La terapia de Eva
Fue muy grato enterarme, por ella misma, de que la conquistadora del Everest, Eva Martínez Sandoval, leyó mi artículo Mexicanos en la cumbre publicado por Siglo Nuevo en enero de 2011. En ese artículo mencioné que Eva y su compañero de expedición Ignacio Ayala son admirables no sólo como escaladores sino también como seres humanos pues llevaron las cenizas de la joven coahuilense Sofía Salas, que murió en el Nevado de Toluca entrenándose para escalar el Everest. El nada sencillo transporte de los restos mortales de Sofía para que ésta llegase a la cima del mundo, como anhelaba hacerlo en vida, sin duda fue una muestra de su enorme nobleza.
Eva ha tenido que luchar mucho a lo largo de su existencia. Fue presa en la adolescencia de una honda depresión de la que no podía salir con tratamientos psicológicos ni psiquiátricos. La vida carecía de significado, los días eran lóbregos y hasta sentía su cuerpo como si fuera ajeno; en una ocasión pasó varias horas sin poder hablar y sin acordarse de nada. Llegó incluso a pensar en el suicidio. Seriamente preocupado, uno de los psiquiatras le dijo que tenía que practicar una actividad física con urgencia e insistió en que era un asunto de vida o muerte, pues habiendo fracasado los fármacos y la psicoterapia, el deporte era la última esperanza. Por eso, en compañía de una de sus hermanas se inició en el alpinismo. No le bastaron las montañas más altas de su natal estado de México ni las de todo el país. Se empeñó en conquistar las cumbres más elevadas del planeta. En el 2007, cuando tenía 40 años de edad, con el equipo más austero y sin emplear tanque de oxígeno, logró ascender los ocho mil 167 metros del peligroso pico Dhaulagiri siendo la primera mujer mexicana en hacerlo. Desgraciadamente dos compañeros de expedición murieron y la misma Eva estuvo a punto de fallecer por una aparatosa caída. Eva recuerda que cuando caía sonaba su piolet -herramienta indispensable para aferrarse a la montaña- entre las piedras y se decía “ya no puedo alcanzarlo, ¡estoy muerta!, ¡ya estoy muerta!”. De pronto “a mi lado izquierdo vi una luz amarilla fuerte que me acompañaba, no sé qué sería, ¿sería Dios?, ¿sería mi ángel de la guarda?, ¿sería mi energía?... No lo sé, pero eso lo viví, tal vez producto de las alucinaciones que a esa altitud uno vive”.
Eva se propone conquistar la totalidad de las montañas de más de 8,000 metros, ese proyecto exige aparte del mayor esfuerzo físico y mental y del entrenamiento más severo, abundantes recursos: su conquista del Everest el 17 de mayo del 2010, implicó un gasto de más de 60 mil dólares. Eva no proviene de una familia adinerada, ha tenido que realizar todo tipo de trabajos para financiar sus gastos, durante meses se empleó como sherpa (guía de escaladores) en Nepal. Cargaba mochilas de 60 kilos en las condiciones más adversas. Aprendió la compleja lengua y las costumbres de los nativos de Katmandú y se ganó el afecto de ellos. Obviamente, en una época de crisis, como la que estamos viviendo, los patrocinios escasean pero con el apoyo de todos ella podrá seguir poniendo el nombre de México muy en alto. Es posible hacer donativos en la cuenta 1238154414 de Bancomer. Ningún apoyo estará de más.
Eva tiene una filosofía vital que a todos nos conviene adoptar en nuestras respectivas actividades: “Es posible llegar a cualquier lugar avanzando despacio pero sin pausa, como hacen los sherpas en los Himalaya”.
Eva me contó que cuando regresa de sus expediciones lo hace siempre con lágrimas en los ojos; también me dijo que “a pesar de todos los pesares, no hay nada igual a estar en la montaña, llámese Everest, Dhaulagiri, Iztaccíhuatl o Chimborazo, pues la montaña nos acoge, nos habla en un lenguaje olvidado y cuesta olvidar su presencia”. Por mi parte, declaro que tras conocer a Eva y saber la desafiante terapia que ella siguió, me cuesta olvidar su presencia.
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