Delgado y siempre elegante, con su nutrido bigote y un colorido pañuelo en la bolsa de su tweed, con esos ojos vivaces y traviesos, se levantó de su asiento con la copa entre las manos. Brindó por la amistad, por la inteligencia, por la pasión. Después vino algo que me causó desconcierto: "por la gente bonita". Allí estaban sus amigos de la Facultad de Medicina de la UNAM, exrectores, médicos muy connotados y un nutrido grupo de jóvenes exalumnos suyos, ahora colegas, que alzaron sus copas. Era claro que además del respeto al maestro de décadas, compartían con él algo muy profundo. La expresión "gente bonita" me quedó rondando en la cabeza.
Vivía "Pollito", su compañera de vida, esa alma buena que -detrás de su suavidad- escondía la sabiduría de conocer y compartir la plenitud de lo sencillo con su amplia familia. FOM todavía ejercía directamente la cirugía. Pero resulta que su especialidad no goza de buena fama, menos aún hace medio siglo. Ser cirujano plástico remite, a muchos, de inmediato a la frivolidad de querer tener una nariz más respingada o unos pechos más llamativos o quitarse edad a través de mil trucos. FOM y sus alumnos eran conocidos por sus conocimientos en esa área que los ha nutrido de excelentes anécdotas. Se imagina usted si le propusieran embellecer a Gadafi, un caso extravagante.
Mi primera reacción aquella tarde al escuchar "gente bonita" fue pensar en esas frivolidades. Qué equivocado estaba. Lo que unía a los cirujanos en ese brindis era algo muy diferente. El rostro del ser humano concentra buena parte de su capacidad expresiva. Alegría, dolor, tristeza, amor, sorpresa, intriga, cariño, todo cruza por esos cuarenta músculos que nos permiten vivir e interactuar en sociedad. Por un lado están los accidentes, los quemados, los mutilados en diverso grado. Pero hay algo aún más estremecedor: las deformaciones congénitas. ¿A quién culpar cuando un niño nace con paladar hendido, a Dios por su descuido o a un maldito gen que no anuncia sus existencia? De poco sirve buscar culpables, las desgracias están allí afectando la vida y las almas de miles de niños. FOM y sus seguidores tomaron esta segunda vertiente, la más terrible y desgarradora. Se especializaron en deformaciones congénitas en niños, debiera decir en cómo corregirlas.
Imagine el lector a un niño que nace con dos narices o un tumor que llega a ocupar la mitad del rostro, o una deformación craneana que impide que el cerebro se desarrolle con normalidad. Agréguese la infinita crueldad infantil que lleva a la broma sistemática, al apodo hiriente, al ostracismo o al franco desprecio. La expresión persona surge precisamente a esa máscara necesaria en la convivencia humana. Alguien afectado en su rostro está afectado como persona. FOM y su escuela comprendieron que sus exitosos consultorios no eran el camino para llevar sus curas a los necesitados que no tienen recursos. La fórmula fue utilizar los consultorios y los dineros que por allí se generan para atender en hospitales públicos. A pesar del enorme desconocimiento de los alcances de la cirugía plástica, hace décadas, lograron que el Hospital General Manuel Gea González abriera sus puertas y con el tiempo creara una División de Cirugía Plástica para atender a personas de escasos recursos.
Con los años la División -por su profesionalismo, por su capacidad de innovación, por su calidad y calidez- se ha convertido en un referente nacional e internacional, un orgullo silente de México. Sin grandes promociones, de boca en boca, los pacientes llegan a ser tratados. Se sabe del grupo de médicos del que FOM fuera pionero y que entregan sus conocimientos, su tiempo, su vida a sacar adelante a quienes están atrapados por la tragedia de su rostro. Sentados en pupitres, los médicos analizan caso por caso y la forma de permitir que el cráneo recupere sus proporciones normales, que la distancia entre los ojos sea la debida, que los labios se encuentren uno con otro, que los dientes crezcan, que las narices estén en su lugar, que los pómulos lo sean. Imposible describir la complejidad de las cirugías, mejor remito al lector a un espléndido documental Beautiful Faces de Russell Martin.
Allá al Hospital llega FOM, a sus casi noventa años, lúcido y alegre, apasionado y siempre elegante, a enfrentar los retos que la naturaleza les arroja. De allí ha surgido uno de los archivos científicos más sólidos del mundo. Los expedientes muestran los pasos dados por el bisturí para permitir que una mujer se case, que un niño sonría, que un hombre se suba al Metro sin que lo señalen como monstruo, que sean normales, uno más. Ahora entiendo el emocionante brindis de aquella tarde: a la amistad que nace de una causa de tal nobleza, a la inteligencia que se necesita para superar cada nuevo reto, a la pasión que lleva a entregar la vida, a la belleza entendida como dignidad humana. A eso se refería el gran Fernando Ortiz Monasterio.