Hombre anormal y matemático excepcional
Paul Erdös nació en Hungría en el seno de una familia judía cuyos padres eran profesores de matemáticas. Eso fue un maravilloso estímulo y desde la niñez realizó complicados cálculos. Sus dos hermanas murieron prematuramente por fiebre escarlatina y el padre estuvo seis años preso en Siberia tras la Primera Guerra Mundial. A partir de entonces su madre lo sobreprotegió y ya no le permitió asistir a sus clases de primaria contratando a un tutor para que lo instruyera en casa. Su talento matemático floreció pero desarrolló una dependencia enfermiza hacia su madre, quien incluso le ayudaba a vestirse y le cortaba en bocados su comida. Fuera de dudas fue un personaje anormal. Aprendió a abrocharse las cintas de los zapatos a los 11 años. Para él fue una proeza untar mantequilla por sí solo al pan tostado en la época en que tomaba cursos en una universidad inglesa. Jamás aprendió a manejar un automóvil. Al morir la progenitora de Erdös, el eminente matemático estadounidense Ronald Graham se haría cargo de los asuntos cotidianos del genial húngaro.
Sólo poseía un cambio de ropa, Y sus prendas tenían que ser de seda pues ésta era la única tela que su hipersensible piel toleraba. Casi todo el dinero que obtuvo por su brillante trabajo lo regaló. No podía ver un mendigo sin entregarle billetes y apoyó generosamente a varias instituciones de beneficencia. Nunca se casó, ni jamás tuvo relaciones de pareja. Trabajaba 19 horas diarias y cuando le recomendaban que aminorara su ritmo laboral él respondía que en la tumba tendría mucho tiempo para descansar. Estaba convencido de que un matemático es una máquina que transforma café en teoremas y además de beber muchas tazas tomaba anfetaminas. Pesaba 49 kilos. No tenía casa propia, ni empleo permanente en ninguna universidad, aunque le sobraban las ofertas de trabajo de las más famosas. Acostumbraba viajar con tan solo una maleta y hospedarse en casas de colegas matemáticos. Los visitaba de repente y simplemente les decía: Mi mente está abierta, ¿está lista la tuya?. Todos le respondían que sí pues sabían que esa pregunta constituía una invitación a escribir en colaboración un innovador artículo matemático sobre algún problema de verdad complicado y que eso les daría prestigio mundial.
Tenía un lenguaje muy peculiar: se refería a Dios como el supremo fascista del Universo; a los casados como capturados y a las mujeres como amas. Para él los niños eran epsilones, ya que con esa letra griega se designan las pequeñas cantidades. Llamaba muertos a quienes dejaban de cultivar las matemáticas y decía que iba a predicar cuando se disponía a demostrar un teorema.
El mejor elogio que un matemático podía recibir era que Erdös le dijera ante alguna de sus afirmaciones: Eso viene directamente de EL LIBRO. Por cierto, decía que no era obligatorio creer en Dios pero sí era necesario creer en EL LIBRO, entendiendo por éste el texto divino en donde se encontraban cifradas las más bellas demostraciones matemáticas.
Como autor y coautor fue incomparablemente productivo pues publicó 1,475 trabajos originales de la mayor relevancia. Nadie ha superado a Erdös en el número de colaboraciones: 458 matemáticos tuvieron el honor de publicar con él trabajos sobresalientes. Así surgió el célebre número de Erdös. Todos los que directamente trabajaron con él recibieron el número 1. Quienes colaboraron después con sus coautores recibieron el número dos y así sucesivamente. Albert Einstein tuvo un número de Erdös 2 y el destacado lingüista Noam Chomsky un número 4.
Fuera de las matemáticas nada le interesaba, su concentración era obsesiva y resultó ser muy fecunda pues la teoría de los números, la de grafos y la de conjuntos, así como la difícil combinatoria y el cálculo de probabilidades recibieron de su parte extraordinarias aportaciones.
Paul Erdös fue un ser anormal. Hay que reconocer que los anormales como él hacen progresar a la humanidad.
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