Nosotros crecimos sabiendo que España, era la madre patria.
Durante años soñamos con conocer Madrid, San Sebastián, Barcelona, Valencia y muchas ciudades más de aquel lejano país.
Crecimos leyendo a Machado, García Lorca, admirando a Picasso y Dalí. Abrevando en autores como Camilo José Cela y Juan Ramón Jiménez. Pasamos la juventud escuchando a Serrat, Paloma San Basilio y Alberto Cortez.
Fueron muchos los vínculos que nos unían con ese país y muchos soñábamos con conocer las regiones de aquellas latitudes.
Cuando tuvimos edad, ligeros de equipaje emprendimos el primer largo viaje en solitario. Y entonces sí, pudimos ver aquellos paisajes, recorrer La Mancha, ir a donde nacieron algunos de nuestros ancestros, esos que murieron añorando volver y jamás pudieron hacerlo.
Digamos que vivimos amando esa tierra, reconociéndola como la madre que nos dio el origen. De ella venimos, pero en momentos como éstos no nos queda más que pensar que ahora tenemos una madre ingrata.
De antemano me disculpo con mis amigos de origen español o de ascendencia ibérica, pero esta vez, sus paisanos se la bañaron con eso de exigir una carta de invitación para poder entrar a España; y más por la forma en que están tratando a algunos de nuestros connacionales.
Los turistas mexicanos son de los mejores del mundo, gastadores como pocos y si son laguneros más. Muchos iban con toda la ilusión de pasar unas bellas vacaciones y se encontraron con una terrible atorón, en el aeropuerto de Barajas.
Yo sé bien lo que es estar varado en esa estación aeroportuaria. Tirado a medio pasillo esperando a ver a qué horas se les ocurre a los trabajadores levantar una huelga. Y eso que no se compara con estar detenido y custodiado por la Guardia Civil, que como decía García Lorca: "Tienen, por eso no lloran, de hierro las calaveras".
Pero además, yo no entiendo qué pueden temer, si algún viajero trae su pasaje de ida y vuelta. Ni modo que presuman que se quiere quedar allá. Y ¿quedarse a qué?, ¿a trabajar?. Pero si ahorita andan igual o más jodidos que nosotros, con miles de hombres y mujeres en paro.
Que se queden con sus pinchos y sus tapas, sus cañas y sus tintos. Ni que nos hicieran tanta falta.
Al fin y al cabo, aquí en el Parque España se come igual de rico, cuando el cocinero anda de buenas.
Me extraña que la Secretaría de Relaciones Exteriores, no haya tomado iguales medidas para los españoles que quieren entrar a México. Que les aplique simplemente el principio de reciprocidad: te trato como me tratas. Le reconozco a tus nacionales lo que tú le reconoces a los míos.
Siempre vamos a destiempo en esos aspectos. Los gringos nos hacen que nos encueremos cuando viajamos a su país; y nosotros los dejamos pasar como si nos interesara mucho que vinieran a emborracharse aquí.
Después de habernos explotado y haberse robado todo el oro que quisieron, ahora la madre voltea para otro lado y no nos reconoce ni como hijos putativos.
Cuántos artistas españoles se han hecho famosos gracias a su paso por México. Cuántos más fueron generosamente recibidos durante la guerra civil.
Si viviera don Javier, ya estaría mentándoles la madre en vasco a esos ibéricos que no conocen la historia. Quizás hubiera dicho: "Deja, deja. Yo sé cómo tratar a estos pinches ibéricos. Con una patada en los cojones los arreglamos". Y a la voz sumaría la acción para que vieran lo que es dolor y repudio.
Pero como él ya no está, en su nombre enderezo esta diatriba y protesta contra una medida injusta y ofensiva, que lastima el honor nacional.
Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de Su mano".