EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

Juegos de policías y ladrones

ANDRÉS SOTOMAYOR

Erase una vez un grupo de niños disfrutando un día de campo en compañía de sus padres, quienes en medio de un bello jardín floreado y soleado, decidieron jugar a Policías y Ladrones.

Habiendo progresado el juego, los niños colmados de diversión y alegría, decidieron seguir jugando por horas y horas. Su afán de gozar más y más del juego, los llevó a adentrarse en sus personajes de tal forma, que poco a poco fueron olvidándose de ellos mismos como creadores de aquéllos (se "volvieron" policías y ladrones). Así, no habría escapatoria del juego, los personajes habían sustituido a los creadores de éste, había juego para siempre, el juego se volvió "realidad". A partir de entonces, los policías creyeron ser policías, y los ladrones, ladrones. A todos los invadió la soledad, la separación y el aislamiento, se llenaron de culpa a raíz de los ataques perpetrados por ellos en el pasado y de preocupación futura sustentada en los ataques que seguramente se perpetrarían en su contra. No les quedó más remedio que pertrecharse protegiéndose y victimándose frente a sus "legítimos" rivales.

Ninguno de los dos grupos, ni siquiera uno solo de sus integrantes, se percataba de la realidad ilusoria en la que estaban inmersos, su afán obstinado por reivindicarse en sus infantiles deducciones, los mantenían "viendo y viviendo" su desafortunada "realidad".

Estando pues atrapados en medio de "verdaderos" ataques, sufrimiento y desesperanza, no quedaba más remedio que una salida extrema: abandonar el propio ataque, asumiendo los riesgos que ello implicaría. Los primeros en hacerlo, recibiendo aún ataques de los otros, intuyeron que su actuar iría mermando el ataque de sus detractores (recordemos a Gandhi), cosa que sucedió (lógicamente), dado el sentido original del juego de los niños: el ataque. Policías y ladrones no tenían ya razón de ser, el juego de la "vida" había terminado.

El vacío de juego, sin embargo, despertó sobresaltados a los niños. Desconcertados se vieron en medio de aquel paradisiaco lugar elegido por sus padres para el día de campo. Se percataron por primera vez de la belleza del entorno, no obstante las horas transcurridas.

Al superar su desconcierto, los niños comprendieron que el fin del ataque contra sus ilusos contrincantes había abierto la puerta de retorno a ellos. Comprendieron de alguna forma, que los primeros en abandonar su ataque lo hicieron desde una intuición más grande que ellos, intuición que los guió al único camino de su propia salvación, la salvación del otro. Entendieron que dar era la única forma de recibir, perdonar la única de ser perdonados, salvar la única de ser salvados.

Finalmente, llenos de alegría y completamente despiertos, comprendieron que sus amigos policías y ladrones habían perdonado sólo ilusiones. No volvieron a caer en la tentación de dejarse dominar por ellas, eligieron siempre el pleno juego de la Vida.

El autor es rector del Campus Laguna del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 727248

elsiglo.mx