.
Dicen que “lo que no te mata te fortalece” y efectivamente; yo y todos mis compañeros generacionales desarrollamos una fortaleza que nos ha servido para enfrentar y superar con decoro los retos de esta vida. Creo en lo personal, que nosotros, los que ahora somos viejos, no supimos enseñar a nuestros hijos lo bien que aprendimos de nuestros mayores. Nosotros y las nuevas generaciones de padres, nos hemos dedicado a resolver los problemas que sólo a los menores les compete. Ahora, los papás modernos no quieren que sus hijos se mortifiquen y frecuentemente los relevan de responsabilidades que distorsionan un carácter que antes era orgullo familiar y hereditario por generaciones.
Para ilustrar mis comentarios, citaré dos ejemplos: el primero tiene que ver con el futbol americano. En los años setenta, todo aquel que quería ingresar al equipo de los Gatos Negros del Tecnológico de la Laguna era objeto de “bullying”. Los novatos tenían que tolerar y superar todas las vejaciones que eran objeto de los jugadores de base y de jugadores veteranos. Debo decir que esta fue la época dorada del equipo. El segundo tiene que ver con la Preparatoria Venustiano Carranza. También en los años setenta, todo aquel que quisiera obtener una ficha para presentar examen de admisión en la PVC, tenía que tolerar el “bullying”. Los estudiantes de base se dedicaban a rapar (morder) las cabezas de cuanto aspirante pretendiera una ficha de ingreso. Debo decir que los alumnos que pasaron por la PVC durante estos años y los anteriores, ahora son en su mayoría, brillantes profesionistas.
Juan Antonio Aguilar Tello,
Torreón, Coahuila.