Las actitudes asumidas por diversos empresarios y organizaciones empresariales del país, en relación a la impugnación que hace el excandidato López Obrador al proceso electoral para renovar la Presidencia de la República, amerita reflexión a la luz de la trayectoria de la empresa privada en México.
El asunto inicia con los señalamientos hechos en torno a la utilización de recursos canalizados a través de la cadena de tiendas Soriana y el banco Monex, para la compra de votos por parte del PRI que para estas fechas, se percibe como realidad probada.
En su momento Soriana pudo haber explicado que al estar dentro de su objeto social la venta de despensas, le corresponde surtir los pedidos que se le hagan, sin que le sea imputable la supervisión ni el control, ni del origen del dinero empleado en la transacción, ni de la justificación legal que exista respecto a la compra y distribución de dichas despensas.
Algo similar ocurre en el caso de los servicios financieros que presta Monex, por lo que al estallar el escándalo habría bastado con que ambas entidades comercial y financiera se hubieran deslindado, al tiempo que hubieran limitado su postura a colaborar con las autoridades en la investigación de los hechos.
Sin embargo, este caso ha evolucionado en el sentido de abrir una grave fisura en el tejido social, hasta el punto de que tanto las empresas involucradas como el Consejo de Hombres de Negocios que aglutina a los dueños de treinta y siete de las empresas más grandes de este país, han tomado partido en un asunto que al ser de origen electoral y estar en manos de las autoridades competentes, dentro de un procedimiento legal seguido en forma de juicio, no corresponde a las organizaciones empresariales.
Los empresarios acusan al Peje y al PRD de alentar la realización de hechos ilícitos cometidos en contra de la cadena de tiendas y banco mencionados en los últimos días, sin ofrecer prueba alguna salvo la mala fama de los acusados.
Desde luego que existen razones para la sospecha, fundadas en el estilo y antecedentes de la llamada izquierda de nuestro país y de su líder indiscutido López Obrador, pero ignorar la posibilidad de que sean el mismo PRI y su candidato impugnado los responsables de los atentados recientes a Soriana, que como tales serían meros actos de provocación, es una ingenuidad.
Los empresarios de México deben recordar que durante el régimen priista fueron marginados de la vida pública del país, hasta el punto de que a partir del sexenio de Luis Echeverría fueron tratados como delincuentes sociales. La lucha emprendida bajo el liderazgo emblemático de José María Basagoiti, dirigente nacional de Coparmex en aquellos años, contribuyó a que con el tiempo, la clase empresarial saliera del ostracismo político.
El respeto que construyeron en torno suyo los empresarios de México en las últimas décadas del siglo pasado, lo ganaron asumiendo su propia identidad de cara a la sociedad, a partir de su contribución al bien común y al fortalecimiento de las libertades ciudadanas, en particular en el apoyo a la educación privada y a la economía de libre mercado, como generadora de riqueza concretada en términos de inversión, empleo, capacitación para el trabajo y pago de impuestos.
No se limita a lo anterior el campo de acción de los empresarios. Están legitimados para interactuar con otros sectores de la sociedad en aras del fortalecimiento democrático, a participar en política como ciudadanos que son, a denunciar a los malos funcionarios públicos del partido que fueren, a exigir a las autoridades el cumplimiento de la ley en los rubros de eficiencia, transparencia y rendición de cuentas, y a apoyar a los gobiernos de todos los niveles, en la construcción de las condiciones que fomenten el desarrollo económico y social.
El riesgo actual se llama manipulación y complicidad. Es peligroso que los actores políticos traten de alinear a su causa a los empresarios haciendo el juego a una especie de lucha de contrarios y que éstos respondan formando bandos, de tal suerte que pierdan la vertical de su propia identidad, que deben conservar a partir de los grandes ejemplos del pasado, como los que ofrecen Manuel Espinoza Iglesias, Juan Sánchez Navarro y el propio José María Basagoiti.