Francia entregó ayer la presidencia al izquierdista Francois Hollande, defensor de los programas de estímulo del gobierno que dice que el Estado debe proteger a los oprimidos: una victoria que asestaría un golpe mortal a los esfuerzos a favor de la austeridad que fueron el sello de Europa en los últimos años.
El presidente electo hereda un país repleto de deudas y dividido sobre cómo integrar a los inmigrantes, mientras preserva su identidad nacional. Los mercados vigilarán muy de cerca sus pasos iniciales en la presidencia.
Hollande se presentó como un vehículo para el cambio en toda Europa.
"En todas las capitales... hay gente que gracias a nosotros, tienen esperanzas, que están atentos a nosotros y que quieren acabar con la austeridad", dijo Hollande ante una multitud de partidarios en un discurso la madrugada del lunes en la Plaza de la Bastilla, en París. Los festejos se extendieron durante la noche por la emblemática plaza de la Revolución Francesa, llena de juerguistas que agitaban banderas de Francia, europeas y de sindicatos. Algunos treparon por una columna que se levanta en su centro.
Los izquierdistas rebosaban de alegría por tener a uno de ellos en el poder por primera vez desde que el socialista Francois Mitterrand gobernó de 1981 a 1995. El candidato socialista venció por un margen estrecho al mandatario saliente, Nicolás Sarkozy.