Haga lo que haga, muévase como se mueva, dígase lo que se diga, es difícil si no es que imposible que la izquierda se levante con el triunfo en la próxima contienda electoral. La derecha está dispuesta a todo para conservar el poder. Y cuando digo a todo, es a todo. Han hecho cuanto han podido siguiendo la conocida prédica de cambiar para seguir igual … o peor. Tal es la tesis que con gran éxito sustento en su única novela El Gatopardo, el escritor italiano Giuseppe Tomasi di Lampedusa, 1896-1957, "si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie". Y mientras tanto la pobreza crece a un ritmo vertiginoso, dándose el lujo de mostrarlo aun en skech televisivos donde en pleno siglo XXI resulta que a una señora se le enferman los niños que duermen en el suelo de su vivienda cuyo piso es de tierra que se alegra porque al fin se le ha puesto cemento, condiciones infrahumanas en que viven en este país millones de mexicanos.
Giuseppe nace en la aristocrática familia de los Príncipes de Lampedusa, Duques de Palma y Montechiaro, en su novela el autor dice: En mayo de 1860, tras el desembarco de Garibaldi en Sicilia. "don Fabrizio asiste con distancia y melancolía al final de una época. La aristocracia comprende que el final de su supremacía se acerca: es el momento de que se beneficien de la situación política los burócratas y los mediocres, la nueva clase social emergente. Don Fabrizio perteneciente a una familia de rancio abolengo, se tranquiliza cuando un su sobrino intenta "aprovecharse" de la situación. El Gatopardismo es en la política "cambiar todo para que nada cambie" así que después de un movimiento revolucionario los que deberían salir se quedan y las cosas, de ahí en adelante, continúan como antes. Después, todo será lo mismo pese a que todo habrá cambiado. "La intención de la aristocracia es aceptar la revolución para poder perpetuarse". El gatopardista es el pseudorevolucionario que cede una parte para conservar el todo sin que nada cambie realmente.
El caso de Dominique Strauss-Kahn, exdirector del Fondo Monetario Internacional, si lo analizamos, nos dará una somera idea de cómo se las gastan quienes manejan los hilos de la política en cualquier parte del mundo. En efecto, al ahora exdirector se le mencionaba como un seguro aspirante de las izquierdas francesa a figurar como candidato a la presidencia, con el objetivo de darle un duro golpe al ala conservadora. Los focos de alarma indicaban que había que despanzurrarlo, antes que fuera demasiado tarde. Lo último que se sabe es que ahora ha sido acusado de proxenetismo. Se le detuvo antes por abuso sexual en el caso de una recamarera que resultó falso no obstante el despliegue de fuerza para atraparlo. Se pensaría que su estancia en la cárcel y su renuncia lo habían acabado, lo que haría que sus rivales lo dejaran en paz, lo que no fue así, ahora lo han disminuido a la categoría de alcahuete, de un rufián cualquiera, de un vulgar tratante de blancas.
Eso está ocurriendo en el mundo actual. ¿Cuántas cruces habrá que levantar? Defenderán lo que ya tienen y tanto trabajo les costó conseguir. Nada les interesa si no es proteger lo que consideran suyo. Las izquierdas lo mejor que pueden hacer es irse al carajo, piensan. No obstante deben ir con pies de plomo, paso a pasito, pisando con firmeza, ni un paso atrás. Lo que defienden la plaza contraria están dispuestos a claudicar, siguiendo el conocido refrán de que quien no transa no avanza. Es un mundo en el que la defensa de las doctrinas a nadie le importa. De ser así es una trinchera que está esperando ser tomada pacíficamente. No andaba equivocado el General Álvaro Obregón cuando decía que no hay quien resista un cañonazo de tanto más cuanto. Los valores se ajustan al tipo de cambio, los patriotas sólo existen en los discursos. No habrá quien tome una bandera y se arroje al vacío. En fin, las palabras, ya lo dice la experiencia, se las lleva el viento.
