Quizás en México no haya sector poblacional más estigmatizado que los jóvenes. Las ideas que se tienen sobre este amplio grupo conformado por 29.7 millones de mexicanos (27.9 por ciento del total de habitantes), van desde la idealización mesiánica bajo el trillado concepto de que “son la única esperanza del país”, hasta la satanización general de sus conductas, calificadas como irracionales e, incluso, antisociales, pasando por la subestimación de quienes los consideran banales, insulsos y manipulables.
Es claro que la categorización hacia los jóvenes depende de los intereses de quien la hace. La mercadotecnia comercial, pero sobre todo la política, siempre en busca de un público cautivo lo más homogéneo posible, ha pretendido meter en un mismo redil a la juventud entera, en consonancia con objetivos la mayoría de las veces cuestionables.
La manifestación de un grupo de estudiantes de la Ibero Santa Fe el viernes 11 de mayo pasado ante la presencia del candidato presidencial del PRI-PVEM, no sólo ha dado vida a una elección que se ha intentado concebir como un mero trámite para Enrique Peña Nieto, sino que ha golpeado de frente a los clichés construidos en los últimos treinta años sobre la juventud en México. Desde finales del los sesenta y principios de los setenta no se tenía un movimiento estudiantil de estas magnitudes.
No es gratuito que las protestas y críticas surgidas a raíz de los sucesos de la Ibero y las torpes reacciones de un sector de la llamada clase política, estén dirigidas no solo a ésta sino también a los medios de comunicación, sobre todo los televisivos. Y es que, para una buena parte de la opinión pública existe la percepción de que hay fuertes intereses que pretenden llevar al PRI de regreso a Los Pinos.
La reacción de los jóvenes ha sido reveladora y ha repotenciado un descontento que hasta ahora no se había manifestado públicamente. Contrario a la idea que muchos analistas tienen sobre la ignorancia de los jóvenes respecto a la dictadura de facto que ejerció el PRI en el siglo XX, los integrantes del movimiento “Yo soy 132” han mostrado una conciencia histórica que ha roto con el discurso de que la juventud va a votar por Peña Nieto porque está harta de los gobiernos panistas, bajo los cuales ha crecido. Simplemente no creen que el PRI haya cambiado como dicen. No compran el discurso del “nuevo PRI” y en la asamblea que realizaron el sábado pasado en Tlatelolco, dejaron constancia de ello. “El problema no es Peña Nieto, sino lo que representa”, dijo Rodrigo, estudiante de la Ibero.
Otra universitaria, María, se lanzó con palabras contundentes contra el decálogo “Por una presidencia democrática” que publicó el aspirante priista tratando de granjearse la confianza de los jóvenes. “El hecho de que nos propongan derechos ya garantizados en nuestra Carta Magna, muestra el cinismo y la falta de respeto a un trabajo que no se ha dado a la tarea de cumplir”, dijo la estudiante.
Aunque muchos de los participantes en el movimiento han mostrado su simpatía por el candidato perredista Andrés Manuel López Obrador, ésta ha sido a título personal y no una postura oficial del grupo, el cual se ha declarado abiertamente apartidista mas no apolítico. Todavía falta ver el camino que seguirá “Yo soy 132” para trascender la actual coyuntura electoral. La asamblea del sábado parece un primer paso por constituir una organización juvenil ciudadana con miras, según sus objetivos expresos, a contribuir a crear una ciudadanía mejor informada y con mayor capacidad de decisión en la vida pública. Por lo pronto, han puesto interés a una campaña sosa pero, lo más importante, han roto los lugares comunes establecidos entorno a la juventud en México para mostrarse como lo que son: personas que reclaman su derecho a disentir, a pensar, a expresarse y a ocupar el espacio que les corresponde y de donde se les ha intentado relegar con etiquetas.
