La visita del Papa es percibida por algunos como un esfuerzo de la Iglesia por influir en la vida pública nacional, en el entorno del proceso que para a elegir Presidente de la República y renovar el Congreso de la Unión existe en marcha.
Sin embargo Benedicto XVI trae consigo su propia agenda y entre sus puntos, se contiene la carta pastoral La Puerta de la Fe, que convoca a la celebración de un año destinado a la reflexión sobre esa virtud, que empezará el próximo 11 de octubre de 2012, para concluir en la fiesta de Cristo Rey, el 24 de noviembre de 2013.
La Iglesia se considera a sí misma como La Puerta de la Fe, y se ofrece como conducto para que el mundo conozca a Cristo, como único salvador de una humanidad aquejada por viejos y nuevos problemas. En virtud de que el inicio del Año de la Fe ocurre el día en que se cumplen cincuenta años del inicio del Concilio Vaticano II, la carta invita a la reflexión sobre los frutos de la histórica reunión, al estilo propio del teólogo que gusta del debate.
El Papa parte de dos documentos conciliares básicos: La Constitución Dogmática sobre la Iglesia (Lumen gentium) que es una reflexión sobre su propia identidad esencial y la Constitución Pastoral de la Iglesia en el Mundo (Gaudium et spes). El Papa recomienda la lectura de esos documentos conciliares y de todos en general, porque con independencia de que hayan sido ampliamente discutidos en el pasado, ameritan ser considerados a la luz de las actuales circunstancias de la Iglesia y del Mundo.
El jesuita español Santiago Madrigal ha hecho su parte. En su libro "Tras las huellas del Concilio", confronta los pensamientos de Joseph Ratzinguer y Karl Rahner, teólogos que con 36 y 58 años de edad respectivamente, fueron asesores en el concilio, el más joven y el de mayor edad. Curiosamente el viejo pasa a la historia como modernista, en tanto que Ratzinguer lucha por recuperar el hilo conductor de la tradición, a despecho de sus detractores.
El ejercicio de Madrigal analiza la inspiración del Espíritu Santo en la Iglesia, según la alternativa de que aquélla opere a través de la estructura jerárquica o directamente sobre el pueblo llano. La conclusión es que siendo dicha inspiración un regalo de Dios, opera por ambas vías y toca a nosotros, la propia Iglesia de aquí y ahora, la responsabilidad de discernir en cada caso concreto.
Ratzinguer cuestiona a quienes interpretan a capricho los textos conciliares, y que llegan al extremo de contradecir la literalidad de los documentos, con el pretexto de desentrañar el espíritu del concilio o "lo que quiso decir…".
En el primero de los documentos citados, el Concilio supera la lucha dialéctica de contrarios que pretende enfrentar la autoridad del Papa con la autoridad de los Obispos, ratificando la doctrina del gobierno colegiado del Papa con el apoyo de los Obispos o si se prefiere, el gobierno de los Obispos con el Papa a la cabeza. Los frutos de esta concepción cobran fuerza práctica en las últimas décadas, en virtud del trabajo creciente de las Conferencias Episcopales Nacionales y Regionales en todo el mundo.
Otra conclusión es que los documentos conciliares fortalecen el papel de los obispos y de los laicos comprometidos y en cambio, vistos cincuenta años después, revelan que el esfuerzo renovador en el rubro del ministerio sacerdotal fue insuficiente. Un descuido posterior que no es fruto del concilio, sino del seguimiento de modas mundanas, explica el abandono de estructuras y prácticas disciplinarias con resultados lamentables, entre los que se cuenta el inevitable tema de los pederastas.
Aparte de las implicaciones políticas que se le quieran atribuir, la visita papal es una fase más de la peregrinación del sucesor de Pedro en cumplimiento a la misión indeclinable de anunciar el Evangelio. El Papa viene a predicar a la sociedad mexicana el mensaje de Cristo, en el marco de la compleja relación del Mundo, con una Iglesia que es Santa, pero que al mismo tiempo está necesitada de constante purificación y trabaja sin cesar en la conversión propia y de sus miembros.