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La historia que nunca se acaba

Salvador Kalifa

En esta columna he tocado el tema de la crisis de deuda soberana en Europa en muchas ocasiones durante casi 4 años, y ahora pareciera que, con sus apariciones recurrentes, se ha convertido en una historia que nunca se acaba.

Pasan las semanas, los meses y los años sin que se vislumbre algún desenlace definitivo para ese problema, que en vez de mostrar mejoría ha visto crecer el número de países involucrados y las angustias de sus habitantes.

Las primeras dificultades ocurrieron, como se recordará, en Grecia, Irlanda y Portugal. En 2011 se unieron a la lista de países en problemas España e Italia.

Este año han sido Grecia y España los que han acaparado la atención de los mercados financieros, particularmente desde fines de la primavera y durante el verano, con economías en recesión y un desempleo cercano al 25 por ciento de la población activa.

El caso más patético es el de Grecia, que es una nación insolvente. No tiene forma de pagar su deuda soberana, quizá ni siquiera imponiendo sacrificios enormes sobre su población.

Los diversos gobiernos griegos llevaron la deuda soberana de su país a un nivel insostenible, confiados en que por ser miembros de la eurozona, no se verían obligados a pagar los platos rotos por tanta irresponsabilidad.

Cualquier negocio que incurre en un nivel de deuda insostenible sólo puede ser viable si los accionistas entregan parte o todo su capital a sus acreedores, o si estos aceptan perder dinero condonando parte la deuda, lo que afectaría a los dueños de las instituciones financieras.

En el caso de los países con altos niveles de deuda es, para todo fin práctico, imposible que los gobiernos entreguen activos de la nación a sus acreedores, por lo que sus opciones son grandes sacrificios de sus poblaciones por muchos años para el pago íntegro de sus compromisos financieros, o la condonación parcial o total por parte de sus acreedores.

El meollo del asunto es que, de una u otra forma, alguien tiene que pagar por los platos rotos. Lo que hace particularmente complicada la salida de esta crisis es la estrecha relación financiera de los países de la eurozona, donde todas las obligaciones financieras están denominadas en la moneda común.

Esa relación estrecha se aprecia en que alrededor de la mitad de la deuda soberana de Grecia y de España, así como la de otros países débiles de la eurozona, está en manos de instituciones financieras alemanas y francesas.

Hay, por tanto, dos problemas interrelacionados. El de la deuda soberana de los países miembros, y el de la mala cartera de los bancos de la zona.

En consecuencia, si un país deudor incumple, pudiera ocasionar un efecto dominó que llevaría al incumplimiento de otras naciones. Esto, a su vez, llevaría a la quiebra a varios bancos franceses y alemanes, con repercusiones negativas severas sobre sus economías.

Los gobiernos de Alemania y Francia podrían entrar al rescate de sus instituciones, pero sería a cargo de los contribuyentes de sus países, que acabarían pagando los platos rotos por los griegos, españoles e italianos.

No extraña, por tanto, la gran resistencia que hasta ahora ha puesto Alemania a la socialización de las pérdidas, oponiéndose a garantizar colectivamente la deuda existente o la emisión de nuevos bonos de los países deudores.

El objetivo de Alemania, hasta ahora, no parece ser mantener a Grecia en la eurozona, sino más bien comprar tiempo para que sus bancos se fortalezcan vendiendo deuda en problemas, así como separando suficientes reservas para resistir la cada vez más probable salida del país helénico de la eurozona.

La razón de tan prolongada agonía está en, precisamente, que se busca mantener al euro como moneda común de los 17 países miembros de la eurozona. Cada día que pasa ese objetivo se antoja más complicado de alcanzar.

Me parece que este año veremos nuevos capítulos de esta historia, mas no necesariamente su final.

Sigo considerando que la opción menos costosa para la eurozona es tratar de salvar al euro dejando ir a Grecia, que se sumiría en un torbellino económico prolongado, y al mismo tiempo comprometerse, junto con el Banco Central Europeo, a respaldar ilimitada y conjuntamente la deuda soberana de las otras economías en problemas.

Este camino, como cualquier otro, no tiene garantía de éxito, pero en la medida que el compromiso de los países fuertes, en particular, Alemania, sea creíble, en esa medida pudiéramos ver una despresurización de los mercados financieros de España e Italia.

Esto quizá compraría suficiente tiempo para que dichas economías, con todavía muchos sacrificios, enderecen el rumbo, pero sin tener en el trayecto repercusiones negativas catastróficas sobre la economía global.

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