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Héroes por naturaleza

La dualidad del antifaz

Héroes por naturaleza

Héroes por naturaleza

Alfonso Nava

Para algunos es más evidente que para otros; lo cierto es que desde hace tiempo, los personajes que atraen la atención en los cómics y la pantalla grande no son solamente a blanco y negro. La línea entre el bien y el mal se ha tornado difusa y hoy vemos protagonistas con una mayor complejidad, que más allá de enfrentar al villano de la historia deben luchar con demonios interiores y dilemas éticos. Esa transición del heroísmo intachable al cariz más humano no es nueva, pero su reciente explotación ha propiciado que cada vez la audiencia se sienta más atraída por los defensores de la justicia.

¡Es un pájaro! No, ¡es un avión! No... es un simple personaje que vive situaciones extraordinarias, posee poderes sorprendentes, pero enfrenta dilemas muy humanos.

Atrás parece haber quedado la postal del Batman a go-go de la serie televisiva. No más villanos cómicos que acarician a su gato mientras cuentan sus planes malévolos, ni ‘patiños’ que hagan alarde de su ingenuidad y de muletillas ridículas. Cada vez están más lejos las escenas en donde los salvadores celebraban con un buen chiste la manera en la que, un día más, el mal había sido derrotado en favor de la humanidad.

Desde hace algunos años, Hollywood ha decidido tender su mirada hacia un tipo de héroe que a la par de sus batallas épicas e historias desbordadas de acción, sortea peripecias ordinarias: se atormenta con dilemas morales, se enamora, exhibe sus lados oscuros, desvía su carácter heroico y se vuelve egoísta, violento, irreflexivo. Y bajo esta perspectiva, queda incluso derrotado.

La complejidad de los héroes que hoy vemos parece un tratamiento muy novedoso, pero aunque a muchos sorprenda, en realidad todo fue planeado así desde el inicio. Las historietas primigenias ya trazaban ese tipo de profundidades; incluso hubo diversos periodos en los que se replanteaba la personalidad original de los protagonistas y las tramas cuando parecía que ya estaban muy alejados de su raíz.

¿Cómo nos explicamos que la apuesta por la complejidad sea ahora tan popular en el tratamiento de los llamados superhéroes? Las respuestas son diversas. En los hechos podemos notar que dicha profundidad radica, en buena medida, en el dilema que confronta el héroe al advertir su propia pulsión maligna. Todo indica entonces que el mal es más atractivo que nunca.

EL BIEN VS. EL MAL

El antecedente más conocido que se tiene de un personaje de historieta con la tipología de ‘héroe’ es El Fantasma (The Phantom), de Lee Falk, cuya tira cómica debut está fechada en 1936, distribuida por el servicio sindicado King Features. En la apariencia de este héroe se ven ya los rasgos que definirán al común de los ídolos del género: el uso de un alias, traje y antifaz para proteger la identidad. Ese exterior anónimo obedecía a que Fantasma actuaba fuera de la ley. Fue básicamente la primera confección rigurosa de un ‘héroe’, y la categoría quedó definida por algunas características importantes: era un humano común y corriente, sin ‘superfuerza’; sus habilidades o ‘poderes’ necesarios para el combate eran el fruto de un arduo entrenamiento que comenzó muy temprano en la vida del protagonista; su lucha contra el mal empezó como una venganza personal.

Otro dato singular en el argumento de El Fantasma consiste en que las figuras femeninas servían como contrapeso importante. No se trataba de doncellas que aguardan la llegada de su rescatador, sufriendo ante el peligro inminente. Mientras él realiza su batalla contra el crimen de forma clandestina, la chica de la que se enamora hace lo mismo, pero por la vía legal. como representante en la ONU.

Un perfil radicalmente distinto hizo presencia al año siguiente en las páginas de Action Comics (publicada por la editorial que llegaría a ser DC Comics), que en su número uno presentó a Superman, el hombre de acero, quien se distinguió por los superpoderes, dones que gozaba sólo porque provenía del planeta Krypton. Con Superman, la figura del héroe parecía adquirir cierta simplicidad: tanto sus habilidades como su vocación justiciera ya no necesitaban explicación, quedaron como atributos naturales. Mientras Fantasma tiene motivos íntimos para combatir ‘el mal’, en Superman parece ser un simple deber cívico, una idea del ‘bien’ que se persigue casi por santidad.

En opinión del escritor y editor Alejandro Arteaga, Superman es el comienzo de la banalización (por así llamarla) del carácter heroico: “Se trata de un personaje ahistórico; esta carencia es la base de los mitos: lo que se da de antemano, lo que se acepta sólo porque ‘así es y punto’, elimina la complejidad de la figura pues arroja la tesis de ‘el bien por el bien’ sin otro fundamento que justifique el carácter heroico más que una bondad desinteresada y una obligación justiciera. Es alguien casi místico. Lo que se da sin bases históricas no permite el cuestionamiento”.

Así, Superman vino a fijar una suerte de ejemplo moral. Y esa proyección le dio tal celebridad que, con su aparición en Action Comics 1, nació el boom de las historietas. Pronto, el éxito se extendió a otras áreas: souvenirs, prendas de vestir, juguetes y demás productos de merchandising; en pocas palabras, la llegada de Kal-El al papel dio pie a una nueva industria. Asimismo, en términos literarios y de paso morales, Superman impone la figura del héroe como alguien que está ciegamente al servicio del bien. Pero, ¿qué era el bien cuando estos guardianes fueron creados?

¿JUSTICIA A LA MEDIDA?

La dualidad de los héroes no nació de la mano del cómic. Lee Falk afirmó que una de sus influencias más importantes para crear El Fantasma fue Robin Hood. Asimismo Bob Kane, cocreador de Batman, comentó en alguna ocasión que el famoso encapuchado fue inspirado en notable medida por las noveletas de El Zorro. Para otra historieta célebre de la época, The Spirit, su autor Will Eisner decidió tomar como base a los personajes de la llamada ‘novela negra’. Podemos citar como ejemplo a Philip Marlowe, un detective que abandonó la policía e inició su camino independiente porque consideró que las ‘vías legales’ resultaban pasivas y poco efectivas para brindar justicia.

El Psicólogo José Juan Cabrera, especialista en fenómenos sociales, explica que las figuras de Zorro y Robin Hood comparten rasgos en común: son básicamente bandoleros, actúan fuera de la ley e incluso contra ella, contra un estado de las cosas que consideran injusto. “El principio ético es visible: el concepto del ‘bien’ va más asociado a la repartición de la justicia, no a un ideario general de lo que es ‘bueno’. Bajo ese principio, un acto deliberadamente hecho en perjuicio de alguien más, se justifica si con él queda bien saldada una posible injusticia”.

Muchos héroes, particularmente los que carecen de superpoderes, se sumergen en actividades ‘justicieras’ por alguna razón personal: la venganza, la lucha contra sus propios miedos, un asunto político o una dinámica de segregación. Es decir, hay un fin último en el ‘bien’ que defienden, pero en el fondo se halla una necesidad individual de ajustar cuentas por los motivos ya enunciados. En Robin Hood y Zorro imperan los motivos políticos como argumentos mayores de su lucha contra el mal, pero hay igualmente asuntos individuales que florecen con furia inusitada.

Existe una serie de elementos claramente transgresivos, o cuando menos distintivos, entre un héroe y el ciudadano común al que defiende. Afirma Cabrera: “Al final se acentúa el hecho de que ‘el bien’ por el que trabajan es determinista en ambas perspectivas y que es preciso defenderlo, sin importar cómo, ni siquiera la dosis de crueldad que pueda ser empleada. Eso significa que el héroe tiene permiso de ser tan ‘malo’ como los ‘malos’”.

DEL HEROISMO A LA PROPAGANDA

El éxito de El Fantasma y Superman generó lo que ahora los conocedores ubican como “la época de oro” de la historieta. Entre 1936 y 1945 surgieron varios de los héroes que aún hoy conocemos. Se consolidaron empresas como Marvel y DC, hoy líderes en el ramo.

Durante el curso de la Segunda Guerra Mundial apareció Capitán América, de Jack Kirby. Su protagonista emergió con un cariz nacionalista, luego propagandístico: es la historia de un supersoldado desarrollado por la ciencia norteamericana para apoyar a las tropas destacamentadas en la Europa ocupada por las fuerzas nazis. Creado en 1941, Capitán América tuvo un éxito instantáneo.

“Es difícil ponderar la atracción real que genera un objeto de consumo en periodos convulsos, es decir, su alienación como propaganda”, afirma el psicólogo; “una tesis nos sugiere que la gente busca una especie de fuga o consuelo”. No podemos definir si la aparición de Capitán América tuvo un impacto similar, pero es claro que se trata de un producto con un mensaje intencional asociado a su tiempo, quizá un simple discurso de aliento relacionado con que vendrán épocas mejores.

Capitán América fue el germen de una generación de héroes que buscó integrarse al boom de los cómics: Flash, Wonder Woman, Thor, Aquaman, Green Lantern, Hulk, entre otros (varios de ellos incluso unirían fuerzas en la trama de la Justice League of America, la Liga de la Justicia). Así comenzó un segundo ciclo de esplendor, conocido como la “era de plata”, caracterizada por la presentación de ídolos poseedores de poderes sobrehumanos, adquiridos por accidente o causas naturales. El experto en cómics Carlos Castañeda opina que la nueva camada de titanes insertó a la historieta en un ámbito de estricto entretenimiento; el lanzamiento de personajes inéditos se enmarcó en la posibilidad de hacer historias entretenidas, agregar factores de interés para audiencias cada vez mayores. Tan es así que el propio concepto de ‘superhéroe’ fue registrado como exclusivo de Marvel y DC Comics.

Fue también es en ese tiempo cuando muchas de las antiguas tiras cómicas que aparecían en los diarios, cambiaron al formato de comic-book. Para satisfacer la demanda, las casas editoras formaron equipos de ilustradores y escritores, con lo cual el cómic dejó de ser una pieza artística, volviéndose un producto serial. Numerosos personajes se diluyeron, perdieron continuidad y carácter debido a que cada pool de escritores diseñaba una versión totalmente distinta sobre algún personaje, tanto en lo gráfico como en los contenidos. En esa variedad no había riqueza, sólo confusión, y los efectos se notarían de inmediato. El Batman de Kane, por ejemplo, cambió radicalmente de personalidad en manos de otros escritores y artistas gráficos, y el colmo fue el programa televisivo (criticado por unos, objeto de culto para otros) que estelarizó Adam West en los años sesenta.

De ese periodo pueden encontrarse seriados de héroes dedicados a ‘enseñar’: Batman enseña a Robin la tabla periódica, álgebra básica, etcétera. Hay un número en el que Flash ilustra qué hacer en caso de un ataque nuclear si estás en la escuela o en tu casa. “Estos son asuntos que muchos encuentran interesantes o naturales en un ámbito que, finalmente, siempre ha sido un negocio. Pero desde el lado creativo, algo grande se perdió: la posibilidad de instituir una auténtica mitología, continuada y sólida”, afirma Castañeda.

AL RESCATE DEL CÓMIC

A finales de los ochenta apareció Watchmen, de Alan Moore, que con sólo 12 ediciones planteó una importante ruptura. En opinión de Alejandro Arteaga: “Es de esas obras que se reflexionan a sí mismas. No sólo habla de la Guerra Fría, el temor y la segregación. Habla del cómic, lo destroza, se mofa de sus clichés, ensaya sobre la naturaleza de los héroes. Renovó al género”.

Esto sucedió en un periodo desafortunado para la historieta. Varios personajes de los cómics transitaron a la televisión y al cine para ampliar su público; los comic-books perdieron su carácter seriado. Una excepción fue Spiderman, porque Stan Lee nunca ha abandonado el timón de la saga. No hay número de The Amazing Spiderman que se publique sin su visto bueno y corrección argumental. Autores como Frank Miller o Grant Morrison han hecho sus versiones del Hombre Araña y llegaron a trabajar en el equipo de escritores del arácnido, pero la mano de hierro de su creador ha permitido que tanto este héroe como los X-Men (otra de sus invenciones) lograran continuidad y rigurosidad en sus líneas de historia.

Aquí cabe afirmar que el propio Stan Lee realizó comentarios favorables a la propuesta de Moore, cuyo éxito comercial fue en realidad producto de su recepción crítica: obtuvo todos los galardones del género y se alzó con el prestigioso premio Hugo, que entonces sólo se otorgaba a obras literarias de ciencia ficción. Esto llevó a los artistas gráficos a repensar el género. Para algunos Moore había ido demasiado lejos; otros decidieron que asentó un nuevo camino. Es por eso que la década de los ochenta está llena de piezas que esbozan una mirada alternativa a los héroes. Hoy en día algunas de esas obras son objeto de culto. De las hechas para Batman podríamos mencionar Year One y The Dark Knight Returns, de Frank Miller; The Killing Joke, de Alan Moore; Arkham Asylum de Grant Morrison. En la misma época Marvel reenfocó sus tramas para X-Men con Wolverine (el más complejo y oscuro de sus elementos) como protagonista y reforzó su seriado principal de Spiderman: The Amazing Spiderman.

Fuera de DC y Marvel, floreció un movimiento de autores independientes que al paso de los años fueron publicados por el sello Dark Horse. Se fundaron varias casas pequeñas y algunas fuertes empresas editoriales (Mondadori, por ejemplo) entraron a la aventura de la historieta. Cómics como Ghost Girls fueron tirados por editoriales de este tipo, en ediciones de lujo.

NUEVAS MITOLOGÍAS

En los noventa, tanto DC Comics como Mavel decidieron emprender proyectos mayores para reordenar sus “multiversos”, es decir: sus propias líneas históricas, las coordenadas de tiempo y espacio donde ocurren las aventuras de sus héroes. La idea era volver verosímiles a los superhéroes, asentarles una razón de ser en un mundo lleno de convulsiones, explorar su nacimiento.

Así llegó Marvels, conjunto de cinco tomos ilustrados al óleo que narra la historia del mundo y el lugar de sus héroes en esos procesos históricos. Crisis en tierras infinitas fue la magna obra de DC Comics para reestructurar su mitología. También en los noventa DC realizó un borrón y cuenta nueva de la leyenda del hombre de acero con el seriado La muerte de Superman, la cual permitió reorganizar los diferentes argumentos publicados sobre el hijo de Krypton.

Aunque en su momento no generaron tanto interés, tales obras sentaron un precedente que fue muy bien explotado durante la primera década de este siglo. Aprovechando el cambio de milenio aparecieron sagas como 52, Civil War o Secret Wars con los que se alteraron de cero varios de los “multiversos” del imaginario de Marvel y DC Comics.

Ese contexto generó un movimiento de vanguardia que resultó especialmente fructífero y trazó caminos hacia el futuro. Pero el efecto inmediato fue apenas perceptible.

En la introducción a una reedición de colección de Year One, se reconoce que los replanteamientos de Batman no tuvieron la suerte de Watchmen: su éxito en crítica no se convirtió en fuerza comercial. Las películas que realizó Tim Burton sobre Batman tenían esa intención: recobrar la plasticidad y el imaginario de fantasía propios del cómic. Aunque Burton renunció tras dirigir dos filmes (1989 y 1992), su perspectiva imperó en las propuestas de los siguientes directores, hasta que vino la apuesta de Bryan Singer en la primera entrega de X-Men (2000) y, posteriormente, en la visión de Nolan.

LA OSCURIDAD ASCIENDE

Entrado el presente milenio, el cine se convirtió en la vía para reivindicar aquellos valores primigenios que Will Eisner creó en The Spirit o Lee Falk en The Phantom. Aunque se ha dado por considerar a Nolan como el sustento de esta nueva perspectiva, lo cierto es que fue Frank Miller quien lo intentó inicialmente, al dirigir su versión de The Spirit (un fracaso en taquilla) y al codirigir junto a Robert Rodriguez la traslación de su aclamado Sin City en La ciudad del pecado (Sin City, 2005).

Otro entusiasta ha sido Zach Snyder, un joven director que ha hecho gala de talento al aprovechar la tecnología cinematográfica para crear piezas de alto contenido visual, más que argumental, como 300 (2006, basada en una obra de Frank Miller) y Watchmen: los vigilantes (Watchmen, 2009, aborrecida por Moore). Otras novelas gráficas de Alan Moore han sido llevadas a la pantalla grande, aunque con resultados poco favorables en taquilla: V de Venganza (V for Vendetta, 2005) de James McTeigue, y La liga extraordinaria (The League of Extraordinary Gentlemen, 2003) de Stephen Norrington.

Aunque quizá más discreto y sin alejarse de paradigmas comerciales, Bryan Singer ensayó una propuesta novedosa para la primera película de X-Men (2000), protagonizada por Hugh Jackman. Un diálogo de la cinta es emblemático de este cambio de perspectiva y es casi una burla a las viejas producciones: Cíclope entrega a Wolverine un traje hecho de Kevlar y spandex; ante la sorpresa del segundo, Cíclope responde: “¿Qué esperabas, licras amarillas?”.

Pero la trilogía sobre Batman de Christopher Nolan ha sido la definitiva ruptura entre el séptimo arte y el cómic. El éxito en crítica, a lo que se agregó la nominación y posterior triunfo póstumo de Heath Ledger en los Óscar, por su caracterización de The Joker en la segunda entrega, Batman: el caballero de la noche (The Dark Knight, 2008), dieron altos vuelos a una temática que antes la Academia ignoraba por completo.

De tal modo ha impactado esta novedosa interpretación, que incluso en años recientes hubo un replanteamiento de la proyección cinematográfica para personajes como Tony Stark en Iron Man: el hombre de hierro (Iron Man, 2008) y Iron Man 2 (2010), ambas de Jon Favrau y bajo las marcas de la batalla contra el terrorismo y el desarrollo de tecnología para la guerra; X-Men con su más reciente precuela X-Men: primera generación (X-Men: First Class, Matthew Vaughn, 2011), aborda la frágil distancia entre la maldad justificada y la bondad pasiva, manifiesta en los desacuerdos entre Magneto y Charles Xavier. En el mismo tenor, este año se lanzó una propuesta de Spiderman que busca alejarse de la interpretada por Toby McGuire.

Cabría agregar en esta lista a Los Increíbles (The Incredibles, 2004) de Brad Bird, una pieza de animación creada por Pixar, que básicamente opera (aunque desde la comedia) con el lema de Watchmen: “¿Quién vigila a los vigilantes?”. Los Increíbles muestra a una familia de superhéroes obligada a un retiro voluntario, en un mundo que considera más peligrosos que ventajosos los superpoderes. Un planteamiento muy original que también reflexiona sobre la naturaleza de los héroes en un mundo práctico.

El efecto Nolan

En buena medida, el ya citado éxito de Nolan fue lo que motivó todos esos cambios. El realizador tomó el espíritu de las propuestas germinales, pero sus películas cobraron una profunda originalidad porque si algo ha ejecutado con maestría es, precisamente, alejarse del mundo cómic, de la noción de fantasía e inverosimilitud que está relacionada con la producción industrial del género.

Vale mencionar que la cinta que cierra su trilogía, Batman: el caballero de la noche asciende (The Dark Knight Rises, 2012), ha decepcionado a numerosos seguidores de la saga y no ha recibido las mejores críticas. No obstante, demuestra que la perspectiva de Nolan no se ha alterado pues de hecho este último Batman reluce aún más en sus debilidades, que son muchas, manteniendo así la línea de humanizar y ensombrecer a los ‘guardianes del bien’.

Puede decirse que Nolan, en ese sentido, ha sido para el cine de superhéroes lo que Moore para el cómic: una vía alternativa, llena de complejidad, que además está a tono con el resto de su producción. Sin embargo, esa visión rica e interesante podría verse banalizada por el aparato industrial que lo respalda: los juguetes, las ‘cajitas felices’, la parafernalia de la promoción. “Lo que potencialmente es un producto rigurosamente creativo, podría terminar por no ser más que un objeto de consumo”, apunta Arteaga.

El filósofo Ernesto Priani, académico de la UNAM, ha celebrado la noción de Nolan en diversos ensayos, porque considera que se ha derrotado por completo el fondo con el que trabaja el héroe del cómic: bien vs. mal. Para Priani, la originalidad del autor proviene de que plantea, por vez primera en un producto de exposición masiva, que “el bien es una condición que, en la medida en que no puede realizarse por completo, no sólo es el disparador del mal, sino en cierto sentido de su triunfo, de su potenciación”.

Salvando el mundo desde casa

La pantalla chica no ha sido un canal muy socorrido últimamente para los héroes de cómics. Los antecedentes (del Batman de Adam West al Superman de los noventa en Las aventuras de Louis & Clark) no son muy alentadores. Sin embargo, la excepción vino con Smallville una serie sobre la juventud de Superman (transmitida de 2001 a 2011), ha sido por igual alabada y criticada, pero sin duda consiguió mostrar al héroe desde una faceta distinta, más humana, en este caso la del crecimiento, el amor y el viaje iniciático. A través de los capítulos de Smalville, los espectadores pudieron atestiguar asimismo las apariciones de otros héroes en sus etapas juveniles. E igualmente, no faltaron los rumores respecto a la posibilidad de algún spin-off que en el futuro muestre la juventud de otro héroe.

Junto a las aventuras de Clark Kent, en años recientes solamente apareció la serie Héroes, que no se basó en ningún cómic, pero aprovechó los recursos del género. Creado por Tim Kring, el programa muestra las muy diversas maneras en que cambia la vida de un grupo de jóvenes cuando, gradualmente, van descubriendo que poseen poderes sobrehumanos.

EL MAL, PROTAGONISTA

Y entonces ¿a qué puede deberse la actual popularidad del lado ‘oscuro’ de los personajes? ¿Es acaso un triunfo del criterio del espectador, una apertura moral para reflexionar sobre el bien y el mal?

“El mal puede perfectamente ser un objeto de consumo. Se ha hecho antes: ‘ser malo es cool’. Así, no se invita a reflexionar sobre la naturaleza de las calificaciones morales, sólo se le propone un nuevo sentido de atracción comercial”, afirma el Psicólogo Cabrera.

Sin embargo, el mismo especialista no descalifica la idea de que, más que un fenómeno de sofisticación del gran público, la atracción por lo oscuro pueda venir de los tiempos en que vivimos, las propias y renovadas concepciones éticas que han surgido en la sociedad y la cultura.

Retomando los ejemplos que hemos presentado, si hacemos un recuento, encontraremos que el Batman primario, el héroe oscuro y complejo como fue concebido en sus comienzos, apareció en circunstancias similares. Los X-Men, con su fondo de reclamo contra la segregación, emergieron en la época de la lucha por los derechos civiles. El planteamiento de Watchmen es la sumatoria de muchos de los miedos contemporáneos.

Para muchos, el Batman de Nolan puede ser una crítica o una apología a la “violencia necesaria” o al terrorismo de Estado que caracterizaron a la administración Bush y, en general, a las actuales políticas internacionales de guerra. Cada planteamiento de los héroes es un reflejo y respuesta de los tiempos que corren.

Dicho de otro modo, no podemos dejar de lado la posibilidad de que la gente ha encontrado en estos productos de la ficción una manera cercana de reflexionar sobre todos los asuntos que son el espanto y la constante del siglo que inicia. Un siglo en el cual se ha necesitado muy poco para justificar al ‘mal’, o cambiarle la etiqueta. Los personajes del cómic, antiguamente bidimensionales y caricaturizados, servían sólo para entretener con tramas ajenas a nuestra realidad. Hoy, desde conflictos más cercanos a lo ordinario (y en un mundo donde ‘los villanos’ de ficción han sido rebasados por el terrorismo y otras amenazas del mundo real), los viejos héroes se debaten entre su naturaleza maligna y la responsabilidad moral de defender un ideal de justicia que cada vez es más vago. Su lucha entre esos dos polos se parece a los conflictos de cualquier ciudadano del mundo en un día común. Es quizá justo ahí donde se sitúa la verdadera súper fuerza y también su mayor debilidad: son humanos.

Fuentes: Carlos Castañeda, experto en cómics; Alejandro Arteaga, escritor y editor de la revista Casa del Tiempo (Universidad Autónoma Metropolitana); Psicólogo José Juan Cabrera, especialista en fenómenos sociales.

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