Natsumi Hayashi, de la serie Levitation's Day. Cortesía MEM, Tokyo.
Están en las paredes, en los cajones, en la computadora, celular y hasta en la cartera; desde los recuadros dan testimonio de los acontecimientos que han marcado su vida. También es posible encontrarlas fuera del hogar, en periódicos, revistas y toda clase de anuncios y de libros. Decir ‘fotografías’ abarca prácticamente todo el ámbito visual. Estamos tan habituados a su presencia que a veces no somos conscientes del impacto que tienen y sin embargo son tan esenciales que el mundo simplemente no podría continuar sin ellas.
Tal vez no se haya puesto a pensarlo, pero ya sea en papel o en archivo JPG, todas las fotografías que resguarda en algún lado tienen algo en común: al verlas se activa una película mental, acuden a su memoria recuerdos de conversaciones, música y otros sonidos, aromas, y hasta lo que sentía en el momento en que se disparó el flash.
Por gastada que sea, la expresión “una imagen vale más que mil palabras” no podría ser más acertada. De cada recuadro en medida estándar de cuatro por seis pulgadas, se desdoblan un sinfín de sensaciones.
Hoy las cámaras están muy a la mano, pero hasta hace unos años, en las reuniones siempre era celebrada la presencia de aquel amigo o pariente que llegaba con su equipo, listo para atrapar los mejores momentos de la velada.
Indiscutiblemente la fotografía es un elemento nuclear para la humanidad, al ser el medio por excelencia para registrar tanto la historia individual como lo que acontece en el orbe. Incluso resulta imposible concebir el mundo sin lo que hemos conocido a través de una foto: lugares, gente, acontecimientos políticos y sociales, catástrofes naturales, guerras, muertes y nacimientos; todo ha sido plasmado. Y aunque estemos tan acostumbrados a estar rodeados de fotografías, lo cierto es que su magia no deja de sorprendernos.
UN VISOR, MUCHOS OBJETIVOS
A lo largo del tiempo, el uso de la cámara fotográfica se ha ido diversificando. Para ello, la primera influencia fue la misma capacidad técnica de los aparatos. Las tomas iniciales se limitaban a cubrir imágenes estáticas (paisajes, edificios y personas). Conforme se desarrollaron placas más sensibles hubo la posibilidad de capturar sucesos en movimiento. Poco a poco el campo de acción de la foto pudo cubrir todo lo imaginable.
A través de la foto se ha archivado tanto lo privado como lo universal. Hablar de categorías, usos o tipos de fotografía resulta controversial, pero usualmente se divide en cuatro grandes géneros.
1. Científica
Registro confiable
Abarca lo captado en las áreas médica (incluyendo a las radiografías), antropológica, astronómica, submarina, microscópica, y en sí todo lo que se retrata con la finalidad de ampliar el conocimiento en alguna rama de la ciencia.
Con la fotografía de alta velocidad es posible plasmar eventos que pasan desapercibidos al ojo humano, ventaja que ha sido explotada por ésta y otras vertientes de la foto.
No hay que olvidar que en alguna época la fotografía se consideraba una evidencia irrefutable, se creía que todo lo visto en ella era verdad, percepción que cambió conforme se supo que toda foto es manipulable.
2. Comercial
De la vista nace el amor
La fotografía ha sido un elemento clave en la publicidad; por algo dicen que “de la vista nace el amor”, y lo comprobamos cada vez que vemos un anuncio cuyo contenido visual nos convencen de que debemos tener lo que nos promete ese material.
Desde 1860 se utiliza la foto como medio propagandístico; inicialmente se le dio un enfoque ideológico y político, mientras que a principios del siglo pasado se comenzó a usar en publicidad como la conocemos ahora.
Aunque no se habla mucho de ella y sus autores generalmente permanecen en el anonimato, es innegable que la fotografía comercial juega un papel decisivo para nuestro día a día.
3. Documental
Historia en recuadros
Puede decirse que toda fotografía es esencialmente documental, puesto que cada imagen, sin excepción, da testimonio de algo presenciado por quien opera la cámara.
Aun así, como género la fotografía documental se encarga de hacer una especie de ensayo visual de lo que acontece en el mundo. Su aparición se relaciona con el de la cámara Leica (1925), la cual “hizo posible una mayor agilidad en el desempeño: al ser pequeña, silenciosa y no requerir flash, la Leica permitía al fotógrafo permanecer inadvertido”, explica el fotógrafo José Hernández-Claire.
Los inicios de la foto documental se relacionan con imágenes de guerra, aunque eventualmente abarcó todo lo que interesa a la humanidad. De este género se nutre la Historia, gracias a él podemos ver a quienes vivieron en otras épocas, los sucesos que marcaron hitos y/o que han impactado a la sociedad, las hazañas deportivas y un amplio etcétera.
Dentro de la foto documental se sitúa al fotoperiodismo, si bien éste tiene dos diferencias cruciales: tiempo y medio final. Un fotógrafo documental trabaja sin presiones de horario, se involucra con su proyecto y lo explora a fondo; un fotoperiodista usualmente va contra reloj, al tener pocas horas para hacer llegar su trabajo al destino final: un periódico o una revista. El fotógrafo documental suele centrarse en un solo tema, el fotoperiodista abarca varios asuntos simultáneamente, cubriendo las noticias de cada día.
Cabe hacer un paréntesis para decir que en algunos países, como México, el fotoperiodismo suele ser subestimado por los mismos fotógrafos de los medios impresos, que en general se limitan a tomar una imagen como complemento a una nota, cuando la fotografía posee tanta relevancia como la noticia y por ello debe tener una propuesta propia.
4. Artística
Medio creativo
Muchos profesionales opinan que no hay una verdadera diferencia entre la foto documental y la artística, que la frontera entre ambas es un invento pues, por definición, la fotografía es arte y en acción, documenta.
Sin embargo, tradicionalmente suele identificarse con la etiqueta de artística a aquella que es tomada por alguien que encuentra aquí el medio para dar salida a su creatividad. El fotógrafo Fernando Montiel-Klint comenta que la principal diferencia con los otros géneros es que en la foto artística “no sólo hay un operador de la cámara, sino un autor entendido como alguien que posee una visión propia y la expresa a través de la imagen, plasma en ella su discurso”.
Es preciso decir que al principio los puristas desdeñaban la fotografía, argumentando que capturar una imagen es un proceso mecánico. En ese contexto, a finales del siglo XIX surgió la corriente pictorialista, que buscó demostrar que la foto era un arte independiente de la pintura, capaz de crear y no sólo recrear. Con pioneros como Gertrude Käsebier, Alfred Stieglitz, y Ansel Adams, tuvo una fuerte propuesta estética apoyada en filtros que volvían difusa la imagen. A su vez, de ella derivó la straight photography, cuyos autores buscaron dar a sus piezas un aspecto menos elaborado.
Más allá del antecedente, hoy en términos generales la fotografía artística se vincula con tomas planeadas, posadas con un fin estético, y en ocasiones de contenido abstracto. E invariablemente, con una propuesta creativa auténtica, definida por su autor.
Asunto personal
Aunque no se le considera un género, hay una vertiente de la fotografía que es sumamente importante: la que ha hecho o puede hacer cualquiera de nosotros, esa que registra la vida íntima incluso antes del nacimiento, reforzando nuestra historia personal. Embarazos, bautizos; toda la lista de ‘primeras veces’: el cumpleaños uno, el ingreso al kínder, el diente caído… No es aventurado asegurar que para muchos novios, sentimentalmente hablando las fotos de boda tienen más peso que un acta de matrimonio. Al igual que para la generalidad de las personas, sin las tomas hechas durante las vacaciones, la memoria tal vez ya no podría rescatar los sitios que tanto nos han gustado en cada viaje realizado.
Y EL MUNDO CAMBIÓ
Nadie pone en duda que la fotografía ha sido una de las más extraordinarias aportaciones del siglo XIX a la humanidad. La mayoría de quienes vivimos hoy en día hemos sido tocados de alguna manera por su impacto.
Los antecedentes de la cámara fotográfica se remontan a la cámara oscura, ya conocida desde la antigua Grecia y empleada de forma habitual en el siglo XVI. De ahí a la primera foto hubo un trayecto que involucró el ingenio de varios hombres, quienes idearon la manera de fijar las imágenes. Nombres inolvidables son los de Nicéphore Niepce, autor de la fotografía más antigua que existe, La cour du domaine du Gras (1826), y su socio y sucesor Louis Daguerre, cuya Boulevard du Temple (1838) es hasta donde se sabe la primera foto en donde aparece una individuo; su identidad será siempre un misterio, al ser apenas una pequeña silueta en una esquina del recuadro. En la misma época otros tres inventores descubrían, cada uno por su cuenta, cómo capturar imágenes: Hippolyte Bayard, William Fox Talbot y Hércules Florence. Los cinco hombres fueron conscientes del progreso que lograron; lamentablemente la Historia no retuvo sus impresiones a detalle y no es posible saber qué sintieron al ver las obras primigenias. Tampoco se conoce quién fue el primero en verse retratado ni qué impresión le provocó esa eterna imagen de sí mismo.
La Historia guarda infinidad de testimonios y anécdotas sobre personas que expresan miedo al ver una cámara por primera vez o se muestran aterradas al comprobar que una copia suya ha quedado impresa (de ahí que muchos llegaron a pensar que las fotografías robaban el alma).
El hombre siempre ha buscado la manera de representar su vida, de dejar y tener constancia de lo que es, lo que hace, lo que ha conocido; lo vemos desde las pinturas rupestres. Podemos decir entonces que la foto vino a sacudir permanentemente a la humanidad porque le dio la posibilidad de reproducir, y más aún, perpetuar de manera fiel aquello que lo rodea.
Hoy resulta imposible imaginar la vida sin fotografías, pero en sus inicios la cámara era de acceso limitado. No cualquiera llegaba a ver una foto, menos aún a poseer una propia, y tener la posibilidad de tomar una era también impensable para la mayoría. Eso cambió cuando el estadounidense George Eastman inventó el rollo de película, democratizando así la fotografía, pues sus cámaras, las Kodak, pudieron estar en manos de millones. A la Kodak se le debe también la película negativa que permitió generar positivos a color (1942), accesible para el público en general, aunque ya desde 1861 se obtenían fotos a color por diversos métodos.
TE QUEREMOS, POLAROID
Hablar de la Polaroid merece un espacio aparte. Desde luego, cuando salió a la venta, la inmediatez con la que permitía ver las fotografías era igualmente un plus incomparable. Pero no representó sólo la obtención de imágenes en minutos, sin pasar por un proceso tradicional de revelado. Lo que aún en la actualidad le da un valor especial es que se trata de piezas únicas. Mientras que con el resto de las cámaras era y es posible hacer reimpresiones idénticas, una Polaroid es irrepetible, siendo éste su mayor encanto. Esa unicidad es también el principal motivo por el cual el mundo del arte ha recurrido a la Polaroid como medio de expresión.
Este tipo de película se lanzó a la venta en 1947 y dejó de fabricarse en 2007, aunque un año después un grupo de ex empleados de Polaroid concibió The Impossible Project, que se ha centrado en producir material para que quienes así lo deseen, puedan seguir usando sus viejos equipos. Mientras que Polaroid ha entrado en el mercado moderno con productos como la cámara Z340, de tipo digital pero con una impresora integrada, la cual trabaja con un papel especial y encuadra las fotos en el clásico marco blanco.
PODEROSA IMAGEN
Ver una foto no sólo nos evoca sentimientos y emociones por lo captado, sino porque actúa a la vez como elemento proyectivo: al tomar una imagen, cada quien proyecta algo de sí mismo, de lo que piensa o siente. Por eso no causa extrañeza saber que a lo largo del tiempo ha sido común que aquellos que deben abandonar sus hogares por el motivo que sea, hagan hasta lo imposible por llevarse sus fotografías, al ser un símbolo de identidad, de pertenencia. Las fotos se vuelven una manera de saber que no estamos solos.
En el mismo contexto es que se valoran tanto las fotos de los ancestros, aun si no los conocimos: ver a quienes forman parte de nuestro árbol genealógico nos ayuda a reforzar la noción de nuestro origen y para el ser humano no hay historia más valiosa que la personal.
La fotografía tiene una fuerte carga mnemotécnica, es decir, la imagen actúa directamente en nuestra memoria. Es un estímulo infalible para abrir nuestros ‘archivos’ mentales.
Sonríe a la cuenta de tres
Sea honesto: ver frente a usted una cámara fotográfica, invariablemente lo motiva a actuar de manera distinta. Puede ser que ese objeto le provoque nerviosismo o incomodidad, o que de inmediato le venga una sonrisa al rostro o al contrario, un gesto serio, o que enderece su postura, o que acomode su cabello, incluso que le haga sentir importante. Estas reacciones son las más comunes y se consideran plenamente normales en quienes están familiarizados con las cámaras.
La manera en que actuamos frente a una cámara se relaciona con nuestra experiencia previa. Por ejemplo, los niños usualmente sonríen, acostumbrados desde bebés a que sus papás los inviten a sonreír para la foto. La mayoría aún de adultos sonríen como un mero reflejo a esa petición reiterada durante la infancia.
Concluida la niñez, es más común que la gente se preocupe por mostrar un gesto agradable, una postura agraciada, una imagen interesante. En la adolescencia esto se vincula con la búsqueda de aceptación, que a esa edad se relaciona fuertemente con el hecho de lucir atractivo. Mientras que en la adultez, luego de verse en incontables fotos, la persona ya sabe si es o no fotogénica y a la vez es muy consciente de que cada imagen perdurará para siempre.
Se estima que quien actúa con mayor naturalidad frente a la lente es precisamente porque se sabe fotogénico y confía en que el resultado le favorecerá. Aun así, la mayoría gusta de ver las imágenes de inmediato y si no le agradan, solicita que sean borradas y la toma se repita.
Quienes rechazan ser fotografiados a menudo lo hacen motivados por el descontento que les provoca su propia imagen. Otra razón para decir “no” a la cámara es una preocupación por el destino que pueda tener la foto.
Por siempre mío
Cuando capturamos la figura de alguien en cierta manera nos ‘apropiamos’ de esa persona; la foto hace posible que se quede para siempre en donde así lo dispongamos. Es también por ello que tanta gente gusta de traer consigo instantáneas de sus seres queridos, antes siempre en la cartera, ahora también en el celular: es una manera simbólica de sentirse acompañado.
Por otro lado, de unos años a la fecha hemos observado que gran parte de la sociedad pareciera tener ‘fotitis’: las cámaras están presentes como algo cotidiano en nuestras vidas y si antes se esperaba con gusto al ‘fotógrafo del grupo’ en las reuniones, ahora al término de cada evento se tiene un mismo instante captado desde diferentes ángulos. Más aún, antes las fotografías se reservaban para eventos especiales, mientras que hoy podemos ver tomas de las tres comidas que alguien hace en un día y tal vez hasta de la muela que le extrajeron hace un mes.
Este cambio de paradigmas tiene varias explicaciones. Quizá la principal es la evolución tecnológica, en el sentido más elemental: la capacidad de los rollos estándar era a lo sumo de 36 exposiciones, a un costo considerable.
LA PERSONA REVELADA
Aun antes de que existiera la fotografía, las personas ya acostumbraban pedir que les hicieran un retrato o aspiraban a hacerlo, si bien era algo que no cualquiera podía pagar. La llegada de la cámara permitió que fuera notablemente más accesible.
El retrato es distinto a la fotografía común; la intención es que el fotógrafo logre captar la personalidad. En la actualidad se banaliza a menudo, confundiéndolo con cualquier foto de estudio, pero lo cierto es que los verdaderos profesionales lo consideran un género difícil, donde lo ideal es conocer antes al sujeto, permitiendo que se sienta en confianza y que así el resultado sea más fiel a la realidad. En ese sentido, hay fotógrafos que han hecho del autorretrato una poderosa forma de expresión.
Para algunos el retrato puede tener un mayor peso que el resto de las fotografías: el retratado podrá conservar una imagen muy honesta de sí mismo, además de dar constancia de quién era en ese momento, de cómo lo percibía el mundo, y lo fija en el tiempo; si el retrato es de alguien más, es también una manera de tener una imagen fidedigna de ese otro.
A lo largo de la Historia podemos encontrar un significativo número de magníficos retratos; como ejemplo podemos citar los tomados por Nadar a figuras como Charles Baudelaire, Julio Verne, George Sand y Gustave Doré, o Henri Cartier-Bresson a Albert Camus, Jean-Paul Sartre, Henri Matisse y William Faulkner, entre otros. Igualmente es emblemático el trabajo de Diane Arbus y Annie Leibovitz.
LAS QUE SACUDIERON AL MUNDO
Si le preguntamos por una fotografía que lo haya marcado, seguramente pensará inicialmente en algún recuerdo familiar. No obstante, si le damos tiempo para pensarlo, creemos que empezará a hablar de alguna imagen de la que quizá desconozca al autor, pero persiste en su memoria por el impacto que le provocó.
Ejemplos los hay por montones. Podemos hablar de la toma que le valió el Pulitzer al vietnamita Nick Ut, cuando en 1972 captó para la Associated Press el momento en que la niña Kim Phuc corría aterrorizada, desnuda, tras un ataque con napalm en su pueblo. Otro icono del siglo XX es la foto de 1984 de la afgana Sharbat Gula, entonces de 12 años, tomada por Steve McCurry. La expresiva mirada de la jovencita se imprimió en la portada de National Geographic y desde entonces permanece en la memoria colectiva.
En 1993 el New York Times reveló una imagen desgarradora y controversial: un niño famélico en Sudán, acechado por un buitre, plasmado por Kevin Carter. 10 años después, Jean-Marc Bouju obtuvo el premio World Press Photo (asociación que cada año distingue a las más impactantes fotos) por la placa de un prisionero iraquí que consuela a su hijo en un campo de refugiados.
Desde luego, no sólo las desgracias han dado lugar a fotos inolvidables. Quién no ha visto alguna vez la obra titulada V-J Day in Times Square (1945), que circuló originalmente en la portada de Life, donde Alfred Eisenstaedt capturó a un marino besando apasionadamente a una mujer (a quien por cierto no conocía).
Otra imagen grabada en el recuerdo global es Guerrillero heroico (1960), célebre toma del Che Guevara inmortalizado por Alberto Korda.
La lista puede ser interminable. Valga decir que las fotografías que recordamos combinan un instante detectado de forma oportuna y la maestría de un fotógrafo. Pero también hay autores cuyo trabajo es consistentemente deslumbrante, como el de los fundadores de la Agencia Magnum: Cartier-Bresson, Robert Capa, George Rodger y David Seymor; o el de Man Ray, Dorothea Lange, André Kertesz, Imogen Cunningham, Minor White, Richard Avedon, Edward Weston. O el de los ya citados Adams, Arbus, Käsebier. En años más recientes ha sobresalido el trabajo de la llamada “escuela de Düsseldorf”, encabezada por Bernd y Hilla Becher y discípulos suyos como Andreas Gursky o Thomas Struth. O el de Nick Brandt, con deslumbrantes tomas de animales en África.
Es preciso mencionar también a los grandes fotógrafos mexicanos, como Manuel Álvarez Bravo, Nacho López, Héctor García o Pedro Meyer (de origen español), Graciela Itubide, José Hernández-Claire y Pedro Valtierra. O entre los más jóvenes, Daniela Edburg, Kenia Nárez y José Luis Cuevas.
IMPACTO DIGITAL
Evidentemente la transición del formato análogo al digital ha tenido grandes ventajas para la humanidad, sobre todo por hacer más asequible la fotografía, hoy al alcance de cualquiera que pueda comprar un teléfono celular. La factibilidad de ver en el momento la imagen ha erradicado la tremenda frustración que provocaba recoger un rollo al laboratorio y descubrir que aquellas fotos tan esperadas no habían salido, por no hablar de que ya no hace falta estar pagando por rollos y servicios de revelado e impresión.
Pero no todo es positivo. Los profesionales de la lente ven algunos inconvenientes. Pedro Valtierrra apunta que “la facilidad de hacer imagen nos distrae de pronto y no nos permite autocriticarnos, especialmente a los jóvenes, que no valoran la importancia que tiene hacer una foto”. En el mismo tenor, José Hernández-Claire comenta que el acto de revisar de inmediato lo captado es riesgoso “porque se pierde de vista al sujeto, a lo que está ocurriendo, por evaluar lo que ya se tomó”.
Por otro lado, la digitalización de las fotos ha hecho posible que cualquiera con una computadora y un poco de destreza (o paciencia) pueda retocar a su antojo lo que captura. Las redes sociales están saturadas de imágenes trucadas. Desde la Psicología y la Antropología, esta tendencia se observa por un lado como algo meramente lúdico, pero también se habla del anhelo de verse bien, sin imperfecciones. Mientras que al valerse de aplicaciones como Instagram y otros filtros usualmente tiene también motivos estéticos, en este caso darle a la imagen una apariencia atractiva y distinta, quitarle lo convencional. No obstante, la manipulación ha puesto en entredicho la veracidad de la fotografía. Debe aclararse que este tipo de alteraciones no nació con la tecnología digital, ya antes era posible transformar una imagen, aunque no con la facilidad de la actualidad. Eso no quiera decir que haya una desconfianza general hacia la foto, sino que los profesionales deben ser más cuidadosos con su trabajo a fin de que éste no pierda credibilidad.
LA MAGIA DEL CLIC
La accesibilidad a las cámaras ha propiciado que muchos se autoproclamen como fotógrafos, sin tener siquiera las mínimas bases en este arte. Desde luego, esto no deja de ser más que una percepción o aspiración individual, puesto que contrario a lo que muchos puedan creer, en realidad tener una cámara no nos dota de visión ni de talento. Poseer el mejor equipo y aprender a usarlo no garantiza una buena foto. “La cámara no importa, lo que pesa es el contenido de las imágenes; incluso hoy se demandan más el contenido y la sensibilidad que la técnica”, asegura el fotógrafo Fernando Montiel-Klint. Ya lo decía Henri Cartier-Bresson: “Fotografiar es colocar la cabeza, el ojo y el corazón sobre un mismo eje”.
Aunque algunos supongan lo opuesto, la sobreoferta visual no ha mermado el valor que se le da a la foto; de hecho la imagen tiene mayor fuerza que antes. Lo que acontece en el mundo está más documentado que nunca gracias a que millones se han vuelto testigos con cámara. Y la sociedad en general aprecia más la fotografía porque tiene al alcance el único instrumento que logra lo imposible: detener el tiempo, lo cual es justamente la máxima aportación de la foto al mundo. ¿No le parece una razón suficiente para maravillarse cada vez que sostiene una cámara o una foto en sus manos?
Fuentes: Pedro Valtierra, fotógrafo y Director de la Agencia Cuartoscuro; José Hernández-Claire, fotógrafo y catedrático de la UdeG y el ITESO y miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte del Fonca; Fernando Montiel-Klint, fotógrafo; Víctor Mendiola, fotógrafo y fundador de Vía69; Doctor en Psicología Francisco Avilés-Gutiérrez, Director del Instituto Latinoamericano de Psicología y Fotografía, S. C.; Antropólogo Octavio Hernández Espejo, jefe del Departamento de Medios Audiovisuales de la Escuela Nacional de Antropología e Historia.