En un entrevista con un jugador futbol de los de antes, de esos que jugaban prácticamente en cualquier parte del campo, desde la portería hasta el extremo pasando por la media cancha, le preguntaron cuál era la posición más dura, y éste sin titubeos contestó: la banca.
Ser expresidente de la república es la chamaba más difícil: nadie te paga por ella, pero requiere de mucho esfuerzo, disciplina y tiempo completo: un expresidente lo es siempre. Vicente Fox fue un buen opositor, un extraordinario candidato, un mal presidente y es un pésimo expresidente. Es difícil ser un buen presidente cuando lo más importante, lo que realmente va a pasar a la historia de esa administración, fue lo realizado en el primer minuto tras ponerse la banda: ser el primer mexicano en llagar a presidente por un partido distinto al PRI en 70 años, o dicho en foxipalabras, sacar a patadas al PRI de Los Pinos. Todo los demás que hizo Fox fue menos importante, lo que hizo que su administración por naturaleza (y por vocación) fuera bastante gris. Pero como expresidente Vicente Fox ha sido no malo, pésimo: una chiva en cristalería, pero que además cree que baila ballet.
Zedillo por el contrario fue un mal candidato, un presidente que tomó decisiones muy controvertidas, en su momento criticadas, pero a la larga apreciadas, pero ha sido un expresidente como ningún otro: discreto, trabajador y que distingue muy bien su papel como expresidente con su vida privada.
Las filias y fobias de Vicente Fox están ligadas directamente a sus necesidades presupuestales. Fox se construyó un mausoleo en vida, una enorme egoteca, pero que cuesta muy caro mantener. Ante la negativa del Gobierno federal, y muy específicamente de Calderón, de mantener el Centro Fox, el expresidente fue a la nueva fuente inagotable de recursos: los gobiernos estatales. Curiosamente los únicos que le soltaron lana fueron los priistas, por lo que el amor del expresidente con el PRI es un simple pago de factura.
Pero más allá de la claudicación, que para Fox tiene un costo al interior de su partido (en la práctica significó una renuncia pública) la pregunta es qué le aporta Fox al PRI y a la campaña de Peña Nieto. La verdad nada. El voto foxista, suponiendo que algo así existe, es antes un voto azul. El llamado de Fox a cerrar filas con "el puntero" podría ser atendido y oído por algunos líderes económicos, mismos que desde hace rato lo habían hecho, pero a estas alturas de la elección lo que cuentan son los votos, no las bendiciones.
Fox no ha sabido jugar esa dura y complicada posición que es la banca, y terminó vendiendo sus simpatías por un plato de lentejas. Lentejas de oro, si se quiere, pero lentejas al fin.