Los hombres al parecer presienten cuando la muerte ronda a su alrededor. Eso le pasó Francisco Villa que desde días antes de que le dispararan, supo que su fin estaba cerca. Y si no hizo caso a la prevención fue porque creyó que exageraban sus informantes o que su sexto sentido le falló o tenía demasiada confianza de que no se atreverían a desafiarlo, creyendo que estaba seguro a pesar de que en su ser más íntimo sabía que el peligro lo acechaba. Eso sí que desconfiaba hasta de su propia sombra. Lo que sucedió fue que a fuerza de andar en medio de los riesgos que trae consigo el ser un rebelde, hubo un momento en que se le enmohecieron los timbres que le avisaban de la proximidad del enemigo. Así fue como cayó en una emboscada sin hacer caso de las voces que le advirtieron que se estaba preparando una celada. Nadie del pueblo de Parral que vieron entrar en una casa a los conjurados ignoraba lo que iba a suceder. Al que los dioses del destino quieren perder, lo primero que hacen es enceguecerlo. No escuchaba a las personas que lo prevenían de lo que le esperaba. Había llegado su hora. La fatalidad lo aguardaba a la vuelta de la esquina y no hizo nada por evitarlo.
Quizá estaba como en un obstinado sueño en que se topa uno con un sopor que provoca el adormecimiento de los sentidos, platicado por Francisco Villa a Martín Luis Guzmán, quien hace un pormenorizado relato de ello, creo matizado con el estupendo estilo literario del escritor.
"Las dotes naturales que hacían de Villa un conversador ameno e intenso se me revelaron una de aquellas noches en el pueblecito de Guadalupe, del Estado de Zacatecas".
Villa contaba la aventura de lo que le sucedió acompañado del compadre Urbina, cuando huían perseguidos por los rurales, que no les daban pausa ni descanso. "Huyendo una vez con mi compadre Urbina -contó Villa- descubrí que el sueño es lo más extraño y profundo de cuanto existe".
Todo ocurre en la sierra de Durango, donde eran objeto de una encarnizada persecución. Llevaban varios días pegados a sus talones a los rurales, sin tregua ni descanso, ni obviamente pegar los párpados. Decidieron detenerse en el escarpado de la serranía. Apenas conciliaba el sueño su compañero, pudo advertir que los de la acordaba aparecían en lontananza, primero como un puntito difuso, luego se empezaron a dibujar en el horizonte. No había duda: ahí venían.
Trató de despertar a su compadre a grandes voces sacudiéndolo, disparando su revólver junto a su oído sin lograr saliera de su amodorrado sueño. Dormía como un bendito.
De otro de los protagonistas, aunque soterrado, apunta Martín Luis Guzmán, siempre certero: "Por fin, una noche, a la luz del foco de una esquina, conocí a Obregón. Me pareció un hombre que se sentía seguro de su inmenso valer, pero que aparentaba no dar a eso la menor importancia", agrega que Álvaro Obregón le daba la impresión de que estaba actuando sobre un foro, como suele hacerlo un actor de teatro.
Todo lo que decía y hacía tenían la finalidad de brillar frente a un público en veces imaginario, sus creencias, simulado, vivía una comedia que era propia de su naturaleza, en una palabra era todo un farsante, un ambicioso, lo retrata así, sin ambages, Martín Luis.
Es cierto que preparó o toleró la muerte de Francisco Villa. Se ha hablado de que se había constituido en una típica molestia. Sus declaraciones a la prensa acerca de la sucesión presidencial de aquellos entonces, revelando tener un "gallo", le abriría las puertas de la discordia y del inframundo.
José Doroteo Arango Arámbula mejor conocido por su pseudónimo de Francisco Villa o el hipocorístico de éste, Pancho Villa, el Centauro del Norte, fue acribillado por un grupo de sicarios cuando pasaba frente a una ventana en cuyo interior se escondían, temblando de miedo por las consecuencias de lo que iban a hacer, se hallaban sus improvisados verdugos.
Después durante las horas de la noche su cuerpo fue profanado desmembrándole la cabeza, ignorándose quién haya cometido tamaña bajeza. El sepulcro en un panteón de Parral contiene el resto del cuerpo decapitado. Hay gran cantidad de versiones que indican dónde fue parar la cabeza del General en Jefe de la División del Norte, pero ninguna digna de ser tomada en cuenta.