Somos en gran parte un pueblo de inconformes e incrédulos. No creemos en nada y a todo le encontramos "peros".
Bueno, hemos llegado a cuestionar hasta símbolos tan sagrados como el de la Virgen de Guadalupe; y solemos también prejuzgar a todo aquel que tiene la desgracia de caer en el descrédito público.
Sin juicio de por medio, sin mayor conocimiento de causa, simplemente sentenciamos a otros con los elementos mínimos que nos da la prensa.
No poseemos un solo símbolo al que todos respetemos por igual, creo que ni la bandera (ayer en su día) nos merece esa consideración.
Queremos que otros respeten la ley, que cumplan con sus obligaciones, pero que no se nos cuestione si cumplimos con las nuestras, porque eso es otra cosa.
Tomamos las calles para protestar, para exigir renuncias, pero no aportamos nada. Los otros están obligados a todo, nosotros a nada.
¿Cómo se puede construir así una sociedad? Así no hay forma.
Si la libertad consiste en elegir entre lo posible y no exigir lo imposible, debemos conceder cierta credibilidad a cualquiera que busque hacer de este país uno mejor.
No creemos que Peña Nieto pueda representar una nueva forma de hacer política; No creemos que Josefina tenga la capacidad, como mujer, de tomar las riendas del país; y ni qué decir de las dudas sobre Andrés Manuel, definitivamente el miedo a una ideología de izquierda atemoriza a los medrosos.
Tenemos que aprender a creer, a confiar en los otros, a escuchar sus ideas y debatir con ellos; a no escondernos en el anonimato de la Internet para decir lo que pensamos. Todos los días circulan correos infamantes, pero cuando tenemos enfrente a la persona solemos esquivar la mirada y huir de la escena en cuanto podemos.
Basta una nota sobre una orden de aprehensión que fue girada, para que nosotros ya hayamos condenado a la persona, por el puro gusto de juzgar sin saber más.
¿Quiénes somos nosotros para juzgar la conducta de otros hombres? ¿Quiénes para decidir sobre al vida y la honra de una mujer, por su sola forma de vestir?
En el terreno político, muchas mujeres capaces son tachadas de todo, menos de eso, de capaces. ¿ A tanto llega la envidia?
Busquemos los puntos buenos de la gente, sus virtudes, aprendamos de ellas y no nos lancemos en su contra por pura envidia o mezquina venganza.
Sepamos dar la cara y confrontar nuestras ideas. No nos escudemos en el silencio y actuemos cobardemente.
Debemos buscar aquello que nos une; debe de haberlo, tenemos que aprender a confiar y admitir que otros son mejores que nosotros. No pasa nada, no hay mayor desdoro en ello. Al contrario, es de hombres y mujeres de bien el hacerlo.
Tiene que haber un punto en el que todos coincidamos. Porque este país se destroza entre la envidia, la cerrazón y la mentira.
Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de Su mano".