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La diferencia de estar informado

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Juan Manuel Torres Vega

La complejidad del mundo en el que vivimos ofrece una gran variedad de oportunidades para que la persona se desarrolle y crezca. La llave de acceso a ese beneficio radica en aprovechar la información disponible.

La escena es cotidiana: en la reunión social, el hogar o el trabajo, un grupo de individuos conversa y surgen comentarios acerca de alguna noticia ‘del momento’, en cualquier contexto que se quiera imaginar: política, medio ambiente, espectáculos, sucesos internacionales o bien locales, y un amplio etcétera. Independientemente de que el conjunto sea grande o pequeño, suele detectarse quiénes están al tanto de lo ocurrido y quiénes lo ignoran. Entre estos últimos hay además una subdivisión: la de aquellos que aún no se enteraban del acontecimiento pero se muestran interesados, y la de quienes incluso llegan a pedir que no se les comente lo que pasó pues prefieren no informarse. ¿Cuál postura podría ser la más saludable para el desarrollo?

Cada día se reciben y procesan voluntaria o involuntariamente muchísimos datos. Durante los últimos 100 años los medios masivos de comunicación han provocado un crecimiento exponencial en la disponibilidad de información. Por ejemplo, los canales de televisión que enviaban su señal a los hogares de hace cinco décadas podían contarse con los dedos de una mano y sus transmisiones terminaban hacia la medianoche. En cambio hoy la disponibilidad incluye cientos de canales y sus transmisiones son permanentes. Además está la impresionante e increíble red mundial que llamamos Internet, apoyada ya no sólo en computadoras sino en dispositivos móviles como teléfonos celulares y tabletas. Mención aparte merecen la existencia de páginas y redes sociales (como Twitter) que permiten a quien así lo desea estar ‘conectado’ en tiempo real con lo que pasa en el mundo. La experiencia puede resultar espectacular para unos y abrumadora para otros. El escenario amerita una decisión acerca de lo que se acepta y lo que se rechaza.

ENTRE TODO Y NADA

La polarización de las posturas ante el cúmulo de información disponible conduce a una baja en la capacidad para conocer, aprovechar, disfrutar y transformar la realidad en la que se desenvuelve una persona. Lo mismo sucede para quien devora la información como para quien la rechaza sistemáticamente, sin importar la trascendencia del contenido, el grado de confianza, los aprendizajes implicados, la posibilidad de divertirse, ni las aplicaciones benéficas para el sujeto y su comunidad, o su ámbito de influencia. Ambos extremos lastiman.

Es el caso de quien permanece ‘pegado’ a la computadora o dispositivo para recibir las noticias al minuto, sin que le quede tiempo para informarse o intervenirlas en las otras áreas de la vida. También lo es de quien renuncia a saber lo que ocurre, sea por enojo, flojera o indiferencia. El efecto es paradójico, pues a pesar de ser opuestas, las dos posiciones ‘encierran’ al individuo en su propio mundo, le aíslan de lo real en su sentido de totalidad y limitan sus posibilidades de autoconocimiento, relación con los demás y aportación de sus recursos a la solución de los problemas comunes.

En lo psicológico, los dos extremos pueden provocar un estado de ansiedad en la persona, manifestado a través de la angustia derivada de no saber (especialmente cuando esa carencia es significativa o necesaria para disfrutar la vida y enfrentar sus problemas) o de saber de más (por la acumulación de datos y la imposibilidad de procesarlos adecuadamente para responder a la realidad).

EN EL JUSTO MEDIO

La evolución del ser humano continúa luego de millones de años y hoy sólo queda nuestra especie, Homo sapiens sapiens, originada hace alrededor de 200 mil años. Dos de los factores que incidieron para su permanencia son la comunicación y el aprendizaje, ambos íntimamente ligados a la información transmitida tanto de boca en boca como de generación en generación. Todo lo que somos y tenemos en este siglo XXI es consecuencia directa e indirecta de lo que hemos recibido de nuestra ascendencia.

El cerebro concentra y procesa toda la información captada por los receptores nerviosos. No todos los datos son necesarios para que el sujeto sobreviva (el objetivo principal), ni para que se mantenga e incremente la calidad de vida (lo deseable para todos). Conservarlos implicaría un enorme desgaste físico y mental, el cual es innecesario. Sólo se almacenan los datos relevantes y su disponibilidad es directamente proporcional al objetivo y al sentido mencionados. Basta con imaginar un escritorio atiborrado de documentos desordenados; esto es suficiente para ‘enloquecer’ a quien necesita un comprobante específico.

Nuestra especie en general y cada persona en particular, han ubicado un justo medio en cuanto a la cantidad y a la calidad de información. Disponer de ella es la primera de dos fortunas. La segunda es aprender a aprovecharla. Tener un periódico o asegurar el acceso a Internet desde un dispositivo electrónico, requieren de saber leer o realizar una búsqueda, procesar los datos de la lectura y decidir críticamente sobre ella. Luego se trata de actuar conforme a lo decidido, evaluando cada paso y registrando el aprendizaje en función de la calidad. El máximo aprovechamiento de la información se alcanza cuando se sistematiza, cuando se estructura lo complejo de la manera más sencilla posible, se llega a visualizar una secuencia lógica o una relación entre los factores involucrados, y se expresa el aprendizaje en una conclusión.

Otro reto radica en no obsesionarse con obtener las noticias conforme se van ‘creando’. Es deseable hallar un equilibrio acorde a las necesidades individuales para asentar con qué frecuencia (una vez al día, dos veces o más) buscar la información que proveerá las herramientas para forjarse un criterio de lo que acontece. “Conocimiento es poder”, se afirma, y en este caso enterarse de lo que sucede en el entorno y el panorama de la nación o el mundo, permite definir de lo sencillo a lo complejo: desde la calidad de las películas en cartelera (a fin de elegir la más afín al propio gusto) como las medidas a adoptar para proteger el patrimonio, por dar sólo dos ejemplos. El lado contrario, la negativa a informarse equivale a negar el acceso a esas herramientas, limitando la capacidad de decisión igualmente en lo pequeño y en lo trascendente; no debe olvidarse que los días (y lo que en ellos se mueve) transcurren aunque tengamos los ojos cerrados.

PARA SÍ Y PARA LOS OTROS

Mantenerse al tanto de lo que acontece es una actitud indispensable ante la realidad actual y marca la diferencia en la aldea global, un mundo que día a día disminuye sus distancias en términos de información. Es benéfico para sí, por los recursos que la persona hace conscientes, cuando ya los tiene o desarrolla, cuando los inaugura. Son riquezas de todo tipo (conocimientos, habilidades o actitudes) que se aplican a todos los ámbitos de la vida concreta (alimentación, salud, economía, familia y comunidad). Es una buena noticia para los demás, por la contribución en términos de participación, socialización, resolución de problemas, innovación y diversión.

El encuentro informativo con los otros es una clave evolutiva en el éxito de nuestra especie. Se trata de saber y de compartir los saberes: así se es más y mejor ser humano, con la mayor plenitud posible.

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