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La amenaza

JULIO FAESLER

El caso de Andrés Manuel López Obrador es preocupante. Lo es desde el punto de vista psicológico. Lo es más en el contexto de la coyuntura política que el país vive y en la que él es un elemento inevitable. Su obsesión por llegar a la Presidencia de la República, cultivada a lo largo de tantos años, no ha cambiado ni en concepto ni en discurso.

Su lenguaje se ha vuelto más claro en los últimos días anunciando las reacciones de su gente en el caso de que los resultados del primero de julio no le favorezcan.

En los meses más recientes de su campaña, armada con la pedacería de los grupos y tribus que componen las izquierdas mexicanas, no hemos visto ni oído más que la repetición, ya enfermiza, del relato de la presidencia robada en 2006, gracias a elecciones fraudulentas, o bien de los innúmeros complots que como hierba venenosa que prolifera en todo el escenario político.

Reedita, empero, su distorsionada interpretación de las elecciones que encumbraron a Felipe y que le arrebataron el timonel de la nación. Nunca entendió que en 2006, por fin los votos se contaron y contaron, gracias a la participación ciudadana, mucho más preparada que antes para defender la democracia en las casillas y en el IFE.

Las circunstancias han cambiado, pero no él. Andrés Manuel López Obrador revive su vivencia, la extiende y empalma, directa, sin alteración, sobre la nueva realidad en 2012 de mecanismos electorales mejorados, más supervisadas y vigiladas.

López Obrador sigue atorado el mismo canal. En mítines siembra cizaña arengando a sus gentes a luchar por las utopías inalcanzables que propone sin más motivación que venganzas sociales. Contrasta con lo que se le escucha en las reuniones con los más encumbrados directores de la economía nacional donde intenta seducir con amoroso lenguaje de conciliación.

No hay, empero, en ninguno de estos foros la explicación concienzuda de sus propuestas, siempre generales y sin el respaldo del plan de ejecución completa.

Vacío en su exposición en lo económico, impráctico e ingenuo en lo político hasta lo irrealizable, se repite hasta lo fastidioso; AMLO regresará siempre a su argumentación madre, la del fraude sistemático, como estribillo.

Nada le impide volver sobre el tema electoral: "Pónganse en mi lugar" les dijo a los que intelectuales y empresarios que hace poco firmaron el Manifiesto de las preguntas más importantes, si "ustedes no cuidan que las elecciones sea limpias y confiables… tendré que reaccionar por responsabilidad patriótica y democrática." La amenaza de violencias populares que ahora serían la culpa de los que gozan de los privilegios del poder es la reiteración de lo de hace 6 años.

Una explicación está en lo superficial de sus propuestas López Obrador tiene que fortalecer con la amenaza de un país en el caos por culpa de los que retienen el poder de los medios, de los negocios monopólicos y ante todo la corrupción general.

Y es aquí donde está el meollo del asunto. Emprender las reestructuraciones para reducir gastos de gobierno, eliminar subsidios, instalar un nuevo sistema fiscal, remodelar fórmulas presupuestales y pretender crecimientos del 16% al año que dice requerir para crear más de un millón de empleos anuales implica romper y rehacer un rompecabezas imposible de armar rápidamente vía consensos democráticos.

De insistir en su proyecto, el flamante presidente reformador, sin mayorías en el Congreso, sólo produciría impasses legislativos como los que ya hemos padecido. Sin tener la mínima posibilidad de cumplir sus metas, la pérdida de la confianza nacional, contagiando la internacional, detendría la marcha del país.

Otra posibilidad, es la no democrática: la de dos o tres golpes espectaculares de poder al inicio de su gestión. Después, sin embargo, el presidente López Obrador sentiría los efectos en las realidades internas y externas de México, entramados en el complejo de intereses económicos y políticos del país insertos como están en las redes de la globalización que pronto le quitarían la espoleta del ímpetu reformador.

Pero tales perspectivas sólo se darían en el caso de que ganara López Obrador el primero de julio. De no declararse su innegable triunfo las elecciones serán denunciadas por él como fraudulentas, por culpa, ahora lo sabemos, de los que no quisimos asegurar su limpieza. La "gente" será la que entonces decidirá qué hay que hacer…

juliofelipefaesler@yahoo.com

6 de junio de 2012

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