"Por menos que eso, en cualquier otro país ya hubiera
caído el gobierno".
Esa frase es ya lugar común en la conversación de quienes se interesan por el acontecer nacional. Pero también es sello de su frustración ante la falta de organización y fuerza ciudadana así como de referentes y liderazgos morales para ponerle un hasta aquí a la denigración con que la clase dirigente -no sólo política- sobaja al país.
Si rodaran cabezas, como tanto les gusta decir a los políticos, por la denigración de la política, quizá, la República estaría ya decapitada. Y es que tanto el gobierno federal como algunos estatales, los partidos y los dirigentes, así como los factores y actores de poder informal han hecho de la indignidad un recurso socorrido.
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El desprecio por la política, el abandono de los canales institucionales de participación, la apología del oportunismo, el tráfico de favores y prebendas, la práctica de la extorsión política o criminal, el ensalzamiento de la violencia y la falta de pulcritud en la procuración de la justicia hoy amenazan no sólo la democracia y el Estado de derecho, sino también la elección de quien deberá hacerse cargo de la ruina de la República. No hay un espacio donde la descomposición política no despida su hedor.
Trasladar recursos públicos es mandar un "burro" con portafolios repletos de dinero sin acreditar a dónde van y de dónde vienen. Solicitar una diligencia "con urgencia y discreción" sobre los movimientos de tres exgobernadores con presuntos vínculos criminales, se traduce en alertarlos. Recomendar sacar la "bazooka" contra la crisis económica en Europa revela una obsesión presidencial. Notificar una decisión de Estado a un particular, exige acompañar al mensajero de una fuerte escolta. Expedir una resolución o tomar una decisión en el tribunal o el órgano electoral, se entiende como una opinión por los sujetos a ella. Espiar ya no supone una orden judicial expresa, sino sólo contar con el equipo necesario. Reorganizar el debate electoral es desatar un griterío en el IFE o recitar por turno en Acción Nacional.
Esa es la semana. Hiede.
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El sobajamiento de la política viene de tiempo atrás, pero se aceleró a partir de este sexenio.
Si, aun antes de asumir la Presidencia de la República, Felipe Calderón se desinteresó por revestir de legitimidad su mandato - "el-voto-por-voto" debió interesarle más a él que a Andrés Manuel López Obrador- y, luego, emprendió de manera inconsulta una guerra que ahora no asume como propia y suma 50 mil muertos, se entiende por qué cualquier factor o actor de poder -formal o informal, criminal o no, encorbatado o no- hace de la fuerza o la arbitrariedad o el pragmatismo timbre de orgullo de su bárbara o cínica actuación.
La decisión -o, quizá, la indecisión- del jefe del Ejecutivo de asumir como lo hizo su mandato le supuso renunciar a la política y mandar al archivo muerto la doctrina que, presuntamente, lo nutría.
Esa actitud por parte de la figura pivotal del régimen terminó por abrir la puerta de par en par a la práctica del arrebato, la impunidad, la extorsión y la barbarie política y criminal, una escuela con muchos seguidores hasta entonces relativamente contenida.
Si el jefe del Ejecutivo se hizo valer como tal a partir de la fuerza política corporativa de un sindicato y de la fuerza armada de ese engendro que es la Policía Federal, al precio de sacrificar la educación y de comprometer al Ejército y la Marina, ¿por qué rayos los demás factores o actores de poder no iban a hacer lo mismo: echar mano de su fuerza política, económica o criminal para hacer valer sus intereses?
Puede o no reconocerlo el panismo, pero el legado de su gobierno a lo largo de 12 años es este: la denigración de la política, el archivo de la doctrina, el desprecio por la civilidad y la costumbre de la extorsión y la violencia política y criminal.
Si Vicente Fox quedó como un aprendiz de brujo, quién sabe cómo quede Felipe Calderón.
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Lo peor del hedor de la política es que no anuncia su descomposición final, sino apenas el arranque de su pudrimiento.
La falta de pulcritud en la procuración de la justicia a nivel federal comienza a crear escuela en los estados, el gobernador Juan Sabines se anota como un alumno destacado y el gobernador Ángel Aguirre Rivero como un interesado en tomar el curso propedéutico. El interés del gobierno federal por la práctica del exgobernador de Veracruz, Javier Duarte, de trasladar el presupuesto en portafolios es el desinterés por la compra de votos de algunos operadores de Ernesto Cordero, a quien le levanta el brazo Fernando Larrazábal, el panista indicado para partir el queso en el casino de la política. La cárcel ya no aparece como el espacio para recluir y rehabilitar a delincuentes, sino como un instrumento político de amedrentamiento.
El espionaje ya no es recurso exclusivo y limitado del Estado, es herramienta de quien tenga los aparatos y la fuerza necesarios para practicarlo y salir impune. ¿Quién espía a los diputados? ¿Quién espía a los comisionados de la Cofeco, la Cofetel y el IFE? ¿Quién espía a Josefina Vázquez Mota? ¿Quién espía a los periodistas? Sin respuesta, es recomendable entonces espiar al secretario de Gobernación, nomás para saber si existe.
Olores de esa pudrición pueden mencionarse muchos otros.
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Mañana domingo, probablemente se intensifique ese olor. Acción Nacional hizo de la oportunidad de marcar la diferencia en la elección de su candidato presidencial... un problema.
El partido en y del gobierno recurrió a prácticas supuestamente del patrimonio exclusivo tricolor -dedazo, inflación del padrón, compra del voto, uso de recursos públicos, espionaje- y agregó su más destacada aportación a la subcultura política: la guerra sucia, esta vez con aplicación doméstica. Y, como detalle, la competencia fue tan aburrida como insulsa.
Como quiera, en cuestión de horas, al panismo estará frente a un problema: encontrarse con su némesis, postular a un ilegítimo a la Presidencia o, bien, a una mujer incapaz de hilar una oración con sustantivos.
Un tufo de división o fractura, indudablemente de fragilidad, despide el proceso albiazul.
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Es cierto, en cualquier otro país por menos de lo ocurre aquí más de un actor político formal o informal ya hubiera caído. No hay fuerza ni organización ciudadana para someterlos pero, como tanto le gusta decir al gobierno, a ver si en la defensa de su respectivo su cártel no se eliminan entre ellos. Hiede.
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