Este próximo jueves dos de febrero se celebra el Día Internacional de los Humedales, efeméride dedicada a reconocer y recordar la importancia de aquellos sitios conformados por cuerpos de agua que tienen una importancia para la naturaleza y la sociedad por albergar una importante biodiversidad y los servicios ambientales que prestan a la población.
Tal declaratoria se hace porque en esa fecha, hace 41 anos, se suscribió en la ciudad de Ramsar, Irán, el Convenio que adopta su nombre mediante el cual se acuerda por los países firmantes la conservación y uso racional de los humedales mediante diversas acciones y bajo un esquema de cooperación internacional, considerándose que el buen estado de estos cuerpos de agua constituye un indicador del desarrollo sostenible al que contribuyen quienes lo asumen.
Como cuerpos de agua, permanentes o temporales, los humedales constituyen un refugio que alberga fauna y flora silvestre, destacando, sin menospreciar los manglares, aquellos que se ubican dentro en el ámbito terrestre porque se convierten en hábitat que atrae especies como las aves al formar parte de sus corredores migratorios, y conservan otras que a través del tiempo se aíslan de su entorno hasta convertirse en endémicas, es decir, únicas del lugar en que se encuentran, como la ictiofauna (fauna acuática) y la herpetofauna (anfibios y reptiles).
La relevancia de los humedales no sólo es biológica sino también social, ya que contribuyen a estabilizar el clima, controlar sedimentos, erosión e inundaciones, mantener el abasto y calidad del agua que la población utiliza, reducir la contaminación, favorecer la pesca, apoyar la agricultura y ganadería, además de ser espacios para la recreación humana por sus valores escénicos y mejorar la educación ambiental, entre otros.
Como parte de los esfuerzos que se han adoptado para proteger y conservar los humedales, se ha destacado a aquellos que tienen una mayor importancia internacional con la denominación de Sitios Ramsar.
Hasta el año pasado 160 países habían firmado este convenio que protege a mil 950 humedales en una superficie de un millón novecientos mil kilómetros cuadrados, entre ellos México donde se han declarado 134 Sitios Ramsar, entre los que se encuentra Cuatrociénegas en Coahuila, y el Cañón de Fernández en Durango.
Tal declaratoria debe enorgullecernos, aunque, sin embargo, también debe preocuparnos porque no basta emitir un decreto para que las cosas se den por obra y gracia del Espíritu Santo, ya que como sucede en una gran parte de los asuntos que conforman la agenda ambiental, surgen los conflictos entre aquellos que deciden hacer negocios con los recursos naturales y quienes quisiéramos que éstos se conservaran como un patrimonio que beneficie tanto a la naturaleza como a la sociedad.
Al respecto, la cuestión no reside en no aprovechar estos recursos sino en la forma en que se hace uso de ellos, puesto que son necesarios para el desarrollo económico y social, para nosotros el concepto de conservación aplicado en estos casos no implica no usarlos sino que este uso se haga de manera racional, o como se dice ahora, sostenible.
Cuando esto no ocurre, como tal parece que así sucede en Cuatrociénegas, donde la actitud depredadora de los cultivadores de alfalfa, en particular de aquellos asociados a las corporaciones lácteas, han menospreciado la importancia del humedal más importante del Desierto Chihuahense, es decir, del norte de México.
En esa visión pragmática e inmediatista de los negocios, convierten a las actividades derivadas de estos en depredadoras de los recursos naturales ante las cuales se antepone la idea de que generan empleos, pero creo que no queremos que este tipo de empleos que ocupen a una o dos generaciones y mine las posibilidades de trabajo para las futuras, y es ahí donde desempeñan una función clave las instituciones publicas, que como su nombre lo dice, deben velar por el interés publico sobre el particular, de modo tal que cuando este se extralimite, como ya sucede en ese y otras situaciones, se le regule.
Por su carácter emblemático, el caso Cuatrociénegas, y quizá no muy lejos también el Cañón de Fernández, constituyen una prueba que nuestra sociedad y gobierno deben enfrentar como disyuntiva en la que la solución que se aplique también nos caracterizara y marcará no sólo en el presente, sino también para el futuro.
Como dijo atinadamente Magda Briones en los aciagos momentos conflictivos de la gestión de Jimulco, tuvimos la oportunidad de resolver atinadamente esta cuestión, porque de otra forma las siguientes generaciones nos reclamarán que fuimos los tarugos incapaces de hacerlo, seamos simples ciudadanos o funcionarios públicos, sobre todo éstos a quienes la sociedad les dio la encomienda de gobernar para el bien público y les pagó para hacerlo.
Ojalá, a pesar de las adversidades, que superemos esta prueba.