Con la elección de Josefina Vázquez Mota, ya quedó definido el juego de los principales candidatos que se lanzarán el mes entrante a la conquista de la silla presidencial.
La coyuntura nacional de 2012 se inserta en el complicado escenario mundial, que nos obliga decidir entre opciones muy claras, para revertir las caídas en casi todos los marcadores socioeconómicos que están a la vista.
Una pesada y muy conflictiva recesión atrapa a todos los países del occidente y nos arrastra acentuando las debilidades estructurales y culturales que desde décadas nos lastran. Como "país emergente" tenemos perspectivas de crecimiento del 3 o 4% para este año, mejor del que se espera como promedio mundial y mayor aún al desempeño pronosticado para nuestro vecino al norte.
Pese a que no hemos sufrido tanto como muchos otros países industrializados o en desarrollo, cunde entre nosotros un terco pesimismo. Una encuesta reciente de Excélsior señaló que sólo el 35% de las respuestas registraba optimismo con respecto al futuro. En cambio, el 45% pensaba que 2012 será peor que el año anterior. Curiosamente una razón de esta sombría previsión era porque habría elecciones el primero de julio. La perversidad del ejercicio electoral, la repetición de promesas al aire que los candidatos no pueden o no quieren cumplir al llegar al poder, provoca una vez más la decepción de los electores: el futuro no puede ser distinto a lo ya vivido.
Hay que desechar esas evaluaciones derrotistas de nuestras expectativas. En los recorridos que está a punto de iniciar por toda la República, Josefina tiene las cualidades suficientes para dar una visión del futuro que reanime a la comunidad mexicana y la rescate de su escepticismo.
El hecho de ser mujer mucho ayuda. La experiencia familiar, la perspicacia femenina, junto a la experiencia que ya ha recogido en las dos secretarías más sociales del gabinete, la de Educación y la de Desarrollo Social, le dan las armas para ello.
La confianza en sí mismo es el primer ingrediente del éxito Para que el mexicano salga adelante y venza cada uno de los retos del momento, tiene que creer en sus propios valores y cualidades. Es esa firme confianza que anima a cada uno de los ciudadanos de los países que progresan. Ni el indio ni el chino dudan de lo seductor de su futuro.
Josefina llevará un mensaje de entusiasmo por un futuro al que todos deben y pueden contribuir a construir; este es el mensaje que difundirá a los millones, muy particularmente los jóvenes y a las mujeres que la verán y escucharán en las próximas semanas, ya durante su campaña formal. Su discurso contrastará con el estilo acartonado, institucional y simplón de Enrique Peña Nieto, o con los gritos estridentes y viscerales con que Andrés Manuel masifica a los suyos en las plazas públicas. La gente rechaza los estereotipos priistas, repetidos hasta el cansancio muchas veces por personajes de muy dudoso pasado. México ansía admirar en su jefe de gobierno a una persona que los trate con firmeza y a la vez con respeto.
Crear en cada mexicano fe en su propia capacidad será el propósito inicial y tarea primordial. Instilar confianza y seguridad del mexicano en su país mediante un discurso realista y positivo, anecdótico cuando haga falta, sabedor de las realidades de cada hogar necesitado, conocedor de los sacrificios y de las privaciones que están atrás de cada pequeño logro personal y familiar que, sumados, engrandecen a la nación.
Para lo anterior, Josefina no debe prometer sino lo que es posible, sin hipérboles engañosas, comprometerse a las reformas en las estructuras administrativas que estén más cerca de la gente, el reconocimiento del papel que tienen las fuerzas armadas que seguirán defendiendo la vida y el patrimonio de los que han caído bajo la acción criminal de mafias o grupos de delincuentes, desenmascarando a los que prometen regresar al Ejército y a la Marina a sus cuarteles dejando desprotegidas las calles.
Josefina, la que puede llegar a Los Pinos, es la que tiene esta tarea por delante y la ha aceptado porque sólo ella la puede cumplir.
