Corría el año de 1994 y un servidor había sido designado como árbitro para representar a México en la Copa del Mundo de Estados Unidos.
Tenía tres finales en mi haber, cuando todavía existían los torneos largos, a saber: América vs Pumas, León contra Puebla y Monterrey ante el Atlante y la H. Comisión de Árbitros me asignó el partido crucial entre Tecos y Santos, a jugarse en Zapopan el 30 de abril.
El viernes 29, a primera hora, sonó el teléfono de la casa de ustedes en Cuernavaca, Morelos, y escuché la grave voz de mi querido profesor Genaro Castillo, empleado administrativo de los mandamases del referato nacional.
La charla fue muy breve. "Licenciado, me da mucha vergüenza lo que le voy a decir pero por instrucciones del señor Marcel Pérez Guevara usted ha sido cambiado del partido de la gran final".
Pocas veces en mi vida he sentido tanta rabia e impotencia. Resulta que la directiva de los Tecos me había vetado y las autoridades arbitrales habían cedido a la presión. Una vez más, mis directivos demostraban que ellos estaban ahí para cuidar los intereses de los clubes y sus jerarcas.
Efectivamente, fui relevado de esa responsabilidad y Armando Archundia, joven promesa del arbitraje en aquella época e incondicional de los jefes, dirigió el encuentro donde se coronaron por primera y única vez los Tecos de la Universidad Autónoma de Guadalajara.
El ingeniero Juan José Leaño era el presidente de la institución y presionó a Pérez Guevara para cambiar dicha designación. Las razones las ignoro pero lo que supe desde un principio era que no podía permanecer bajo las órdenes de alguien que se dejaba manipular como un títere.
El tristemente célebre Marcel ya había filmado una película parecida cuatro años antes, cuando a Edgardo Codesal, árbitro designado al Mundial de Italia, le fue conferido el honor de despedirse pitando la final de Tercera División. Así como lo oye.
Partí a la Copa del Mundo anunciando mi retiro, salvo que al regreso esos pobres diablos de la Comisión ya no estuvieran al frente. Recibí amenazas por parte de la Femexfut en el sentido de que podrían quitarme la designación mundialista, por boca del presidente Marcelino García Paniagua. Afortunadamente en FIFA no se manejaban así los asuntos y tuve todo el apoyo del máximo organismo rector del balompié internacional.
Al volver de la justa mundialista, los esbirros del poder habían dejado ignominiosamente el cargo y se inauguraba otra etapa más promisoria en el arbitraje. Gracias a ello pude continuar con mi carrera cuatro años más, siendo nombrado para dirigir seis finales, que nadie se atrevió a revocar.
Por todo esto que le cuento, amable lector, yo pensé que el día que los Tecos descendieran al averno iba a saltar de gusto. Hoy le puedo jurar que no fue así. Ni esa gracia han tenido.
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