— Luiz Inácio Lula da Silva
PUERTO VALLARTA.- El Foro Económico Mundial sigue siendo un escenario fascinante. Ayer, en la reunión latinoamericana que se desarrolla en esta ciudad me tocó entrevistar a la candidata del PAN a la Presidencia, Josefina Vázquez Mota, seguida del priista Enrique Peña Nieto. Mientras lo hacía llegó el presidente Felipe Calderón, quien participaría en la sesión inaugural.
Más tarde hablarían el presidente Calderón, el presidente de Guatemala, Otto Pérez Molina, quien ha sostenido que debe discutirse la legalización de cuando menos algunas drogas, y el presidente del gobierno español, Mariano Rajoy.
Hoy me tocará presentar a Gabriel Quadri, candidato presidencial del Partido Nueva Alianza. El único candidato que decidió no asistir fue Andrés Manuel López Obrador. Quizá sea una decisión estratégica y el candidato de la izquierda no quiera desperdiciar tiempo ante un público preponderantemente extranjero o de prósperos empresarios mexicanos. Quizá no haya votos que pescar en el Foro Económico Mundial.
Pero esta actitud contrasta con la que mostró Luis Inácio Lula da Silva cuando fue presidente de Brasil entre 2003 y 2010. Si bien Lula mantenía como candidato una actitud muy crítica hacia "los potentados de Davos", cuando fue electo presidente decidió acudir al Foro en enero de 2003. A partir de entonces se convirtió en uno de los participantes más asiduos a Davos y varias veces organizó la reunión regional en su país.
Lula entendió en 2003 que era importante tranquilizar a los inversionistas internacionales que habían castigado duramente el real, la divisa brasileña, por los temores de que se convirtiera en un nuevo Hugo Chávez. El éxito que tuvo para comunicar ese mensaje lo transformó en un entusiasta del Foro. Mucho de lo que logró Lula como mandatario se debió a la aceptación de sus programas por los empresarios brasileños e internacionales. Al terminar su gobierno, de hecho, este exobrero metalúrgico se enorgullecía de haber hecho la mayor colocación bursátil de la historia del mundo al vender 70 mil millones de acciones de Petrobras en los mercados financieros.
Si a algún candidato le hubiera beneficiado estar en la reunión de Puerto Vallarta habría sido a López Obrador. Uno de sus principales retos actuales es suavizar una imagen de intransigencia ante los empresarios que le hizo daño en 2006. Andrés Manuel tiene hoy el mismo problema de imagen que afectaba a Lula en 2002 y 2003. Por eso, en lugar de sólo hablar sólo con los convencidos, con los representantes de ese voto duro que lo apoyará en las buenas y las malas, pero que sólo alcanza un 20 por ciento de la población, necesita alcanzar a los empresarios que se han mostrado escépticos ante sus propuestas.
López Obrador necesita mandar un mensaje al mundo de que no es un nuevo Hugo Chávez sino más bien un político cercano a la filosofía de Lula. Para ese mensaje pocos escenarios son tan eficientes como el Foro Económico Mundial, como bien lo entendió Lula en su momento.
La magia del Foro Económico es la posibilidad de concentrar en un par de días, o incluso horas, reuniones con los principales empresarios, académicos y políticos de países muy diferentes. Una agenda bien organizada permite en esta reunión resolver problemas y lograr acuerdos que en otros casos requerirían decenas de viajes y citas.
Quizá eso es lo que no entendió López Obrador al no asistir a la reunión de Vallarta. El Foro le proporcionaba una oportunidad singular para discutir sus propuestas de fondo precisamente ante el público que más necesita conocerlas.
El presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, usó la sesión inaugural de la reunión latinoamericana del Foro Económico Mundial para expresar su "profundo malestar" por la expropiación argentina de YPF Repsol. El presidente Calderón y los candidatos Vázquez Mota y Peña Nieto, aunque señalando su respeto a la soberanía argentina, expresaron también su rechazo a la medida.
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