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Juegos de poder en el pueblo indio de SantaMaría de las Parras de la Nueva Vizcaya, 1679

ACMOHUEL (NO PUEDE SER). SEGUNDA PARTE

MASSIMO GATTA MIGUEL VALLEBUENO G.

Luego declararon los indios, algunos ladinos en lengua castellana y otros mediante intérprete a quienes también se les leyó el encabezado y luego se les hicieron las preguntas. El primero que declaró fue Ignacio Hilario de Andrade, quien era uno de los indios principales y había sido gobernador cuatro o cinco veces. Andrade refirió que el presenciaba los hechos desde la capilla del Santo Cristo y cuando subieron de tono las cosas se metió en la sacristía, aunque calificó a Félix de soberbio, ocasionado y pleitista igual que su padre y hermanos. Enseguida declaró Pascual Villegas, gobernador en ese momento. Justificó su actuación aludiendo a que se había perdido el respeto y los alcaldes no le habían hecho caso en la "bulla". Francisco, indio ladino de sesenta años, que había sido sacristán por dieciséis años, se refirió a que el hecho protagonizado por Félix Hernández era escandaloso porque se alteraban "las buenas y sanas costumbres" que hasta entonces se tenían, lo que constituía un precedente. Sin embargo en esta declaración comenzaron a aflorar las fricciones que había entre los indios del poblado ya que refirió que se había olvidado el respeto que se tenía a los viejos y primeros pobladores y solamente se acordaban de los pobres para ponerlos a hacer adobes y batir zoquete y no veían por su descanso ni sustento. Los pobres sembraban poco y las milpas se perdían porque no les querían dar agua, en cambio los "magnates" sembraban mucho porque podían dar dos riegos a los maíces. Los pobres tenían por lo tanto que abandonar sus casas para servir en las haciendas.

Luego declararon los indios, algunos ladinos en lengua castellana y otros mediante intérprete a quienes también se les leyó el encabezado y luego se les hicieron las preguntas. El primero que declaró fue Ignacio Hilario de Andrade, quien era uno de los indios principales y había sido gobernador cuatro o cinco veces. Andrade refirió que el presenciaba los hechos desde la capilla del Santo Cristo y cuando subieron de tono las cosas se metió en la sacristía, aunque calificó a Félix de soberbio, ocasionado y pleitista igual que su padre y hermanos. Enseguida declaró Pascual Villegas, gobernador en ese momento. Justificó su actuación aludiendo a que se había perdido el respeto y los alcaldes no le habían hecho caso en la "bulla". Francisco, indio ladino de sesenta años, que había sido sacristán por dieciséis años, se refirió a que el hecho protagonizado por Félix Hernández era escandaloso porque se alteraban "las buenas y sanas costumbres" que hasta entonces se tenían, lo que constituía un precedente. Sin embargo en esta declaración comenzaron a aflorar las fricciones que había entre los indios del poblado ya que refirió que se había olvidado el respeto que se tenía a los viejos y primeros pobladores y solamente se acordaban de los pobres para ponerlos a hacer adobes y batir zoquete y no veían por su descanso ni sustento. Los pobres sembraban poco y las milpas se perdían porque no les querían dar agua, en cambio los "magnates" sembraban mucho porque podían dar dos riegos a los maíces. Los pobres tenían por lo tanto que abandonar sus casas para servir en las haciendas.

Por su parte el fiscal Baltasar Melcochero, originario de Culiacán y mayordomo de la cofradía del Santo Cristo, por medio de un intérprete, mencionó el respeto que se había perdido y trató de explicar su proceder por no haber aprehendido a Félix cuando se le requería y añadió que había sido Tomás el hermano de Félix quien en mexicano le dijo "sal fuera". Por su parte Pascual de los Santos, sacristán mayor de la iglesia parroquial mencionó que aunque era primo de Félix no le pareció su proceder porque el vicario era de buen talante con los del pueblo "sin que aiga alguno que se quede con el dicho Félix". Lo mismo dijo por medio del intérprete el tlaxcalteca Pascual de los Santos, sacristán mayor. Cuando declaró Pedro Agustín se acordó que siendo gobernador e Ignacio Barraza y Félix Hernández, alcaldes, éstos se portaron de una manera semejante que con el vicario y sin dejarlo hablar como cabeza que era se tomaron la mano "para perderle como perdieron a su merced".

El mestizo Mateo Gil, natural del pueblo y nieto y bisnieto de los primeros pobladores, por parte de su madre, "vido", como siendo fiscal mayor el mexicano Pascual Hernández hacía un año, fueron a su casa sus primos hermanos, los hijos de don Alonso a desafiarlo, con machete y garrotes, un domingo después de misa mayor porque como fiscal le correspondía mantener la gente dentro del templo hasta que se impartiera la doctrina cristiana y detuvo a la mujer de don Alonso por lo que se molestaron. Esta versión fue corroborada enseguida por el propio Pascual Hernández y su mujer Verónica García. Además Gil narró que habiendo tenido un incidente con una mulatilla tenanche fue llamado por el gobernador Pedro Agustín y los alcaldes Félix Hernández e Ignacio de Barraza y sin quererle admitir disculpa lo hincaron de rodillas y lo azotaron en la espalda, "siendo [él] de tan razón", sin que el teniente de alcalde mayor los reprendiera a pesar de los ruegos del cura. La declaración del tlaxcalteco Gregorio Hernández, fiscal mayor, cierra las comparecencias de los naturales. Este personaje también narró su dificultad para actuar en contra de Félix Hernández por "miedo a los mandones". Narró también como los tres hijos de don Alonso quisieron matar a Pascual Hernández por el asunto del cierre de la iglesia después de la misa.

Después de completar las declaraciones, el doctrinero Sepúlveda mandó levantar un auto para exhortar al justicia real para que procediera contra Félix Hernández por que había cometido un delito de escándalo en el templo y se debería corregir de oficio por los daños espirituales y temporales (y como ocurría con los judíos del Antiguo Testamento) sin temor de Dios y la justicia real por lo que prudentemente se debía entender que era el origen de las calamidades que se habían experimentado en el valle de Parras cuya fertilidad en otros tiempos era tan fecunda que no cabían sus copiosos esfuerzos y ahora que se habían relajado las costumbres se padecían borrascas, tempestades, granizos, sequedades que todo lo tenían esterilizado y consumido abundando solamente langostas y animales nocivos. Por eso acudió ante Pedro Ibarra teniente de alcalde mayor, acompañado por los alcaldes indios que portaban sus varas de mando, desde la iglesia hasta las Casas Reales y pidió al gobernador Pascual Villegas que presentara en ese lugar a Félix Hernández, el cual no apareció por ningún lado, burlando las ordenes del doctrinero Sepúlveda.

Enojado por este desenlace, el doctrinero primero dio cuenta de que la casa donde vivía con su familia estaba llena de goteras, y siendo casa del pueblo, los naturales no acudían a taparlas. Después ordenó que se hiciera una búsqueda en los archivos para encontrar documentos incriminatorios contra Félix Hernández y se encontró una causa fulminada por el licenciado Clemente Martínez Rico, cura interino de Parras, en contra de Félix Hernández, información en la que se mencionaba que el vicario acompañado con cinco españoles fueron a la casa de la india Fabiana para derrumbarle una olla de tesgüino que estaba cociendo y una caja de maíz que estaba naciendo. Félix se hizo presente defendiéndola y amenazó al sacerdote. Otra causa fue que siendo Félix mayordomo de la cofradía del Santísimo se fue a Guadiana (Durango) durante la Semana Santa y se le multó con catorce libras de cera. Otra causa fue la que se instituyó a Félix Hernández e Ignacio Barraza siendo alcaldes le perdieron el respeto al vicario en casa de Pedro Agustín, su gobernador, por una carta en la que se denunciaba que dos mozuelos habían causado gran alboroto en el poblado por su poco respeto a la justicia y el cura emitió una prohibición que se fijó en las puertas de la iglesia contra los brebajes y embriagueces que se acostumbraban, con pena de censura a los capaces y cincuenta azotes y la pérdida de las melenas a los demás. Mandó que todos acudieran a la doctrina y misa en la iglesia parroquial los días festivos y de obligación, que respetaran a los fiscales, no salieran los indios de los pueblos sin licencia del párroco y no quitaran a los muchachos del seminario. Otra causa de inmunidad eclesiástica se levantó contra el alcalde Ignacio Barraza por haber sacado con violencia del cementerio de la Compañía de Jesús (lugar de inmunidad sagrada) a José Tirado, hijo de don Alonso Hernández que había peleado con dos hijos de Hilario y estaban los tres retraídos (presos).

La tercera parte del documento se refiere a la actuación del maestro Don Alonso Hernández en la hacienda de San Lorenzo el 13 de Junio de 1679, dos días después del altercado en el que él mismo había sido implicado con su hijo Félix. Para la ceremonia de la Misa Mayor de la Octava del Corpus, fue invitado el Licenciado Marcos Sepúlveda por Nicolas de Asco, administrador de la hacienda, y además se convidó a Don Alonso Hernández para que dirigiera a sus músicos y cantores. Recordemos que este último, además, del relevante papel social que ejercía en su comunidad era Maestro del Seminario y Capilla que los jesuitas habían fundado en la Misión de Santa María de las Parras.

Como veremos en la segunda parte de este trabajo, el maestro ocupará su oficio en función de un sabotaje en contra del Cura, que traerá finalmente como consecuencia la salida de la familia Hernández, acompañados del organista Salvador Cano del Pueblo de Parras y el levantamiento del auto judicial dirigido al Deán José López de Olivas de la Catedral de Durango, con el fin de bloquear a los rebeldes la posibilidad de acomodarse en el coro catedralicio.

La conquista espiritual de Santa Maria de las Parras a través de la doctrina musical en el Siglo XVII

En esta parte del trabajo se intentará comprender, a raíz del documento del pleito, qué papel jugó la educación en un nuevo rito litúrgico sonoro implementado como parte de una estrategia de conquista espiritual y política en la zona de la Laguna en el siglo XVII, y como esta acción tuvo consecuencias y transformaciones en particular en lo que concierne a la actividad social de la música de Santa María de las Parras. A raíz de ese análisis se tratará de reconstruir la figura emblemática de Don Alonso Hernández, indio tlaxcalteco, y Maestro de Capilla y Seminario en el poblado de la actual Parras.

Para comenzar esta discusión, no podemos evitar hacer referencia al texto de Andrés Perez de Ribas , que deja entrever los efectos del acercamiento por parte de los españoles al indio Lagunero, sobre los cuales parecen elaborarse a corto, mediano y largo plazo, diferentes perspectivas de acciones persuasivas con el fin de obtener una conversión espiritual al cristianismo.

En este sentido Enrique Dussel afirma que del punto de vista conceptual, la conquista actuada por los españoles, se puede resumir sobre tres grandes ejes: el político, el erótico y el pedagógico. Si los primeros dos tuvieron un impacto directo, "en carne viva", sería el pedagógico, que concierne nuestra análisis, implementado por el clero regular, el que reflejaría parte de esa estrategia poderosa de conquista. Recordemos que también Lourdes Turrent habla, del punto de vista sociológico, de una conquista musical de México, haciendo una referencia a la música como un lenguaje para poder encontrar así, un vínculo entre quienes los practicaron y su sociedad.

Para entender la génesis de una cultura musical de formato neo-europea en el espacio de la zona de la Laguna, mencionado en el expediente del pleito contra Alonso Hernández y su hijo Félix, hay que ponderar elementos que se influenciaron recíprocamente como fueron el entorno natural, la etnografía, el proceso misional y el mundo hispano. Así, por ejemplo, durante la primera mitad del Siglo XVII, se ve que el escenario humano, atestiguado por Perez de Ribas está representado por diferentes naciones nómadas, conformadas por una necesidad de supervivencia derivada de las características áridas e irregulares del territorio de la Laguna. La línea de mando de esas comunidades indias era representada por viejos y guerreros.

En la conformación de esta nueva sociedad, el misionero recién llegado no pudo contenerse en el observar las costumbres de los rituales indios, que probablemente generaron en él, sentimientos encontrados de curiosidad, temor y admiración. Pero, pasando el tiempo, esos sentimientos, contrastados con el dogma cristiano se descargaron a través de juicios negativos y justificaron el implemento de técnicas de persuasión para el cumplimiento de la tarea misional.

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