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La ciudad constipada

Minutario

GUILLERMO SHERIDAN

Como cada uno de sus habitantes, la ciudad caga sus propios desechos. Veinte millones de seres que generamos 12 mil toneladas diarias de basura que ya no tiene a donde ir y a la que, pobrecita, todos le cierran las puertas.

Ebrard cerró heroicamente el "bordo poniente", el tiradero más grande del mundo: no cabía ya un solo vaso 'Maruchan' más. El DF se esfuerza en industrializar las mil 500 toneladas cúbicas de gas metano que el tiradero genera al año (que ahora sólo respiramos), así como algunos desechos combustibles. Si la ciudad no recicla su basura, la ciudad será basura y nosotros no sus ciudadanos, sino sus pepenadores.

Por lo pronto, se amontonan en la ciudad los gargajos esféricos del residuo ciudadano. Un paisaje de bolsas de plástico, nubes de moscas, promiscuidad esquinera de turdos infames, huevos bofos del intestino urbano, incubadoras bubónicas de styrofoam, cóctel de la disentería.

Los desechos son nuestra primera democracia: las latas ricachonas de paté languidecen junto a las proletarias latas de frijoles; los restos del filete de los diputados se aparean con el bagazo del menudo; el papel salivoso del académico se ayunta con el cuaderno babeado del escolapio. El cadáver del zapato, el pozole de gusanos, los pañales inmortales... Todo sobre un puré de biomasa hedionda que se destila hacia los mantos freáticos.

El paisaje de basura que cubre a la capital ¿será premonición de 2012, este año que ya es, desde ahora, inolvidable? ¿O será la metáfora concreta de otros basureros impalpables? ¿El de la historia, el de la política, el de la moral pública?

Contesta, oh Alexandre, Dandy del Basurero, que en la genial novela de Tournier ves a la basura como una "arqueología del presente", como la venganza definitoria de "lo marginal" sobre "la decencia"... Y tú, Belzebú, Príncipe de los Desechos, merécete tu nombre y contesta: este océano de basura ¿es nuestro estado de ánimo no biodegradable, nuestra alma solidificada? Estos cerros de pudrición, oh Víctor Hugo, poeta que alabaste "la sinceridad de la inmundicia", di ¿son acaso los palacios putrefactos a los que conduce la estela de luz?

Y si ellos nada dicen, ¡contesta entonces tú, oh Tlazolteotl, Diosa de las Inmundicias, Vieja Bebedora de Abono! ¿Acaso hemos de morir apachurrados por una inundación de Támpax y hojalata?

¡O hazlo tú, oh Tlaelcuani, Comedora de Cosas Sucias! Di, ¿acaso has regresado, ídolo de mierda, a reinar aquí? ¿Aquí al elevado ano de México? ¿Aquí a Defetitlán?

El sistema digestivo de la ciudad no cesa de deglutir y procesar el combustible de su subsistencia. Amasa un bolo alimenticio indigerible y ahora, además, sin esfínter. La ciudad constipada acuesta en las calles las miserias de su duodeno. Y los ciudadanos vemos en la convivencia con nuestra basura que también somos desagüe, pasajeros de sus tripas...

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