Parecería que el hecho de saber un poco acerca de los usos del lenguaje como que nos obliga a usar palabras raras e inentendibles y a manejarnos siempre en un tono pretencioso y supuestamente magistral, algo que a mí en lo particular me resulta muy antipático y de plano absurdo.
¿Cómo es posible… –me pregunto y no me contesto porque entonces para qué me iba a preguntar- ¿Cómo es posible que el que usa la lengua… no, digo… que el que conoce perfectamente
el idioma y sus funciones, diga las cosas de una manera tan enredada y lo haga con tanta mala leche, que logre su estúpido objetivo de que nadie comprenda lo que está diciendo? ¿Para qué es eso? ¿qué objeto tiene?
¡¡No!!! Si lo que queremos precisamente es comunicarnos por medio del lenguaje, y comunicarse es “hacer comunes” las ideas, transmitirlas a través de ese código maravilloso que es el lenguaje, para que todos podamos tenerlas, acariciarlas y aplicarlas (las ideas).
Un lector se comunica conmigo y en tono amistoso, pero como presumiendo de muy sabio me dice “Leo su columna bihebdomadariamente…” luego se queda un momento esperando que yo haga un gesto de complicidad, o de perdido le cierre un ojo en señal de aprobación como diciendo: Le entiendo perfectamente… Usted y yo somos tan cultos que hasta sabemos que con esa palabreja me está diciendo que lee mi columna “dos veces por semana…” Pero yo le digo otra cosa. Mire señor, –le digo-,
perdóneme, pero si ante un grupo de cien personas nativas de nuestro suelo, me lanza usted esa frase, probablemente haya dos o tres de las cien que le entiendan.
En cambio si me dice “Leo su columna dos veces por semana”, le aseguro de antemano que los cien mexicanos van a entender lo que los cien mexicanos dijeron… Entonces ¿para qué decirlo así, para presumir de conocedor?… Pues fíjese señor que anda usted “chispeando fuera del recipiente”.
Pero también hay que recordar que existe el otro lado de la moneda… a algunas personas les parece inconcebible que un supuesto experto en el uso de la lengua (cosa que este humilde servidor
está muy lejos de ser) le diga “lana” al dinero y “codos” a los avaros, suponiendo que esas palabras son vulgarismos que denotan ignorancia en grado sumo.
En la antigüedad, el ganado era el patrimonio de la gente del pueblo. Y cuando se criaba ovejas, la lana que producían era como dinero en efectivo. De ahí se supone que nace la relación entre “ganar” y ganado y entre la “lana” y el dinero.
A los que somos de Monterrey nos dicen “codos” porque se supone que somos codiciosos, que practicamos obsesivamente la codicia que es la obsesión de tener más, yendo aún más allá de todo lo razonable.
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