Gente del diario
Podemos pagar un préstamo de oro, pero siempre estaremos en deuda con quienes han sido amables con nosotros.
Proverbio malayo
Un autobús que en el trasiego de pasajeros impedía el paso, me ofreció el espacio para condolerme ante el esfuerzo brutal con que una anciana, con las piernas arqueadas por el peso, intentaba subir al vehículo cargando dos costales de elotes. ¿Cuál será la fuerza que motiva a esa mujer a levantarse cada mañana a una vida tan jodida? ¿Tendrá al marido enfermo? ¿Quizá dos nietecitos que han quedado a su cargo?, me pregunté.
“Quien nace para maceta, no pasa del corredor” afirmaba papá (quien siempre se creyó bordado a mano) con cierto desprecio por la indispensable gente del diario. Esa que se levanta en la madrugada para amasar el pan que comeremos más tarde, la que reparte los periódicos al alba o se mete bajo el auto en el taller. La buena gente que alegra su semana con el triunfo de su equipo de fútbol y se cuelga la medalla cuando un boxeador mexicano triunfa en Las Vegas. La que compra puntualmente un cachito de lotería para soñarse rico por unas horas mientras hace milagros para sobrevivir con seis mil pesos al mes. Que abarrota los vagones del metro, llora con las telenovelas y no duda en dar su voto al candidato más copetón. Esa gente de buena voluntad que, sin conocernos, dice “buen provecho” al pasar junto a nuestra mesa en un restaurante, come su pan sin aflicción y sufre sus penas sin alharaca, porque ellos saben que la vida es como es y así está bien.
A diferencia de los chispeantes, aventureros, manirrotos cronopios (Historias de cronopios y de famas de Julio Cortázar) y de las bien estructuradas famas, nacidas para administrar y mandar, las esperanzas son un poco simplonas pero muy eficientes. Ellas no cambian al mundo, sólo lo escombran, le curan las heridas y recogen los tepalcates de la piñata aunque nadie los invite a la posada. Las esperanzas representan a toda la buena gente que por estos días, recibirá un horrible regalo y al desenvolverlo dirá agradecido: “Es justo lo que quería”. Son los hombres y mujeres que como los personajes bíblicos Lot y Noé, nada hacen de particular relieve, pero que en secreto, sin que nadie lo sepa (ni siquiera ellos mismos), son los justos por quienes Dios se apiada y no destruye el mundo. “Ese paisaje de personas buenas que a pesar del ineludible desaliento, procuran no dañar a nadie y hacen lo que tienen que hacer de la mejor manera que saben y pueden”, dice Antonio Muñoz Molina de aquellos que nunca se aventuran por mares desconocidos ni nos deslumbran con su arte o con su ciencia; pero que con el sólo acto heroico de vivir cada día con decencia y con bondad; mantienen el mundo en pie. Son ellos quienes cada mañana recogen los escombros que van dejando esos usureros que ahora llaman banqueros, son quienes limpian la mierda que van dejando los políticos y entierran a los muertos que producen los militares.
Reproduzco aquí una poesía de Borges a propósito de los justos: Un hombre que cultiva un jardín, como quería Voltaire. / El que agradece que en la tierra haya música. / El que descubre con placer una etimología. / Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez. / El ceramista que premedita un color y una forma. / Un tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada. / El que acaricia a un animal dormido. / El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho. / El que agradece que en la tierra haya Stevenson. / El que prefiere que los otros tengan razón. / Esas personas, que se ignoran, están salvando al mundo.
Aunque sólo sea por unos días, olvidemos la frustración, las cuitas, nuestros 40 mil muertos; y con el corazón ligero y humilde instalemos un nacimiento y recibamos a los peregrinos con la buena actitud de los justos de la Tierra.
Correo-e: adelace2@prodigy.net.mx