¿Puede ser absoluta la verdad? ¿Se compromete la capacidad negociadora de un país cuando la diplomacia es conducida de forma abierta? ¿Es válido ocultar información en aras de la seguridad nacional? ¿La razón de estado justifica que, en ciertos casos, se pase por alto a la ley? ¿Operar con total transparencia podría acotar y entorpecer las relaciones internacionales? ¿Cuáles deben ser los limitantes a la libertad de expresión? ¿Hasta dónde debe llegar el periodismo de investigación? La prensa funge como contrapeso al poder del estado pero, ¿quién controla el enorme poder de la prensa? ¿Es legítimo derecho del ciudadano el irrestricto acceso a la información? ¿En qué caso ésta debe reservarse a los ojos del público? Son cuestionamientos que este columnista se hace a raíz de un caso y de cierto personaje que, tras los eventos de los últimos días, vuelve a estar en el ojo del huracán: Julian Assange.
Lo cierto es que Assange -una amalgama de virtudes y defectos propios del periodista, el hacker y el activista de las causas perdidas- es producto del nuevo orden mundial donde las armas, el ejército y las bombas nucleares no son necesarios para poner de rodillas al enemigo. Los doscientos cincuenta mil cables publicados por el sitio web WikiLeaks, que develan los secretos diplomáticos mejor escondidos de la Unión Americana y las conversaciones entre personajes y países de todos los confines del orbe, han enfurecido al gobierno de Estados Unidos y representan un bochorno quizá equiparable, opinan algunos, al fiasco de Bahía de Cochinos o el fracaso en términos de opinión pública que en otros tiempos no muy lejanos, significó la Guerra de Vietnam.
Pero aquí, querido lector, los daños colaterales no fueron vidas humanas ni nadie hizo explotar un misil o invadió el territorio del contrario. Acorde al nuevo milenio donde la revolución se gesta por la vía digital y tecnológica, para propinarle un certero golpe a Estados Unidos bastó con reunir a un reducido grupo de personas versadas en informática, periodismo y hacking; una o varias computadoras, acceso a Internet y comunicación satelital, individuos clave en el lugar indicado y esa red de informantes que haría palidecer a la CIA. Julian Assange, el David que venció a Goliat, dicen.
Julian Assange, personaje incómodo que es depositario de los secretos de millones. Al estilo de la mafia siciliana, muchos lo quieren agarrar pues "conoce demasiado" y quién sabe qué otras sorpresas tiene escondidas en la chistera, así es que no vaya a ser la de malas y de ahí que los delitos por presunta violación emanados desde Suecia, vengan como anillo al dedo. Sin embargo, dichas imputaciones a algunos nos recuerdan el caso de Al Capone, aquel legendario gángster de Chicago al que no pudieron comprobarle actividades criminales, y es así que, levantándole cargos por evasión fiscal, le hubieran ganado la batalla.
En tanto, es característico del tercer mundo y de las naciones oprimidas congratularse o sonreír frente a las desgracias del imperio. Algo hay de simpático cuando logramos ridiculizar la arrogancia y el destino manifiesto característico de nuestros vecinos del norte, nuestros vecinos distantes. Siempre habrá un Hugo Chávez, un Evo Morales o un Fidel Castro que levanten la voz y vociferen sobre las atrocidades del imperialismo yanqui y su diplomacia absolutista, "colonizante", dirían en México. Hoy le toca el turno a Rafael Correa, el mandatario de Ecuador, quien desafía a otro poder de facto -el Imperio Británico- ofreciéndole a Julian Assange asilo diplomático y el uso de su embajada en la Corte de Saint James por tiempo indefinido. Y aquí decimos tiempo indefinido pues son célebres los casos de personajes incómodos que en su momento permanecieron por espacio de varios años -décadas inclusive- en distintas representaciones diplomáticas. Mientras Gran Bretaña no esté dispuesta a entregarle a Assange el salvoconducto necesario para salir del país o encuentre lagunas en la ley que permitan vulnerar la soberanía diplomática de la Embajada de Ecuador en Londres, la estancia de Julian Assange se antoja tan larga al tiempo, que pone en jaque a los expertos en derecho internacional.
No son pocos quienes ven en la figura de Assange a una especie de bandera de la libertad de expresión y el poder ciudadano. Es inevitable mencionar otros casos similares en la década de los setenta, tiempos convulsos si los hay: Mark Felt "Garganta Profunda" -el informante de los incipientes reporteros del Washington Post, Bob Woodward y Carl Bernstein- y quien fuera pieza fundamental para resolver el entuerto de Watergate; así como también Daniel Ellsberg, funcionario del Departamento de Estado norteamericano que a través del periódico The New York Times filtraría los célebres "Papeles del Pentágono" -documentos que revelaron las atrocidades de la Guerra de Vietnam y la innecesaria escalada del conflicto, si bien los gobiernos de Lyndon Johnson y Richard Nixon tenían información que arrojaba un dato: la guerra era una empresa perdida para Estados Unidos.
Ellsberg, Felt, Woodward y Bernstein sobrevivieron al juicio de la historia y hoy son considerados personajes míticos que en su época fueron esenciales para denunciar y señalar los abusos de poder gubernamentales. ¿Terminará sucediendo lo mismo con JulianAssange? De lo que estoy seguro es que esta historia va para largo y tendrá un desenlace tan sorpresivo como el final de una novela de Tom Clancy.
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