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La visión de los niños ante los fallecimientos

Familia. Alex, de 12 años, afirma que su abuelo fallecido lo cuida y lo acompaña.

Familia. Alex, de 12 años, afirma que su abuelo fallecido lo cuida y lo acompaña.

EL UNIVERSAL

Simplemente no existe. Ni la respetan, ni la veneran, ni la disfrutan, ni se burlan de ella, tampoco le temen, porque para los niños la muerte es reversible. La viven como un sueño que además le sucede a otros, menos a los que quieren, por eso un niño menor de 10 años que estuvo en el velorio de su mamá puede preguntar dos semanas después, cuándo va a regresar a servirle su sopa.

Para Camila de seis años, la muerte es un sacrificio de nuestros ancestros. Miranda, de ocho, piensa que sólo se mueren los que tienen mala suerte y que la gente muerta vive en el cielo.

Karla de nueve años cree que sólo se mueren los que son famosos y que el cielo está lleno de ellos. Erick de 13 años cree que cuando llega la muerte la gente descansa en paz.

Alex perdió a su abuelo y con 12 años de edad piensa que su abuelo está junto a él todo el tiempo y que lo cuida. "Yo pienso que mi abuelo está a mi lado y va conmigo a todas partes", dice.

La tanatóloga Gabriela Romo explica que antes de los tres años los niños no entienden el concepto muerte, sólo el de separación. De los tres y hasta los ocho piensan que es reversible, de los ocho a los 10 saben que es para siempre, pero que sólo les sucede a otros, a los que tienen mala suerte, no a sus seres queridos.

Dice que los niños son tan egocéntricos que la muerte de un ser querido la viven como un abandono, por eso todas las preguntas mal contestadas pueden llevar a un pequeño hasta el suicidio.

Para ellos el difunto se fue y los dejó. "Es un duelo difícil, sobre todo si los adultos cometen errores para explicarles las ausencias, desde omitir el tema hasta decir que el muerto está con Dios porque éste así lo quiso, un niño que escucha eso casi siempre deseará que Dios lo elija a él también con tal de ver de nuevo a su mamá", explica la también académica del Instituto Mexicano de Tanatología.

 DIFíCIL TRANSICIóN De estos errores, muchos se cometieron con Daniel, de 10 años y que perdió a su papá hace un mes en una muerte inesperada y que hoy le explica a la tanatóloga que el mundo sin su papá es blanco y negro y que por eso se quiere morir.

Es un chico que después de la pérdida se volvió agresivo en la escuela y que se autocastiga; está enojado con Dios por quitarle a su compañero, a su papá.

El día que su padre murió, no le dijeron nada a Daniel. Tampoco le permitieron estar en los funerales. Le dijeron que Dios se lo había llevado y evitaban llorar frente a él. Le dijeron qué tenía qué pensar y sentir. Un mes después, el niño también quiere morirse.

Hasta el consultorio de Gabriela llega con un par de calcetines, una loción, un disco con fotos y el cochecito de Batman y Robin que amarraban a la bicicleta cuando salían a pasear. Todo en una caja que Daniel guarda como un tesoro.

"A los niños les explicamos de forma lúdica y creativa que el amor nunca se muere que ese es eterno y más poderoso que la muerte. Que todo lo que vivió con su papá estará con él para siempre y que su difunto está en el cielo, un lugar que Dios creó para que ahora su papi haga cosas en otro nivel, más avanzado, y que algún día, cuando llegue el momento, se podrá reunir con él", dice la tanatóloga.

En el consultorio, explica la experta, cantamos, los niños lloran, se ríen, cuentan sus historias, se despiden con una carta de su ser querido y les queda claro que el difunto no tuvo elección, que él no eligió abandonarlo y que vive a través de sus recuerdos, que él también lo extraña, pero cuando sea su momento se volverán a ver y que ese momento no se puede adelantar pues no podrán reunirse de nuevo porque a él le quedan muchas experiencias todavía aquí.

Con dos meses de terapia, dice, Daniel terminará por aceptar la muerte de su papá, sin enojo, sin rencor, sin culpa, sin ganas de querer morir también y habrá madurado y vivido su primer gran duelo.

Habrá pasado por la negación cuando creyó que todo era un sueño y que su papá regresaría en cualquier momento a despertarlo para ir a la escuela; por la culpa, cuando pensó que él había tenido la culpa por portarse mal y no obedecer; por la negociación, cuando le prometió a Dios que si se lo regresaba no volvería a jugar videojuegos; por la frustración y el autocastigo, para finalmente aceptar que no lo volverá a ver físicamente.

Gabriela Romo explica que los adultos suelen pensar que los niños no se dan cuenta de nada y eso es falso porque un bebé, por muy pequeño, tiene la capacidad de sentir el dolor de los demás.

 EXPLICAR EL DOLOR Además piensan que se les debe ocultar el dolor. Lo conveniente, dice, es que se les hable con la verdad y se les conteste de la forma más clara y amorosamente posible. "Hay que aclararles que los muertos no tuvieron opción para quedarse, pero que están bien, haciendo cosas diferentes, pero interesantes y que lo vivido con ellos se queda aquí, con ellos".

Deben llevarlos al funeral, incluso antes de que llegue el resto de la gente para que no observen escenas de llanto obsesivo. Se les debe hablar de muerte a su propio estilo, con palabras que ellos entiendan sin contestar nada que no estén preguntando. Entender que todo lo que tiene vida muere algún día, las plantas, los animales y la gente que queremos.

"Que vean el cadáver es opcional y sólo si ellos quieren, nunca se les debe obligar a darle un beso o acercarse a él si no quieren verlo", dice Gabriela Romo.

Explica que todos experimentamos un duelo en algún momento. Cuando se termina un trabajo, la escuela, una relación, un divorcio o cuando muere algún ser que nos acompañó y vivirlo es parte de las experiencias más comunes en la vida aunque se tengan 5, 8 o 10 años.

6 Años tiene Camila y cree que la muerte es un sacrificio.
8Años tiene Miranda y cree que sólo mueren los de mala suerte.

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