La victoria es solamente una crisis preferible. Al igual que la derrota, el triunfo arroja a los partidos a un territorio nuevo y les lanza exigencias que no pueden enfrentar con las herramientas de rutina. El PRI supo sobrevivir en la oposición federal. Su gelatinosa ideología se adaptó bien a ese exilio. Era oposición al gobierno federal al tiempo que ejercía el poder en las regiones, en el Congreso, en los sindicatos, en múltiples espacios de representación. Perdió la presidencia, pero se estableció en una tabla espaciosa y confortable. Perdió la presidencia, pero nunca el poder. Disfrutó así de sus ventajas sin cargar con responsabilidades. Lo que ahora le cae al PRI es precisamente eso: el bulto de la responsabilidad.
Mal harían los priistas al pensar que su victoria constituye el respaldo a un proyecto o el entusiasmo por una candidatura. El PRI no consiguió la mayoría; su candidato estuvo muy lejos de la aclamación que se anunciaba. La victoria de julio no es apuesta de futuro ni reivindicación histórica. El PRI es simplemente el beneficiario de un castigo al partido gobernante. Por ello en su victoria hay más desconfianza que respaldo. Apoyo precario y, posiblemente, breve.
Veo tres crisis en la victoria priista. La primera es la crisis de su unidad. El PRI podrá regresar a la presidencia porque aprendió la lección de 2000 y la de 2006. Llegó unido a la elección y logró la victoria. Pero esa coalición que fue eficaz para competir en elecciones, ¿Será eficaz para gobernar? La lógica electoral no suele acompañar los imperativos de la reforma. Sospecho que la unidad priista sea un lastre para la capacidad de conducir cambios profundos desde el gobierno. Lo decía hace unos días Carlos Bravo Regidor en un artículo publicado por La razón. Si Jesús Reyes Heroles sentenciaba que "Lo que resiste apoya", aludiendo al papel legitimador de las oposiciones, hoy podría invertirse el dicho: "Lo que apoya, resiste." En efecto, el PRI ha encontrado sentido en los últimos años como una gran coalición antirreformista. Son precisamente los grupos que apoyaron al candidato del PRI quienes con mayor tenacidad se han opuesto a las reformas que hoy pretende impulsar Peña Nieto. La unidad no será solamente el problema de las izquierdas. Si el PRI quiere mover la máquina del gobierno y promover reformas profundas, tendrá que encarar a los poderosos grupos de interés que cobija y que tanto se benefician del arreglo actual.
En segundo lugar, el PRI está atravesado por una crisis de identidad. ¿Qué representa el PRI en 2012? El viejo partido hegemónico perdió la oportunidad de reformarse en la oposición y explícitamente se negó a definirse. No surgieron liderazgos democráticos que hicieran un balance de su historia y de su legado para configurar un perfil contemporáneo. Nadie emprendió la autocrítica, nadie se lanzó a revisar el discurso o los estatutos. Bastó oponerse al PAN y cultivar un vago resentimiento anti-neoliberal. Pero esas emociones no encontraron argumentos ni voceros. Por eso el regreso del PRI a la presidencia resulta desconcertante: sin autocrítica, sin reforma regresa a Los Pinos. El desprestigio del gobierno y de la opción de izquierda bastaron. ¿Puede el PRI de hoy respaldar un proyecto político que parece tan ajeno como el proyecto de los tecnócratas de fines de los años 80? Es cierto: el pragmatismo fue la clave de la permanencia priista en tiempos de la hegemonía, pero ¿puede el PRI perseverar en la indefinición? Creo que esa falta de claridad ideológica es lo que hace del PRI un partido tan vulnerable a las intimidaciones de una izquierda que sigue pensándose como el PRI auténtico. Un partido que sigue rindiendo tributo a los mitos del siglo XX se encontrará dispuesto a servir a quien los reivindica sin vergüenza.
Finalmente, creo que el PRI debe reconocer una crisis de confianza. Que haya ganado la elección no borra su extenso descrédito como un partido de impulsos autoritarios y, sobre todo, como un partido fundado en un pacto de corrupción. La desconfianza es más que simple cautela frente al peligro que constituye su retorno: existe una intensísima animadversión al PRI en sectores importantes de la sociedad mexicana que deben ser reconocidos. Después de todo, el mecanismo de reproducción del viejo régimen no fue la coacción sino, más bien, la corrupción. La unidad priista sigue siendo, en buena medida, un pacto de complicidad, un arreglo de encubrimientos y silencios. El PRI ha respetado su tradición de esconder y proteger a los suyos. Se equivoca si cree que puede seguir haciéndolo sin castigo.
El peligro del PRI no es la restauración autocrática. Es, por una parte, la prolongación de la ineficacia política y, por otra, la rehabilitación de un viejo pacto de corrupción. Los priistas pudieron hablar durante mucho tiempo de "nuevo PRI" sin decir nada. Muy pronto se verán forzados a darle contenido a ese lema, si no quieren volver muy pronto a la oposición.
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