Me doy cuenta cómo las personas que llegan a una edad avanzada han ido perdiendo la memoria. Personas que hace poco tiempo se veían sanas y saludables, con las que podía charlar de tiempos pasados, amigos de toda la vida que nos conocimos cuando éramos jóvenes dedicados con frenesí a la lectura de obras escritas por paisanos, de gran renombre en el mundo de la literatura cuyos relatos de alguna manera fueron moldeando nuestro carácter y nuestra manera de ser.
Un mundo de fantasía en que nosotros les poníamos caras, voces y a veces trama, a las obras que nos daban en letras una novela cuyas narraciones nos hacían estremecer porque nos introducían en un mundo imaginario cuyo gozo, sólo los que nos hemos acostumbrado a la lectura, logramos disfrutar.
Sus descripciones eran sonoras, pero ausentes de identificación a los parlamentos, había que agregarle nuestra propia agudeza poniendo a trabajar nuestro talento e intuición para darle a la ficción un cuerpo capaz de trasladarnos a un escenario donde se desarrollaban los hechos que nos hacían reír o llorar.
El cine o la televisión, sobre todo esta última, le ha quitado a los hombres de ahora la facultad de pensar por sí mismos. Todo lo da como comida chatarra que quita el hambre, pero no alimenta. Tiene sin duda el pensamiento, pero he ahí que lo que da, lo da digerido. Las novelas son por lo general el epíteto de la cursilería. Las grandes obras históricas o musicales o literarias al parecer no gustan a un público que está acostumbrado a no pensar.
Y no culpo a las empresas, no es mi gusto, de ahí que todas las tardes veamos especialmente al sexo débil pegados a las pantallas del televisor viendo y oyendo a Rocío Sánchez Azuara dando cátedra de casos de la vida real en que se constituye en juez de las conductas equivocadas o no, de personas que recurren a ella a dirimir sus querellas. Lo hace muy bien y cumple con su cometido.
Últimamente han surgido nuevas maneras de desperdiciar el tiempo. Las amas de casa y en acasiones sus esposos, han invadido los salones de juego, que hay quien tacha de desplumaderos permitidos por las autoridades, como una catarsis para mujeres mayores que acuden más que nada para entretenerse y acabar con el tedio que las rodea. Las bibliotecas permanecen vacías a pesar de que son modernas cunas del conocimiento. La distracción en estos lugares es la que produce mejores resultados, Pero desgraciadamente no tenemos la cultura que nos permita inculcar en las siguientes generaciones el hábito de la lectura.
Si las personas mayores carecen de pasatiempos es porque no recibieron el divino don de conocer los beneficios que otorga el conocimiento. Y a las pruebas me remito. ¿Quién que haya leído a Óscar Wilde no se ha sentido elevado a un plano distinto al que vivimos el común de los humanos?
Con absoluto respeto a quien piense de manera diferente, hay en la Biblioteca Municipal, ubicada en la Alameda Zaragoza, lecturas que podrán abrirle los ojos a quienes los tenemos cerrados porque los cubre el velo de la ignorancia. Es un hermoso lugar con estantes llenos de libros. El personal son unos ángeles que con la alegría que produce lo que no es un trabajo, lo llevan a recorrer los dos pisos de que consta ese lugar, que no es otra cosa que un santuario del libro. Es la parte anterior de un tabernáculo, separada por un velo de sanctasanctórum. Lugar que actualmente está desaprovechado, pero que no se desvanece en su soledad, hay ahí tesoros de un valor incalculable. En fin, a mayor razón si su uso es gratis.