El rendir tributo a una persona que hace algo importante o trascendente es algo inherente al ser humano. Lo malo es que, generalmente, se hace postmortem, es decir, ya que te enfriaste y te cambiaste de cabaret.
Basta echar una mirada a los libros de historia y en las más antiguas y diversas civilizaciones tenemos la presencia de tumbas llenas de objetos que indican el rango del finado y el respeto y sumisión que se le tuvieron en vida.
La cultura maya y el pueblo egipcio pueden dar cabal fe de lo que les digo, y hasta nuestros días parece que no hay muerto malo ni pendejo. Todas las fallas se remedian al momento de la muerte y el dicho que va de boca en boca es el tradicional: "Tan bueno que era".
Los homenajes deben ser en vida y cuando más pronto, mejor, sin embargo a veces se les pasa la mano y se corre el peligro de matar, en serio, a aquel que se quiere hacer objeto de reconocimiento.
Recuerdo hace algunos años cuando una importante cadena televisora de este país decidió que no se podía marchar de este mundo don Pedro Vargas, conocido como el "tenor continental", sin que se le realizara un homenaje.
Esto se volvió una locura. Al pobre de Pedro lo sacaban a cuadro mañana, tarde y noche. Vestido hasta de "china poblana" y cantando todo tipo de melodías. Se cree que la causa final de su deceso se debió a que en un programa dominical lo obligaron a hacer dueto con Julio Iglesias, y eso sí, su sufrido corazón y sus tímpanos ya no pudieron aguantarlo.
Esto viene a cuento por el merecidísimo tributo que se les rinde a los medallistas olímpicos mexicanos. El papel desempeñado en Londres durante la justa veraniega resultó sensacional y las clavadistas, arqueras, taekwondoína y futbolistas bien se ganaron el derecho al reconocimiento público.
El riesgo radica en el exceso. El miércoles pasado, en el medio tiempo del juego entre México y Estados Unidos, en el Estadio Azteca, lo que prometía ser un bello acto multitudinario se convirtió en una pachanga por la desorganización reinante, que permitió que la cancha se llenara de gorrones, arribistas y periodistas que entorpecieron la ceremonia, convirtiéndola en un fiasco.
Nada tengo en contra de que premien a los muchachos; que los reciba el Presidente o los diferentes gobernadores; que inauguren instalaciones o pongan la primera piedra de alguna unidad deportiva; que reciban premios en metálico, en fin, todo aquello a lo que su denodado esfuerzo los ha hecho acreedores, pero con tiento.
No sea que les vaya a pasar lo que al señor Vargas.
Por cierto, ¡qué mal se vio la directiva del Toluca! Fue el único juego de la jornada, el suyo ante Pachuca, donde no se rindió homenaje a los medallistas. Ellos no aportaron campeones pero los Tuzos sí. La verdad, fue falta de categoría o de plano a nadie se le ocurrió.
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