La ruptura de la alianza PRI-Panal, es parte de un proceso de limpieza en automático del sistema político, que recuerda la profecía de Manuel Cloutier según la cual, México cambiará con nosotros los mexicanos, sin nosotros o a pesar de nosotros.
El episodio empieza con el ascenso de Humberto Moreira a la dirigencia del PRI, con lo que culminó una carrera iniciada en el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, que como todo sindicato en nuestro país, es una estructura autoritaria y antidemocrática que sobrevive al viejo sistema priista.
En tiempos de la alternancia durante los gobiernos de Acción Nacional, los viejos sindicatos al igual que los gobiernos estatales priistas operan como verdaderos feudos de oposición que desafían el poder de la Federación, generando una convivencia institucional malsana que discurre entre la confrontación y la extorsión.
Ante la necesidad de evitar los ciclos de violencia revolucionaria estéril que todo lo arrasan, la democracia opta por el mejoramiento gradual que al proyectarse desde un cambio profundo en la actitud de los ciudadanos, pretende una estabilidad de largo plazo que mientras se construye, da lugar a un período de transición que a los mexicanos con toda razón, nos parece lento y complicado.
El caso es que Moreira emerge del seno del SNTE, se abre paso entre las filas del priismo coahuilense a base de codazos y descontones y una vez convertido en gobernador de Coahuila, instaura un régimen autoritario inspirado en el modelo del dictador cubano Fidel Castro, del que Moreira es ferviente seguidor. El priismo local es objeto de una purga severa y en corto tiempo, nada más truenan los chicharrones del moreirato.
Los medios de comunicación en su mayoría son cooptados mediante la amenaza o la compra; los partidos de oposición son infiltrados; los organismos empresariales mediatizados y las organizaciones no gubernamentales asfixiadas; los cuerpos de seguridad son convertidas en policía política para espiar a la población y perseguir a los opositores; el Congreso, la Comisión de Derechos Humanos, el Instituto Electoral y las instituciones en general, quedan sometidas a una oligarquía burocrática.
El caudillo opera en apariencia dentro de la democracia formal, pero mantiene el poder a base de intimidación combinada con el uso de recursos públicos desviados hacia el control del resultado de las elecciones, no sólo a través de los programas de ayuda social, sino del gasto del gobierno en todos los rubros, y una vez al servicio del control político, la hacienda pública se vuelve desordenada y dispendiosa, hasta llegar a la quiebra actual.
La disposición ilimitada de recursos producto de la megadeuda de treinta y tantos mil millones de pesos, contraída mediante la falsificación de documentos del Congreso, permitió a Humberto Moreira salir de compras para heredar la gubernatura de Coahuila a su hermano consanguíneo, y asaltar por sorpresa la presidencia nacional del PRI, por lo que de inmediato fue visto por muchos sectores del priismo como una amenaza mortal.
El motivo de alarma cobró plena justificación a la hora en que Humberto, sin consenso alguno de sus compañeros de partido, pacta una alianza electoral con su maestra Elba Esther Gordillo, en términos que revelan una intención autocrática para someter al PRI nacional, al proyecto personal y faccioso de Moreira. El susto no fue para menos porque vista la experiencia de Coahuila, priistas de diversos rumbos de México pusieron sus barbas a remojar y el resto es historia reciente y de sobra conocida.
Contra los que sueñan en que los problemas de nuestro país se resolverán volviendo al pasado, el desenlace demuestra que el autoritarismo es más vulnerable en su fuerza que la democracia en su debilidad y como consecuencia, los mexicanos debemos abandonar de una vez por todas las prácticas del antiguo régimen, y los priistas deberían de ser los primeros interesados en hacerlo.
