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Lágrimas de campeón

La emoción en las tribunas no tiene comparación

La euforia se desató en las tribunas del Estadio Corona tras el triunfo de sus Guerreros. (Fotografías de Claudia Landeros y Ramón Sotomayor)

La euforia se desató en las tribunas del Estadio Corona tras el triunfo de sus Guerreros. (Fotografías de Claudia Landeros y Ramón Sotomayor)

Claudia Landeros

Hacía poco menos de 15 años que no sentía esa emoción. No sentía el corazón tan alegre y la piel erizada, cada vez que recordaba que mi equipo había calificado a la final. Esta fue igual que la primera vez.

Diferente a los últimos años que aunque mi equipo no dejó de figurar, no era el mismo sentimiento que me invadía de antaño.

Nos divertimos y aprovechamos desde el primer momento del día. Sin dormir bien, me levanté de la cama desde las 5:30 de la mañana. De ahí en adelante todo fue un ritual para dejar la vida en la tribuna.

Como la emoción era mucha, nos apresuramos para dirigirnos al estadio. En la esquina compramos banderas, una corneta y semillas para el encuentro. Al llegar, nos pintamos la cara mitad verde, mitad blanca. Amarramos bien la bandera al cuello y comenzamos a hacer música guerrera con la cornetilla.

Lo que sentíamos era indescriptible, a pesar de haberlo vivido varias veces, era una enorme felicidad, aunque con cierto temor de no verse festejando el campeonato, pero en el fondo sentía también mucha confianza y, sobre todo, tenía fe.

Al entrar a nuestro estadio lo encontramos repleto. Todos en comunión y en el mismo canal. Antes del inicio nos estremecimos todos con la salida de los Guerreros. Con el Himno Nacional y con el silbatazo inicial comenzamos a gritar y cantar; a aplaudir y celebrar cuando llegó el invitado de honor para poner a Santos en ventaja.

Para el segundo episodio ya casi no tenía voz, pero aún así no dejaba de corear cada cántico. ¡Dale, Guerrero! ¡Dale, Guerrero! Y de disfrutar con mis compañeros la cercana victoria, ante la ausencia de más goles.

En el fondo sólo quería que pitaran el final. Quería gritar, festejar; quería comprobar que mi sueño de madrugada sólo había sido una premonición.

Nunca me preocupó el gol del rival, había tensión, un poco, pero desde que me puse de pie sabía que terminaría así, con el rostro empapado, la pintura corrida por las lágrimas, besando el escudo y abrazándome con todos los guerreros que tenía alrededor.

Sí, luego de haber sufrido vaivenes, caídas, discriminaciones, incredulidad, luego de todo eso, el guerrero afiló su flecha, perfiló su arco y terminó por conquistar su cuarta Copa y por demostrar que cuando se lucha de corazón y se hace con fe, la vida da recompensas.

El llanto no cesó. No lo podía creer, no quería moverme de mi lugar. No podía dejar de ver el trofeo que levantaron mis ídolos. El domingo por la noche no pude dormir. Hoy, aún no lo puedo creer.

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Escrito en: Campeón

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