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Antonio Álvarez Mesta

Durante años, al visitar los grandes centros comerciales lo único que me atraía era la sección de libros y la de discos. Abrigaba el anhelo de formar una surtida biblioteca y un amplio repertorio de música excelsa como lo hizo mi padre. A pesar de no tener el talento ni los recursos que sí tuvo mi progenitor, pude observar complacido que con el paso de los años mi deseo iba realizándose. Y aunque mis amigos tenían otros afanes, jamás me los contagiaron pues nunca fue prioridad para mí la adquisición de ropa y enseres, el pago de viajes y paseos o la compra de coches. Sin embargo, ya superadas las cuatro décadas de vida, empezó a atraerme el departamento de artículos electrónicos. Hubo dos razones: 1) En las ciudades provincianas la oferta editorial y discográfica disminuyó considerablemente, sobre todo en calidad, mientras que la de aparatos electrónicos, alcanzó un vertiginoso desarrollo. 2) Disfrutar la música culta y el buen cine en reproductores portátiles de alta fidelidad me pareció una experiencia fascinante.

Poco después, ya en el apogeo de la tecnología computacional, y con la eclosión de dispositivos que permitieron el aprovechamiento en cualquier lugar de archivos de audio, video y texto, el departamento de electrónica de plano se volvió irresistible. Hasta el sencillo acto de salir a caminar, escuchando mi música favorita o charlas educativas se me figuraba una probadita de infinito. A propósito de infinito, cuando se logró la conexión directa de los dispositivos portátiles a Internet las posibilidades de aprendizaje sí que me parecieron infinitas. Entusiasmado creí que esos dispositivos llevarían pronto a la humanidad a un plano superior de existencia.

Sin negar el potencial intrínseco de dichos aparatos debo decir que mi perspectiva sobre su influencia se ha modificado. Me preocupa que haya mucha gente adicta a los gadgets y que esa adicción sea tan enajenante como la de las drogas, pues como éstas también provoca una terrible dependencia. Sin duda, las relaciones interpersonales, el trabajo y el desempeño escolar han sido afectados severamente. Me parece deplorable que la convivencia y la comunicación cara a cara estén siendo abandonadas. Es frecuente ver a personas que estando sentadas ante la misma mesa ya no se escuchan por estar cada quien con sus respectivos aparatos. Y aunque es un hecho comprobable que esos dispositivos portátiles alientan nuevas conexiones neuronales, también lo es que lo hacen a expensas de otras conexiones mucho más valiosas.

Una investigación de Nicholas Carr constató que incluso entre destacados profesores universitarios ha disminuido significativamente la capacidad de concentración, estudio y reflexión creativa tras usar intensivamente sus gadgets. El mismo doctor Carr advierte que los problemas de atención ocasionados por el abuso de esos dispositivos están conformando generaciones enteras de distraídos abúlicos y de gente excesivamente sedentaria que procesa la información en el nivel más superficial. Obviamente, con la pérdida de atención y de espíritu crítico, el peligro de manipulación política, de explotación económica y de fanatización ideológica se incrementa al máximo.

Es paradójico que los gadgets nos permitan obtener información como nunca antes en la historia, pero a la vez nos estén alejando de la sabiduría profunda. Conformarnos acríticamente con los datos de Wikipedia y reducir la verdadera comunidad a las redes sociales nos lleva a una lamentable deshumanización. Sin incurrir en exageraciones, es válido afirmar que sustituir el mundo real con el mundo virtual y desentenderse de los compromisos cívicos y de las responsabilidades sociales y ambientales equivale a cavar la propia tumba. Estamos cambiando el oro por cuentas de vidrio, nuestra primogenitura divina por un plato de lentejas.

Hace 27 siglos, Solón, uno de los siete sabios de Grecia, acuñó la máxima “nada con exceso, todo con medida” para orientar el comportamiento de los hombres. Ciertamente su consejo sigue siendo pertinente y urge aplicarlo.

Correo-e: antonioalvarezm@hotmail.com

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