A unos días de las elecciones federales del próximo 1 de julio, las encuestas de opinión muestran que el candidato Enrique Peña Nieto (EPN) todavía lleva clara ventaja sobre su más cercano contrincante, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), así como que el Partido Acción Nacional no repite en Los Pinos.
Lo cierto es que, cualquiera que sea el resultado de la elección, el ganador lo hará con el mandato de apenas poco más de una tercera parte de los electores, por lo que viendo hacia delante se hace necesario que, como lo hacen otros países, cuando no se alcance la mayoría absoluta, exista una segunda elección con los dos contendientes con mayor cantidad de votos para definir con mayor claridad la voluntad de la población.
En esta nota, sin embargo, no abundo sobre las ventajas de una segunda ronda electoral, puesto que no aplica en el caso actual, sino comento que la gran relevancia que se ha dado a la contienda presidencial, contrasta con la muy poca que en términos mediáticos ha merecido, hasta ahora, la campaña para renovar al Congreso de la Unión.
Electores y medios de comunicación tendemos a sobreestimar el papel del Presidente de la República, olvidando que por una década y media la fragmentación del Congreso ha sido el mayor obstáculo para el progreso nacional.
En este sentido, la contienda por la integración del nuevo Congreso de la Unión debería de estarse observando con lupa, ya que al margen de quien gane las elecciones presidenciales, el destino del país estará en manos de los Senadores y Diputados Federales que, con sus votos o abstenciones determinarán la suerte de sus propias iniciativas, las de sus colegas y las del Presidente.
El tema adquiere mayor relevancia en el contexto del sistema político mexicano, donde las decisiones de los legisladores se adoptan más por las pautas de los partidos que por las opiniones personales de los parlamentarios.
Por lo tanto, la única combinación que tendría alguna oportunidad de mejorar las perspectivas para nuestra economía, sería la del triunfo de la candidatura presidencial con las propuestas más adecuadas, así como que su partido obtenga la mayoría absoluta en el Congreso.
En este contexto, carecen de sentido las propuestas de votar por un partido para la presidencia y hacer un contrapeso votando por otro para los cargos legislativos. Esto garantizaría la continuación de la parálisis que impide cualquier reforma para salir de la mediocridad económica.
Si uno está convencido que su candidato tiene las mejores ideas para sacar adelante al país, no queda otra que darle las herramientas para que lo haga. Y una herramienta crucial para ello es que sus iniciativas cuenten con el apoyo del Congreso.
Persiste, sin embargo, un problema. Aun cuando los electores actuaran de esa manera, muy probablemente el ganador no lograría tener la mayoría absoluta en ambas cámaras legislativas. Por ejemplo, Si EPN ganara las elecciones, las encuestas de opinión le dan mayoría absoluta a su partido sólo en la Cámara de Diputados. No hay claridad en lo que toca a la de Senadores.
Por otra parte, una victoria de AMLO, de acuerdo a las encuestas, lo dejaría con un Congreso dominado por la oposición y sin un mecanismo para formar gobiernos de coalición. Habría entonces fuertes enfrentamientos entre quién se siente "la voz del pueblo" y las Instituciones de nuestro país.
Un contexto donde el ganador no cuenta con mayoría absoluta en ambas cámaras favorece la continuación de la parálisis legislativa, puesto que no hay razón para esperar un comportamiento de nuestros legisladores distinto al que hemos visto desde hace 15 años, cuando el PRI perdió la mayoría en la Cámara de Diputados.
Se podría pensar que una solución para este entuerto sería que el nuevo Congreso hiciera una reforma legal que facilitara la creación de coaliciones legislativas, así como que los diferentes partidos políticos seleccionaran a sus candidatos entre las personas mejor preparadas en su partido.
Sin embargo, el sistema político mexicano carece de los incentivos para hacer ese tipo de reformas, así como para cambiar los mecanismos de selección, ya que los criterios respectivos no son para escoger a los candidatos más capaces, sino los más incondicionales.
A la consolidación de este vicio contribuye el reparto, entre las personas de mayor confianza de los dirigentes políticos, de los senadores y diputados por representación proporcional.
Esta práctica permite anticipar que, independientemente de quién gane la presidencia, si su partido no logra también la mayoría en ambas cámaras, seguiremos con un Poder Legislativo fragmentado que difícilmente lograría acuerdos sobre las reformas estructurales más relevantes para el futuro económico de México.