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La guerra cultural

En tres patadas

DIEGO PETERSEN FARAH

A Leoluca Orlando, alcalde de Palermo, famoso por su batalla contra la mafia, de lo que le gusta hablar es de filosofía. Es abogado y profesor, pero sobre todo un activista que terminó siendo alcalde, sin dejar de ser todo lo demás: sigue yendo a una primaria de Palermo a dar clases una vez por semana; sigue siendo un gran promotor de la cultura de la legalidad y todos los días de plantea "qué voy a hacer hoy para acabar con la mafia".

El planeamiento de Leoluca suena sencillo; de hecho lo es, como todas las ideas profundas. La delincuencia común se mueve en dos ejes: fuera y contra. Está fuera del sistema establecido y está contra el sistema establecido. No busca pertenecer a la institución que ofende, al contrario, sabe que el policía es su enemigo, que le juez nunca estará de su lado, que lo que hace va contra las leyes, y desde ahí hace lo que hace. La mafia, por el contrario, se mueve en el eje dentro y contra. Es parte del orden establecido, se alimenta del propio sistema, busca controlar al policía, al juez, al político, al comerciante. Tiene una lógica territorial y sobre todo cultural. La delincuencia común ejerce una violencia funcional; la mafia ejerce una violencia identitaria. Esto es, la mafia se apropia de los valores de una comunidad y los pervierte. La mafia está en los negocios, y pervierte los códigos de la ampresa; la mafia está en las iglesias y pervierte los sistemas de creencia, etcétera. La mafia gana cuando ha logrado penetrar las principales estructuras de una sociedad, pero fundamentalmente aquellas que generan cultura, en el sentido más amplio de la palabra.

El otro elemento que no hay que perder de vista, dice Leoluca Orlando, es que la mafia, o el narco como le decimos en México, es una estructura de poder paralela al Estado. Cuando la mafia compite con el Estado estamos en riesgo; cuando los gobernantes pertenecen a la mafia estamos en la indefensión; cuando la mafia sustituye al Estado estamos perdidos.

Además de la persecución policial, que no deja de ser importante, la batalla contra el narco o la mafia hay, pues, que darla en otros dos frentes y son los que tienen que ver con lo cultural. Por una lado la cultura de la legalidad, cuya ausencia es el ingrediente fundamental para la gestación de mafias (México, Colombia, Italia, Rusia tenemos ese elemento en común) y por otro la batalla por la cultura cotidiana: cuando el narco impone sus formas, sus códigos de conducta, su música, su habla y controla las aspiraciones, la idea de futuro, de los jóvenes no hay armas que los derroten.

La guerra al narco hay que entenderlo, es una guerra cultural.

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