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La deuda de un país

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Socorro Muñoz

Todos hemos escuchado hablar de la deuda de México. Pero quizá ignoramos que no somos el único país en esa situación, pues así como las personas en el mundo se valen del crédito para comprar una casa o un auto, las naciones recurren al endeudamiento para impulsar inversiones públicas en beneficio de la sociedad.

Cuando los ingresos de un gobierno no bastan para enfrentar sus compromisos de infraestructura, salud, seguridad o educación, tiene que hacer uso de fuentes de financiamiento. En situaciones así, se recurre a entes como el Banco Mundial (BM) o el Fondo Monetario Internacional (FMI), quienes realizan una evaluación sobre las condiciones del país en cuestión, así como sus necesidades, su capacidad de pago, y con base en ello determinan si le prestan o no el dinero.

Suena sencillo. No obstante, el financiamiento público lleva otras vertientes de análisis y su determinación suele ser más compleja.

UNA FORMA ‘NORMAL’ DE OPERAR

La deuda de un país no representa un problema, siempre y cuando el financiamiento sea utilizado para fines de inversión ya sea de infraestructura o de beneficio social, que en determinado plazo puedan repercutir en un crecimiento económico.

Hablar de endeudamiento también invita a los temas de la inflación y el crecimiento pues generalmente la adquisición de esta clase de compromiso de manera poco planeada impulsa el crecimiento, pero de igual forma origina un problema inflacionario y desajustes fiscales.

Este tema se volvió un punto controvertido a principios del año 2000, donde existían dos tendencias generalizadas en el panorama global. Una va encaminada a la adquisición de deuda pública con el objetivo de impulsar la infraestructura, la asistencia social, de salud y educativa, en donde las naciones de la Eurozona se distinguieron por el uso del financiamiento de terceros para impulsar sus economías. La otra apuesta a la completa austeridad fiscal, evitar los déficits en la balanza de pagos, abrir las fronteras a favor de importar bienes más baratos con el objetivo de evitar presiones inflacionarias; Chile, México y Rusia son algunos ejemplos de este tipo de tendencia.

Ninguna de estas dos corrientes debe satanizarse. El caso actual de la Zona Euro lleva a concluir que el uso indiscriminado del respaldo público sin un sostén productivo puede resultar una combinación peligrosa y desatar una crisis. Lo cierto es que el manejo adecuado de la deuda soberana es uno de los puntos clave de cualquier economía.

‘CORRECTAMENTE’ ENDEUDADO

Pero ¿cómo se determina el nivel apropiado de endeudamiento? La deuda se mide con relación al producto interno bruto (PIB) de un país. De acuerdo a la economista india Jayati Gosh, en su documento Macroeconomía y políticas de crecimiento escrito para las Naciones Unidas, los países en desarrollo (como México) deben calcular el nivel adecuado de deuda pública interna y externa y planear con base en ello. Según el texto existe una regla general: las tasas de retorno de la inversión financiada por deuda no deben ser más bajas que los tipos de interés, para evitar un espiral de la deuda.

Hay otros elementos a considerar. Por ejemplo en 2007 la Unión Europea estableció un pacto en donde no se permitía que el cociente superara el 60 por ciento. Sin embargo, esto dejó de ser un punto exitoso tras la terrible situación financiera que enfrentan actualmente Grecia, Portugal y España.

Para las naciones en desarrollo el endeudamiento externo se complica más que el interno, ya que puede meter a las economías a una crisis, pues todas las medidas de liberalización financiera generalmente conducen a un incremento en los tipos de interés de la deuda ya que ésta obliga a las naciones a entrar a un mercado abierto de endeudamiento en donde se tienen que eliminar los topes en las tasas de interés. Y al adherirse a esa liberalización, la deuda tiende a crecer más rápido que los ingresos tributarios, lo cual se vuelve difícil de controlar y los Estados terminan pagando sólo los intereses, volviéndola interminable. No obstante, también se adquieren ciertos beneficios, como encontrar distintas fuentes de crédito, más rápidas y oportunas, por lo cual dependerá del administrador de la deuda (que en México sería el secretario de Hacienda), que el compromiso adoptado no se convierta en una crisis.

Cabe mencionar que también existe lo que se conoce como ‘deuda perpetua’, en donde el inversionista nunca recibirá un reembolso, sin embargo, puede gozar de intereses permanentes, pactados con el gobierno.

PENDIENTES TRICOLORES

La deuda de México comenzó desde principios del siglo XIX, y aumentó a raíz de los conflictos de la revolución. En los años veinte vino la primera renegociación importante, y se firmó un acuerdo con el Comité Internacional de Banqueros. A partir de entonces, el historial de solvencia del país ha tenido altibajos.

Por ejemplo, durante el sexenio de José López Portillo se incrementó el pasivo con base en un optimista precio del petróleo, el cual a su vez se desvaneció y generó un agudo problema.

Igualmente puede mencionarse la crisis de 1995, cuando debido al ‘error de diciembre’ que generó la devaluación del peso, la administración de Ernesto Zedillo tuvo que recurrir a un préstamo extraordinario de 50 mil millones de dólares por parte del FMI, el BM y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). En la crisis global de 2008 México se vio forzado nuevamente a solicitar ayudas de por lo menos 47 mil millones de dólares en crédito flexible de los mismos organismos.

En los últimos cuatro años se han pagado 54 mil 200 millones de dólares por concepto de interese generados. Al final de 2011 la deuda externa de México sumó 182 mil millones de dólares, y se estimaba que ésta habría tenido un crecimiento del 54 por ciento durante el mandato de Felipe Calderón. Se calcula que para este año el pasivo será de seis por ciento más, con lo cual se terminaría el sexenio con un incremento del 60 por ciento, es decir, 192 mil 920 millones de dólares.

Se puede concluir que el endeudamiento es usualmente necesario para el desarrollo de una nación; pero invariablemente, para que éste sea efectivo, debe ser planeado y estar dirigido a impulsar el crecimiento económico.

Correo-e: smunoz@elsiglodetorreon.com.mx

¿INVERTIR EN UNA DEUDA?

Una deuda pública se materializa en títulos de renta fija y se cotiza en los mercados financieros; además también se puede convertir en un instrumento de regulación de la política monetaria, la cual a su vez determina el tipo de interés promedio, como en el caso mexicano con los Certificados de la Tesorería de la Federación (Cetes).

Ya en el mercado, la deuda procede a varias fases: la creación, emisión, comercialización y desde luego la amortización, que puede ser a 28, 91, 182 días y 336 días. Estos títulos pueden ser adquiridos por cualquier capitalista y se consideran una forma segura de invertir el dinero. En México, los Cetes a 28 días se vuelven el instrumento por excelencia.

Pero ¿qué es mejor? ¿Invertir en una deuda a corto o a largo plazo? De acuerdo con los analistas, la selección del tipo de títulos dependerá de las necesidades del interesado.

Cabe decir que por parte del gobierno, los títulos a corto plazo, como es el caso de los Cetes a 28 días, suelen verse como una letra de cambio que es utilizada para cubrir los déficits de caja del Estado. Por su parte, los títulos a mediano y largo plazo son para solventar gastos ordinarios o bien proyectos como la construcción de una carretera o una red ferroviaria.

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